Cine-mundial (1920)

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C I N E M U N D I A L rente de exportación de la casa, está entusiasmado. Ayer me decí.i: — ¡ Ah, amigo Hermida, es una adquisición magnífica! Si estuviéramos en Constantinopía no tendría rival y formaría parte del harén del Sultán. Yo puedo hablar de esto con imparcialidad absoluta, porque como a usted le consta, mis predilectas son las "f'-icas e inteligentes". Pero ante Jane Bliss hay que descubrirse con solemnidad. ¡Qué ojos, qué boca, qué cabello, qué redondeces, qué grasa más... simétrica! ¿Quiere usted decir en CINE-MUNDIAL que Jane Bliss es la gorda más bella de los Estados Unidos? En el próximo número publicaré el retrato de esta arrobadora beldad, es decir: siempre que el gerente de la Goldwyn no haya exagerado la nota y las 270 libras de marras resulten presentables. El señor Ziehm, como juez de belleza, me tiene un poco escamado; en asuntos femeninos se extasía con harta frecuencia, especialmente cuando se trata de damas que aparecen en sus películas. * ♦ * EDUARDO GUAITSEL, nuestro entrevistador de "estrellas", tuvo un golpe de sentido común el otro día que ha dejado asombrada a toda la redacción. De Puerto Rico, y firmada por una mujer, recibió una carta que decía poco más o menos lo siguiente: "He observado que en CINE-MUNDIAI. tienen ustedes empeño especial en desanim ir a los principiantes. Si se les pregunta sobre la forma de ingresar en la cinematografía, salen con que en California hay cinco mil 'irtistas sin trabajo u otra sandez por el cstÍ.'.o. ¿Se atreverán ustedes a negar que Doroihy Gish cuando empezó era una muchacha de campo, sin experiencia alguna en las tablas?" He aíjuí la respuesta de Guaitsel: "No haga usted caso, señorita, de lo que opinen todos los redactores juntos de CINEMUNDIAL. Aunque el caso es raro, en el Cine hay estrellas que se han improvisado y Dorothy, como usted dice con razón, e.s una de ellas. Cualquiera muchacha puede hacer lo mismo: lo único que necesita es. . tenter tanto talento como Dorothy Gish." * * * HABLANDO de Guaitsel, la tomadura de pelo que menciona en este número no es la única que ha sufrido recientemente. Según cuentan sus amigos — porque él se hace el sueco — tenía instrucciones de entrevistar a Ina Claire, cuyo casamiento con un periodista de Chicago acaba de darse a la publicidad. En vista de que pasaba el tiempo y la entrevista no aparecía, el Director lo llamó a su despacho. — ¡Oiga usted, Guaitsel, no volvamos a las andadas! ¿Qué hay de la entrevista con Ina Claire? — Pues, mire usted: es un caso que pudiera calificarse de fuerza mayor. He estado a verla tres o cuatro veces, pero la sirvienta me dice que con motivo de la luna de miel no puede recibir visitas de periodistas. — ¡Qué luna de miel, ni qué rail demonios! ¿Ahora viene usted a enterarse de que Miss Claire se casó con este señor, secretamente, hace más de año y medio? Excuso decir que Guaitsel salió de la oficina con las orejas gachas y colorado como un tomate. « * * CUÉNTASE de una actriz bastante conocida que, al ser contratada para secundar a uno de los grandes favoritos, tuvo un ataque de nervios cuando leyó los anuncios de la empresa. Encarándose con el "reclamista", dijo: — Estos carteles están equivocados. No ntencionan ustedes por ninguna parte (lue yo soy "estrella". ■ — Es que usted no es tal cosa. — ¡Ya lo creo que lo soy I ¡Hay que hacerme justicia inmediatamente! — Bueno, pues. . . vayase usted al Ministerio de Justicia. Aquí sólo nos encargamos de la publicidad. ♦ * * NUESTRA redactora Josefina Romero describe en su artículo sobre modas de este número, un vestido extraordinario de Ruth Roland. Yo me estuve fijando en el prendedor que lleva Ruth a la cintura. Si por casualidad se le cayera, tendría que intervenir la policía. ♦ * * UN subscriptor de Lima, Perú, nos pregunta intrigado: "¿Por qué cuando escriben ustedes de algún "conocido" empresario se ensarzan siempre en descripciones sobre su vida y milagros, sin olvidar el más minucioso detalle? ¿En qué quedamos, es o no es conocido? Y si lo es, ¿a qué tanta hojarasca?. . ." No hay que tomar las cosas tan al pie de la