Cine-mundial (1920)

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CINE-MUNDIAL Después de haber vagado por espacio de dos horas, o más, con la esperanza de un posible encuentro, nic volví a mi cuarto, donde me decidí a escribirla como sigue: N. Y., marzo 5 de 1920. Srta. L. . . 913 Quinta Avenida (?) Ciudad. Mi buena e ideal L. . .: Perdóname. ¡Cuánto te quiero! (Este paréntesis no lo escribí, lector, pero quiero hacerte saber que, cualquier mujer que viva en la Quinta Avenida, allá por la vecindad del número 913, se debe de adorar, pues sus sentimientos son como el "oro". . . si no es la doncella.) Si pudiera besar las huellas que dejaras anoche cuando hubiste de marchar sola y abrumada por tanto pensamiento negro, camino a tu casa, lo haría. . . Me parece verte, nerviosa, mirando a cada minuto el reloj de tu pulsera, y disimulando tu inquietud a los ojos de los curiosos para evadir el requiebro o la alusión mortificante. Tienes que encontrarme esta noche, a las siete, en el mismo sitio, y te relataré lo que me pasó. Es casi increíble. No me mires con dureza, ni me riñas, pues cuando te enteres de la verdad me has de perdonar. Ahora me voy a acostar, pues que deseo verte en mis brazos aunque sea en las mentidas realidades de los sueños. Beso esta carta para que tus manos reciban la tibieza de mis besos. Au-revoir, queridita. Tuyo, Ángel. Terminada la carta, me eché en la cama con todo el descuido que inspira la soledad, deseando hondamente que amaneciera cnanto antes para salir y franquearla. III Al salir del pórtico de mi casa me encontré con un muchachito como de catorce años, vestido con un uniforme azul, que se acababa de apear de una bicicleta y, preguntándome mi nombre, me entregó una carta después que supo que yo era el destinatario: N. Y., marzo 4 de 1920. Queridito mío: ¿Por qué me dejaste a las tres y no empezamos a discurrir seguidamente por el florido laberinto de nuestras ilusiones? ¡Ingrato, ingrato!... por tu culpa, ya ves lo que pasó. Cuando te dejé en el teatro me fui a casa, me recosté en la cama, para que, soñando, y despertando luego, prolongara así la vida de un sueño de luz y amor, pero. . . transportada en alas de la irrealidad a un mundo más intenso y propicio a las sensaciones, soñando contigo, el sueño fué tan dulce y embriagador que no oí el timbre de mi reloj cuando sonó. . . Como había pasado la hora de nuestra cita, supuse que te habrías ido y, por ello, decidí quedarme en casa, después de haberte echado ésta al buzón. Te espero el sábado a la una de la tarde en la esquina de la 45 y Broadway. Bésame, bésame. . . L. Después que leí la carta, que me deleitó eomo deleita un manjar agridulce, creí más oportuno romper la mía sin que llegara a 8U poder. — ¿Será posible? — me decía entre dientes. — En fin, tal es la vida. T TT N I o . 1920 < '■ despertadores que, por una casualidad del destino, me dejaron dormir mientras pasaban las máscaras de la vida. Lucí lie Lennox, "descubrimiento" artístico de la casa "Pathé" que en la actualidad interpreta un fotodrama en serie que dirige George B, Seitz. IV A la una de la tarde del sábado que ustedes tienen que imaginarse, que parecía Sábado de Gloria, o por lo menos, a mí, a eso me sabía, me encontraba en la esquina del Hotel Astor, entre Broadway y la Calle 45, y, extrañando el cuerpo a derecha e izquierda para no interrumpir demasiado el tránsito de una muchedumbre en exhibición, sentí que caía una mano sobre mis hombros. Era Jordán, antiguo amigo, cmprimaverado con flores de invernadero, tristes y mustias. — ¡Vamos, hombre, por fin le veo. Se vende usted más caro que la misma felicidad. Desde la noche aquella que, juntos, visitamos la buhardilla de Greenwich, no lo había vuelto a ver. ¡Qué tal, qué tal! — Pues estoy muy bien, amigo. Aquí espero una hembra. . . esto es, una señorita de quien estoy más prendado que un místico de Santa Teresa. Es bonita, noble, y. . . y. . . me adora. ¡ Si viera usted la carta que me ha escrito ! Nada, nada, me caso. La vida del casado es la verdadera vida: la tranquilidad del hogar, el calor del lecho, la