Cine-mundial (1920)

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CINE-MUNDIAL — Me falta tiempo para asustarme — replicó— porque siempre tengo otras cosas mucho más importantes de qué ocuparme. Con la cámara en las manos y el "sujeto fotográfico" danzando en los aires de un lado a otro, de lo que menos me acuerdo es de que ando haciendo las mismas piruetas. Además, ya me acostumbré, a fuerza de repeticiones y, aunque el estómago anda de arriba a abajo y de oriente a occidente la mayor parte del tiempo, lo que más me interesa es que no salga la imagen del campo del objetivo. — ¿Supongo que, con tanto quehacer, nunca sabrás si estás volando boca arriba o boca abajo? • — No, la verdad. . . — respondió Tommy después de un momento de reflexión — ni modo de averiguarlo. Lo que pasa es que, girando por los aires, resulta inútil ponerse a pensar si la máquina va patas arriba o patas abajo. Rodeado de cielo azul por todas partes, a lo mejor se encuentra uno con que la tierra está allá arriba, donde, según el orden natural de las cosas, debían lucir el sol y la luna, pero como, a lo mejor, en ese momento, la escena que está uno fotografiando se empeña en salirse de foco, lo que menos se le ocurre a uno es tener miedo de que se le derrame encima el Océano Atlántico. — ¿Y no has tenido accidentes. . .? — A nuestro regreso te contaré algunas aventurillas. Vamonos ahora. Persiguiendo aeroplanos Y, efectivamente, nos fuimos. En mareantes zig-zags, seguimos las espirales de la máquina de Logan que giraba sobre sí misma, haciendo increíbles piruetas, y subía y bajaba, con rapidez, desde las nubes casi hasta tocar tierra y luego, desde unos cuantos metros del suelo hasta el cielo refulgente de luz. Como había que tomar todos los detalles, nuestra máquina hacía también su "circo" y confieso que me mareé un poco y que, al bajar, tenía dolor de cabeza. Pero la experiencia valió la pena. Y mientras nos quitábamos las ropas de aviadores, Tommy Baltzell me contó lo que. según él mismo, fué "su peor vuelo". — ¿Te acuerdas de las vistas del Canal de Panamá? — me preguntó. — Ya lo creo — le dije. — Es la película en la que el aviador — con el cual parece que el espectador va viajando por el espacio — corre en el aire al encuentro de los diques sucesivos que se van abriendo y parece, a! surgir el agua en catarata, que va uno a ser bañado de pies a cabeza. . . — ¿Parece, eh?. . . — dijo sarcásticamente Tommy. — Pues, para que te lo sepas, me bañó de pies a cabeza. . . —¿Cómo? — Como te lo digo. Probablemente rae acerqué demasiado. El caso es que el agua me dejó como rata mojada y las gafas estaban tan empañadas que no veía yo ni pizca. Cada vez que hago uno de estos vuelos, me prometo que será el último. Pero. . . ya ves. la tentación es muy fuerte. Esa "tentación" es el instinto reporteril, sin el cual no es posible hacer buenas cintas para la "Revista Pathé" ni para ninguna otra revista de noticias cinematográficas. Sobre el Capitolio Algunos días después de la experiencia que he relatado, hice otro vuelo destinado a demostrar a la gente la facilidad con que una escuadrilla de aeroplanos enemigos podía llegar hasta el Capitolio de Washington. Claro que, en la escena, tomaron parte numerosos aviones. íbamos en una máquina de bombardeo marca Martin, que, a jiesar de ser también enorme, como los HandíeyPagt, es de más fácil manejo. En ella nos acomodamos Cohén, el fotógrafo, apudado "La Abeja", dos oficiales y el que esto escribe. Cuando nos hubimos lanzado a 1í5 nubes — en un cielo hermosísimo — me entretuve en contemplar el paisaje de la ciudad extendida a nuestros pies. Entre nosotros y la t'crra, una flotilla de aeroplanos hacía maniobras en masa, que eran las que debían fotografiarse. Cohén, que iba delante de mí, hizo algunas señales al piloto. Inmediatamente, el horizonte comenzó a variar de posturas y a subir y bajar, como en los buques cuando se inicia la marejada. Pero, haciendo comparaciones, lo que más me preocupó fué el ver que estábamos en un ángulo de sesenta grados con la línea de ese horizonte y que, a mi juicio, si nos inclinábamos un poquito nada más, iríamos a estrellarnos irremisiblemente. Al mismo tiempo, la tierra que, por lo general, parece inmóvil cuando se vuela en línea recta, comenzó a girar más y más rápidamente y parecía, por otra parte, que el firmamento y el planeta se perseguían uno al otrn. en un;i carrera vertiginosa en la que nadie podía averiguar quién sacaba ventaja. Claro que mí estómago estaba también haciendo suertes y que, a veces, se me iba la respiración durante el curso de tamañas piruetas, pero, al fin, volvimos a la situación nomal y el horizonte cesó sus evoluciones extraordinarias. Más tarde me enteré de que lo que habíamos estado haciendo eran espirales sucesivas a fin de ponernos rápidamente a la altura de las máquinas que abajo maniobraban. Con toda honradez confieso que no me gusta hacer espirales en un aeroplano de bombardeo y que no tengo ninguna gana de repetir la experiencia. ¡Qué bien me sentí, después de todo aquello, al pisar tierra firme! Por vía de consuelo, cuando ya estábamos quitándonos los gabanes de cuero, oí a uno de los mecánicos que preguntaba a nuestro piloto: — ¿Te diste cuenta de lo cerca que andabas del descanso eterno durante ese viajecito? El piloto — Félix Steinle — alzó los hombros con aire indiferente, pero lo que no me cayó en gracia fué que, apartándose de nosotros, se dirigiera a las dos ambulancias que, con su personal, aguardaban a diez pasos de distancia y les dijese: — Ya pueden irse. No se les necesitará más. Así me enteré de que "pudieron haberlas necesitado" para mi beneficio. De modo que, cuando pregunté a Cohén cuándo volverían a subir sus fotógrafos y me contestó que al día siguiente, me apresuré a despedirme con la mayor efusión que pude, asegurándole que, con los datos obtenidos, había más que suficiente para escribir este artículo. En la cinta de Mary Pickjord intitulada "El Corazón de la Sierra" hay un montañés, que no ha salido de allí jamás y que se peina con un cepillo de mango de plata. Ni él ni la cabana en que vive parecen estar de acuerdo con el tal cepillo . . . que Para nosotros quisiéramos. En "El Pintor de Dragones" de Hayakawa, éste mete el puño en uno de sus cuadros y destroza la tela. Pocos instantes después, su novia recoge la pintura y . . . ésta está intacta. Y Eugene O'Brien en "La Melodía Rota" también está pintando un cuadro y apenas acaba de dar los últimos brochazos, se lo pone debajo del brazo ... y no se pinta el traje! Cinco escenas de "Tabla Rasa' película presentada por la "Trasatlantic Films" y en la que hay un lujo de presentación y de es cenarlos que ha sido motivo de alabanza.