letra, amigo. Cuando hablamos de algún empresario conocido, a veces lo es y otras sólo en su casa a las horas de comida. Si usted se atreve a aplicar en este negocio adjetivos inferiores a "conocido", coja el próximo barco y preséntese en la redacción: aquí hay un puesto para usted. * * * CHARLIE CHAPLIN quiso echárselas de guapo el otro día con resultados desastrosos. Luís Mayer, el apoderado de su mujer que se ha hecho cargo de tramitar el divorcio, paseábase por el vestíbulo de Un hotel de Los Angeles cuando apareció el mímico, que, montando en cólera, comenzó a insultarlo. — Déjame en paz que voy a darte un disgusto— dijo por fin con estudiada calma el gordinflón de Mayer, que hace por tres Chaplins. Este golpe de matón experimentado acabó de sulfurar a Garlitos, que, sin fijarse en la diferencia de peso y tamaño, gritó: — ¡Quítate las gafas, sinvergüenza! ¡Quítate las gafas! ¡A ver quién da el disgusto a quién! Según unas actualidades de "Pathé", esta dama presume de tener las pantorriUas mejor formadas de Francia. ¿Qué opina el lector? Mayo, 1920 < (El pegar aquí a uno que lleve lentes equivale a pasar una temporada en la cárcel.) Efectivamente: Mr. Mayer se quitó las gafas; Chaplin intentó darle una trompada, que el otro paró sin gran esfuerzo, e instantes después varios amigos levantaban al bueno de Garlitos, que había rodado por el suelo con una naturalidad digna de sus comedias. • * * SE acuerdan ustedes de Crane Wilbur? Seguramente que no. El público es olvidadizo y, en cuestiones de películas, tres años son capaces de borrar la popularidad más arraigada. Ese tiempo hace, poco más o menos, que era el favorito de la Kalem y traía locas a las muchachas con su figura romántica y miradas lánguidas. En aquella época muchos de los expertos — y entre ellos este humilde servidor que también se considera perro viejo en tretas cinematográficas — sostenían que el amigo Crane era uno de los "ídolos femeninos" más insulsos y antipáticos que desfilaran por el lienzo. No obstante, y para demostrar una vez más que los peritos sólo sirven para equivocarse, cuando estaba en el apogeo de su fama entre el elemento cursi, tuvo un rasgo que hasta la fecha no ha imitado actor alguno: se retiró de la cinematografía porque, según dijo, "eso de ser ídolo no era cosa seria y le tenían ya indignado con tanta carta perfumada y ridiculas declaraciones amorosas". Pues bien, el mismísimo Crane Wilbur acaba de reaparecer ante el público en uno de los grandes teatros de Nueva York como autor de un melodrama basado en el espiritismo, que está haciendo sensación. Y el antiguo astro del cine desempeña, en su propia obra, uno de los papeles secundarios. ♦ * * r^UE la luna de miel sea eterna y que se Vx divierta mucho. Por lo demás, el asunto me interesa poco. ¿Ha visto usted mi última película para Selznick? Eso sí tiene importancia. ¡Y la próxima, amigo mío! Figúrese usted que el argumento... — Palabras textuales de Owen Moore a un redactor de CINE-MUNDIAL, F. J. Ariza por más señas, que tropezó con él en un restaurant de Broadway y le hizo varias preguntas sobre su reciente divorcio. De modo que Owen Moore no está perdiendo sueño porque su ex-cónyuge, Mary Pickford, se haya casado con Douglas Faix^ banks. Y pensar que Owen y Mary, hace seis o ■ siete años cuando trabajaban en los talleres de la empresa "Imp", que como este amor también ha muerto, no se separaban un instante y eran para los demás cómicos un modelo perfecto de felicidad. Lo más curioso de este idilio matrimonial que fenece en los tribunales, como es fre i cuente entre la farándula norteamericana, es que dentro de pocas semanas ambos examantes trabajarán bajo el mismo techo y ' bajo el reflejo de las mismas Cooper-Hewitts en los suntuosos talleres de Robert Brunton, en Los Angeles. Ya parece que oigo las habladurías y chis | mes de bastidores. — Ayer se encontraron a la entrada. . . — Te fijaste como Mary palideció al ver « a Moore en los laboratorios? — Se pasaron sin saludarse. . . Etc., etc. A mí todo esto me importa un bledo, y ' me abstendré de hacer más comentarios. Con tal de que no se enrede la pita y vuelvan a enamorarse. . . Jorge Hermida. > PÁGINA 475