tibieza palpitante del regazo. . . en fin, la Ley, todo está en el matrimonio. — Está tocado, amigo — me dijo Jordán. — Yo no me caso. Mire: mientras existan hembras como L. . . ¿se acuerda? Aquella que conocimos en el Strand Roof. . . ¡qué voy a casarme ! Le diré: el sábado pasado, como a las siete de la noche, estaba yo parado aquí mismo, cuando salió ella del "Astor". Como me saludara sonriente, me acerqué y la invité al Moulin Rouge. Naturalmente, aceptó. Lo cierto es que me acuerdo que descendimos aquellos mullidos escalones como a las siete y cuarto, pero... ¿cuándo salimos?, de eso sí que no me acuerdo, pues me vine a dar cuenta de mi existencia al otro día por la mañana. . . que me encontré acostado en el canapé del apartamiento de I-*. . . y. . . — Bueno, amigo Jordán, dispénseme, pero tengo que irme. . . Y, sin decir otra cosa, me dejé arrastrar por la ola humana para que rae llevara a otras playas. . . Y como he decidido no casarme, si alguien desea probar, estoy dispuesto a presentarle la señorita L. . . pues yo prefiero pasármelas arreglando los vidrios rotos de los muchos CORINNE GRIFFITH NOS HABLA... iViene de la página 5.S6) — Pero ya estará usted convencida de que no había nada que temer. Es usted una estrella completa. . . Y por cierto que me dicen que ahora se ha dedicado usted a escribir y que somos colegas. . . — No, no, no. . . He salido en papeles de literata y periodista, pero mis aficiones van por distinto camino. Con el Cine, basta y sobra, se lo aseguro a usted. No deja tiempo para nada. Sin embargo, cuando tuve que hacer el papel de repórter de un gran diario, a fin de que las escenas fueran lo más realistas y para empaparme del "ambiente" de la obra, fui al "New York Sun" y solicité y obtuve permiso para ir con el repórter encargado de la sección de policía a recoger noticias a la famosa prisión de "Las Tumbas" de Nueva York. . . — Ya me imagino que se divertiría usted mucho con esa experiencia y que tendría sus aventurillas. — Ya lo creo. Entré en la cárcel, visité las celdas, hice preguntas a los presidiarios. . . — ¿Y no le pasó a usted nada extraordinario? — ¿Extraordinario?. . . Sí: me encontré con un chauffeur atento. . . — No. . . ¿Es posible? Cuente, cuente. . . — El taxímetro estaba a la puerta de la enorme prisión en momentos en que yo salía. Una dama, precisamente frente a mí, estaba agarrándose las faldas y dando otras inequívocas señales de que se iba a quedar en paños menores por culpa de un alfiler mal puesto o de una pretina desatada. Era evidente que necesitaba un puerto, un refugio. El chauffeur saltó de su asiento, quitóse la gorra y, galantemente, abrió la portezuela y ofreció a la dama el discreto asilo de su coche. Ella aceptó, roja como un tomate, entró, bajó las cortinillas y. . . Pasaron cinco minutos de expectación. Al cabo, salió de allí, muy colorada, pero con la pretina en su lugar. Sonrió al chauffeur, nos lanzó una mirada fulminante (nadie perdona la curiosidad pública en estos casos de apuro) y el chauffeur saludó. — ¿Y no le cobró nada por el uso del taxímetro? — Nada. — Pues, con los debidos respetos, no creo ni una palabra — dije yo escépticamente. Corinne se echó a reir, asegurándome que era rigurosamente histórico cuanto me acababa de contar y nos despedimos. Cuando entré en el poderoso automóvil» que me esperaba a la puerta, registré con la mirada todos los rincones del coche, pensando: "¿No habrá quedado por aquí alguna horquilla. . . o algo?" Las acciones del Circuito El cable tuvo la culpa de que en el número anterior de nuestra revista y al referirnos a la formación del "Primer Circuito Argentino de Exhibidores", dijésemos erróneamente que las acciones de dicha sociedad eran por valor de cincuenta pesos cada una. Lo cierto es que valen cinco mil pesos en moneda argentina. Asimismo dijimos que la nueva empresa trataría de hacer algunas innovaciones de exhibición y aludimos al "cine continuado"; pe■ro no se trata de suprimirlo, según parece, sino, por el contrario, de popularizar este sistema, para beneficio del público y de los empresarios.