Cine-mundial (1920)

Record Details:

Something wrong or inaccurate about this page? Let us Know!

Thanks for helping us continually improve the quality of the Lantern search engine for all of our users! We have millions of scanned pages, so user reports are incredibly helpful for us to identify places where we can improve and update the metadata.

Please describe the issue below, and click "Submit" to send your comments to our team! If you'd prefer, you can also send us an email to mhdl@commarts.wisc.edu with your comments.




We use Optical Character Recognition (OCR) during our scanning and processing workflow to make the content of each page searchable. You can view the automatically generated text below as well as copy and paste individual pieces of text to quote in your own work.

Text recognition is never 100% accurate. Many parts of the scanned page may not be reflected in the OCR text output, including: images, page layout, certain fonts or handwriting.

CINE-MUNDIAL Los Despertadores Por ÁNGEL M. VILLAMIL (Para Ramón Marín) I ... y sin soltarme la mano, la que me oprimía con la misma satisfacción con que un niño oprime una naranja jugosa, me dijo: — No faltes; te espero en el vestíbulo ilel Hotel Astor. A las siete en punto. Mira. . . quisiera que apagaran las luces ahora. . . te diría adiós de otro modo, pero. . . en fin, no faltes a las siete. Si no vienes te he de reñir. . . Y terminaba con un mohín tan gracioso, que me pareció contemplar a una de mis hermanas cuando la inocencia las hacía creer que sus muñecas oían sus regaños y sufrían al oír sus amonestaciones de mentidas y solemnes madres. — Sí, sí, a las siete en punto; llegaré ;intes, si me es posible. — Adiós. . . — Adiós. . . Y, al soltarme la mano, no pude abstenerme de demostrarle parte de mi loca admiración aprisionando una de las de ella, la que parecía una paloma blanca, arisca y nerviosa, en lucha vana por libertarse de las garras de un milano. Apreté su mano con todo el ardor de una pasión momentánea, la solté y, sin querer volver a mirar aquellos ojos tan bellos y peligrosos como una tempestad, se levantó de la platea dejando a mi lado un vacío de desierto, mientras, cerrando los ojos, contemplaba, alma adentro, campos florecidos de amapolas rojas como labios y playas infinitas de azules horizontes. Después me puse a pensar cómo la casualidad reúne a los seres que se han separado. ¿Será la casualidad o habrá algo que rige, rigurosamente, el destino de las criaturas. Encontrarse en Nueva York con una persona que uno desea, y casi hasta en el momento propicio, es algo así como querer capturar a Pancho Villa o a Guillermo 11 y último, o a cualquiera otro de los personajes sangrientos de la Tragedia Humana. . . Así, pues, yo que había ido al "Strand" comisionado por CINE-MUNDIAL para escribir un artículo. . . ya no me acuerdo sobre qué película, al encontrarme con la moza que ustedes deben de figurarse, se me olvidó la revista, el artículo y la película. . . i y eso que mi madre dice que yo soy un misógeno ! Como me era casi imposible esperar hasta las siete de la tarde, y tenía que esperar, determiné ponerme en locomoción, pues, ¿quién no sabe que el que espera sentado espera más? Es el caso que, sin saber cómo, llegué a mi habitación. Me parecía tener un sinsonte en el pecho; a pesar del invierno, yo sentía calor y, cerrando el calefactor, alcé los cristales de mi ventana para que entrara todo el aire fresco y vigorizante y me llenara los pulmones de vida. . . después toqué el piano; abrí un libro de Carapoamor y lo tiré en un anaquel empolvado cuando leí: *'si empieza el hombre penando"... ¡Qué hombre más lúgubre!... busqué unas palabras en el diccionario y. . . no sé cuántas otras cosas hice. Miré mi reloj despertador Junio, 1920 < y me pareció que faltaba un año para las siete: eran las tres de la tarde. — ¡ Ali! — me dije — puedo convertir estas cuatro horas largas, cansadas