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CINEMUNDIAL
AIRE
Subimos. Al principio, la ascensión fué lenta. Nuestro aeroplano era tan grande que no se sentía en él el balanceo que caracteriza a los vuelos en máquinas pequeñas. La velocidad fué en aumento. El cielo estaba de una transparencia extraordinaria y libre de la menor nubécula. Sobre su límpido azul nos deslizábamos como en un mar sin pliegues. Debajo de nosotros, el piloto de Baltzell evolucionaba para ponerse "a tiro", mientras Cohén daba órdenes a su gente y hacía señales a los de la otra máquina.
Moon — cuyo rostro veía yo perfectamente— se preparó para el salto sin que desapareciera de su semblante la sonrisa de optimismo que lleva siempre estereotipada en los labios. Con mucho cuidado, pero sin pizca de ansiedad ni de nerviosa precipitación, el sargento se puso de pie, salió de la caseta del piloto y, agarrándose a los alambres — no tanto para conservar el equilibrio como por no ser arrastrado por el terrible Ímpetu del aire que, a aquella altura y con aquella velocidad, soplaba a razón de más de cien millas por hora — fué, paso a paso, desde el centro de la máquina hasta el extremo del ala en la cual se sostenía. AI borde de ésta se hallaba colgada la bolsa del paracaídas.
Lentamente, Moon se sentó y ciñó las correas que el paracaídas tenía. Cuando hubo terminado esta corta tarea, alzó la cara, lanzó una sonrisa al fotógrafo y, sin más ceremonias, se lanzó al espacio. . .!
Pálido de emoción, eché medio cuerpo fuera de la máquina y vi que el paracaídas se había abierto. Abajo, el aeroplano de Baltzell, casi de punta, iniciaba sus peligrosas espirales en torno del hombre que caía trazando en el aire prolongadas curvas. Luego, ya no pude ver nada: la niebla se interpuso entre nosotros y la tierra.
Esta empresa que, descrita en tan pocas líneas, parece muy sencilla, es en realidad peligrosísima para el protagonista, pero ningún riesgo corrían en ella los fotógrafos.
aunque para los que vieron todo aquello desde abajo, parecía que la pequeña máquina en que Baltzell viajaba iba a dar una voltereta en el momento álgido; tal era el ángulo de inclinación a que tuvo que ponerse para fotografiar la escena. A los pilotos correspondieron los laureles, por la pericia con que maniobraron para tomar la j)elícula, que fué un éxito completo.
Billy Moon momentos antes de saltar del aeroplano — Entre el cielo y la tierra — Recibiendo las felicitaciones del jefe del aeródromo, poco después de haber tocado tierra.
Una experiencia tras otra
Cuando hubimos descendido, se iniciaron los preparativos para el segundo vuelo, que ilehía hacerse aquella misma mañana: el teiiiente Patricio Logan iba a demostrar sus liabilidades como aviador, por medio de una serie de vuelos caprichosos que Baltzell fotoí.'rafiaría en su móvil celuloide.
El presenciar estas pruebas me dio una lección. Pocas semanas antes, al ver en un cine una serie de fotografías semejantes, me pareció que, en ellas, se perdían el efecti. y emoción inherentes a los vuelos de aeroplano, porque las máquinas se me antojaban pequeñísimas y sus evoluciones resultaban en extremo lentas, de modo que, a mi juicio, la cámara no había reproducido fielmente las escenas respectivas y las había despojado del sensacionalismo que, sin duda, debieron tener en realidad. Pero, estando presente en to das estas maniobras, comprendí que me había equivocado y que sentía yo exactamente la misma impresión en la realidad que cuando veía la exhibición de la película.
El aeroplano en que iba Logan subió pri I mero. La máquina en que Baltzell y yo ascendimos, fué después. Y mientras nos preparábamos a seguirla, hice algunas preguntas pertinentes a Tommy Baltzell.
— ¿No tienes miedo cuando andas dandfl' vueltas por las nubes?