Cine-mundial (1920)

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CINE-MUNDIAL Corinne Ghffith nos habla de Faldas 1 eSTA vez va en serio — me advirtió el señor Director frunciendo el entrecejo— . Usted está aquí para hacer entrevistas. Hágalas. Si vuelve a meter sus asuntos personales en las columnas de CINE-MUNDIAL, buscaré otro encargado para esa sección. Dijo y desapareció (como dicen en "El Dominador"), Y como, sin CINE-MUNDIAL, no hay puchero en mi casa, no me queda más que hacer las entrevistas a secas y sin comentarios. Sin embargo, ya que el Respondedor de Preguntas se permite hacer chistes, yo, a mi vez, pondré a este articulo un titulo que se preste a sabrosos comentarios, y que obligue a los lectores a ir hasta el final. . . porque eso de las faldas va en los últimos renglones. Y basta de prólogos. Aquí empieza la entrevista. Estábamos en una habitación amplia, demasiado amplia para este Nueva Yorli en donde no se puede hacer gimnasia sueca sin tocar el techo o las paredes. Por las ventanas entraba un chorro de sol. Era un taller de arte. No una buhardilla de esas que nos describen los novelistas franceses y donde el genio lucha a un tiempo contra el hambre, las cucarachas, el público que no lo comprende y la casera que no le fía, sino un "studio" a la moderna, de lujo, con tapices y cuadros, festones y joyas. Era el departamento ocupado por Corinne Griffith, estrella de la Vitagraph, en el Hotel des .\rtistes. Abundaban las plantas y las flores y como todavía estaba haciendo en la calle el mismo frío que nos trajo la influenza, pregunté a Corinne qué significaban tales alardes de primavera. — Es que acabo de llegar de Nueva Orleans y me hace falta esta atmósfera tropical para no sentirme nostálgica. Brookiyn, donde está el taller en que trabajo, es de lo más prosaico, mientras que aquí se respira un poco de aire puro y se siente una menos helada. — ¿Aquí es donde se celebró un famoso concurso de belleza hace poco, no es verdad?— inquirí recordando que se había ofrecido un baile y un premio a la más bella de las mujeres presentes, en cierta fiesta organizada algunas semanas antes. — Efectivamente. Y un concurso por el estilo fué el motivo inicial de mi entrada en el cine. — Es verdad — contesté dándome una palmada en la frente. — Usted fué la que ganó en Nueva Orleans la famosa manzana de oro. — Sí, señor. Todavía conservo la famosa nianzana. . . de la discordia. — ¿De modo que, para usted, quedarse con ese fruto y plantarse en las constelaciones cinematográficas fué todo uno? — No tanto, no tanto. . . Pero no puedo i|uejarme. Otras han luchado y sufrido bastante para llegar a figurar en el arte mudo, en tanto que mi carrera ha sido relativamente fácil. Me considero con suerte, sobre todo desde que llegué a Nueva York y vi la enorme cantidad de jóvenes — muchas de las cuales sin duda con tantos méritos como yo — que vienen a buscar la fama y el oro en la pantalla cinematográfica y que en la mayoría de los casos, sólo encuentran la decepción y el desengaño. Nunca creí que hubiese tantas aspirantes a la fama que trae el Cine. . . Por EDUARDO GUAITSEL — Y eso que usted no ha visto lo que pasa en otros talleres. . . — Es cierto, pero en el mío hay suficientes casos. A veces, me da muchísima lástima encontrar a jóvenes que tienen carácter, fuerza de voluntad y ambición bien dirigida y que, por culpa de la suerte, se (juedan a la mitad del camino, a despecho de su atractivo y su talento. Recuerdo el caso particular de una jovencita a quien conocí el otro día. . . — ¿Aspirante a estrella? — Como la mayoría, sí señor. Hacía varias semanas que iba de taller en taller buscando empleo. Tal era su empeño en tornar parte en una película que a conseguirlo dedicaba sus días enteros, con la obsesión de los iluminados. Ya estaba casi al borde de la miseria, porque los fondos se le habían agotado, pero por suerte, a última hora, recibió una carta de recomendación para el directo)de una nueva empresa y ayer me vino a decir, con las lágrimas en los ojos, que por fin le habían dado un papel en una película y que comenzaría a trabajar la semana entrante. Era tal su entusiasmo que, de veras, me conmovió recibir la noticia, como si se tratara de un triunfo personal mío. (Y yo, que no soy ningún tonto, comprendí que "la carta de recomendación" había salido precisamente de las manos de Corinne, de modo que no me sorprendió que "la buena suerte" hubiera sonreído a la joven aspirante.) — ¿Y le dio a usted siquiera las gracias? — pregúntele. — No. No se la di yo. . . Fué un amigo mío— replico sonrojándose. — No le hace. De todos modos, espero que no sea un fracaso. — Estoy segura de que no. Es horrible pensar que va uno a salir mal de la prueba suprema. Yo nunca olvidaré mi primera mañana en el taller. Cuando me preparaba para salir ante la cámara por primera vez, estaba temblando de pies a cabeza y sentía que se me doblaban las piernas y que no podía ni tragar saliva del puro susto. . . Todos se mostraban amabilísimos conmigo y me estimulaban, pero yo tenía un terror atroz, pensando: "¿Y si salgo mal...? ¿Y si fracaso?" {Continúa en la página 558) Corinne Griffith, uno de los astros más brillantes de la constelación de "VitagrapK", luce en esta fotografía la clásica belleza que tantos admiradores le ha conquistado en el mundo cinematográfíco.