y nerviosas, en un suave sueño corto y restablecedor. Despertaré a las seis y, con toda puntualidad, me encontraré en el vestíbulo del hotel mencionado antes de las siete. Y mientras decía esto a manera de un rezo que apenas quisiera despertarse de unos labios fervorosos, el pensamiento corría inconscientemente como un niño vivaracho e incansable de uno a otro extremo del suntuoso vestíbulo del Astor, como queriendo adivinar la presencia de unas curvas supremas y únicas. — Mi despertador... ¡qué bueno eres, qué gracioso! No sabes decir otra cosa... siempre tic-tac-tic-tac. . . sin embargo, y a pesar de tu monotonía, eres un picaruelo, pues velas que me duerma para escandalizar con ese timbre alborotoso que, cual un muchacho travieso y timorato, calla tan pronto como me despierta. — ¡Ah, relojito, qué misión la tuya! ¡Cuántas veces me has avisado que es la hora de ir a buscar el pan que me da fuerza y alegría! Eres como un perro bueno que, a pesar de su vejez, siempre está alerta. Cuando más ensimismado estaba, con el pensamiento vagando a solas como el ave que ha perdido el nido amado y caliente, y hasta el instinto que le guiaba a él, me vino al alma, y al cuerpo, una alegría que me hizo sentir una sensación extraña. . . La cita, la cita era la alegría, la esperanza. eí futuro. I>o tjue ponía en mi alma tibia 'i pátinas de sol y ampliaba las perspectivas de mis horizontes. A. sí, para no sufrir la calmosa lentitud del tiempo, que parecía resistirse a la ineludible ley de mutación, resolví acostarme, dormirme, y que el relojito me despertara a la hora precisa para así no sufrir la angustiosa espera. Y me acosté. . . II — Las diez. . .!! las diez. . .!! No, imposible. Salté de la cama con la agilidad de un digitígrado que ve desaparecer ante su vista la presa que venía acechando y, con más te mor que deseo, busqué mi reloj de bolsillo para asegurarme de la certidumbre. . . — Las diez y dos. . . — Señora, señora — grité entreabriendo la puerta que me comunica con el resto de la casa — ¿qué hora es? — Las diez y diez. — ¿t-as diez y diez, dijo? ■ — Sí; sí, las diez y diez. — ¡Canastos, entonces es cierto... las... diez y. . .! Cogí el reloj, con la natural delicadeza en tales circunstancias y, disparándolo contra una esquina del cuarto, hice menudos pedazos el cristal de su esfera La señora de la casa, al oir el alboroto que produjo el lanzamiento del reloj contra el piso, y, además, oir que la bizarría de mí vocabulario era alarmante, llamó a mi puerta y, con tímida cortesía, dijo: — Joven... ¿qué le pasa? La relaté lo ocurrido, la furia que tenía y hasta estuve a punto de echarla fuera y que me dejara en paz, a no ser que notara en sus labios la expresión del que va a decir algo alentador. —Bien... ¿y qué? ¿Tiene algo que decirme? — Si, joven, sí. . . Usted ha roto el reloj sin motivos. Pues como a las seis. . . sí, como a las seis, el timbre sonó con la misma regular intermitencia de otras veces. Y, como no oí a nadie en la habitación, creí que usted se había marchado' sin a justar el .silenciador. — Entonces... ¿el timbre sonó y no desperté? — Evidentemente. — Señora, merece que yo pague los vidrios rotos. Y así, un poco más reflexivo, pero no sin dejar de tirar de la chalina con mal reprimidas demostraciones, me arreglé y me eché a la calle, abstraído, pensando en rail cosas que no llegaban a definirse en mi cerebro. Sin darme cuenta, me dirigí al sitio que hubiera sido la primera escena de una noche de amor y vida. . . Nadie, nadie. La Vía Blanca me parecía un inmenso vacío, y, eso, a pesar de la muchedumbre novelera que, en las noches de invierno, sale a lucir sus pieles en la abigarrada calle de Broadway. — ¡Dios mío, qué habrá dicho ! ¡ Qué se habrá imaginado! Seguramente ya no querrá verme más nunca y, cuando me vea, me reñirá. Cuando la relate lo acaecido con el reloj me dirá que es una excusa y, al fin, terminará por desairarme. : > P.iciNA 557 ¡