Cine-mundial (1920)

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C I N E M U X D I A L ''El Dominador Serie cinematográfica, en quince episodios, original de Arthur B. Reeve y John V. Grey Novelización de Mary Asquith y versión castellana de F. J. Ariza, ambas hechas especialmente para CINE-MUNDIAL El Sr. E. S. Manhcitner, que tiene los derechos exclusivos para el extranjero de esta serie cinematográfica, nos comunica que ya ha quedado fotografiado el iiltimo episodio de la producción y se ha dispuesto de algunos territorios, aunque todavía faltan varios detalles a que atender, relativos a la exhibición. SEXTO EPISODIO LA GRUTA DE LOS ROEDORES Si me miras, te mato ahora mismo— silbó Renard. Pero Dupont no hizo ademán alguno ni movió la cabeza, sino que continuó fijando sus ojos sobre Kali. que estaba ya completamente a merced de su poder '^Mata* a Renard— ordenó al pigmeo con toda ja fuerza de sus energías reconcentradas.— Mátalo. JNo será un crimen, pues Renard es un asesino y una amenaza para la sociedad. Mátalo. Kali miraba a Dupont con aire estúpido y mostrando hasta el blanco de sus ojos desmesuradamente abiertos, mientras Renard, sin comprender la actitud sumisa de su cómplice, se esforzaba por obligarlo, mediante signos inútiles, a atacar al joven doctor. —Debes obedecerme — continuó ordenando en silencio Dupont. — Mata a Renard. Con un rugido de fiera, Kali salto por encima de la cabeza de Dupont y éste se echó a un lado rápidamente, salvándose así de la bala de Renard que hizo fuego al mismo tiempo que el indio caía sobre el y lo asía por la garganta. Los dos rodaron por el suelo, luchando como perros rabiosos. El arma de Kenard habia caído lejos de ambos y Dupont. aprovechando aquel instante, salió corriendo de la casa, mientras los dos camaradas de crimen se propinaban tremendos golpse. t. r u Renard comprendió, demasiado tarde, que Kali nabia caído bajo la influencia hipnótica de Dupont y trató, con todassus fuerzas, de arrancar de su cuello congestionado, las manos como tenazas del pigmeo. — [Despierta, imbécil I— gritó, medio abogado. Pero Kali no soltaba la presa y ambos iban de un lado a otro de la habitación hasta que Renard, con una brutal bofetada, logró apartarse de su rival y despei-tarlo. Pocos minutos de explicaciones bastaron para establecer la paz entre los dos bribones y para acrecentar aún más el odio que ambos profesaban a Dupont. Mientras este salía victorioso de su encuentro con los bandoleros, y en tanto que Violeta estaba al borde de la muerte y a merced de Vera, el Rostro Fantasma y Luis, el doctor Sutton, que regresaba sin sospechar nada de una visita profesional, penetró sonriente en su casa y llamó a Violeta primero y luego a Dacca, sin obtener contestación. — Es raro que los dos hayan salido — pensó p^a sí. — Debían haberme dejado aviso de sus intencio Mirando en derredor, sus ojos sorprendidos dieron con el sitio vacío en que antes estaba el retrato de St^ele y, más inquieto que nunca, se disponía a salir a la calle, cuando tropezó con la tarjeta que la joven le había dejado explicándole que había salido con Dacca en el automóvil. — Pero no dice dónde fueron — se dijo — ni por que se llevaron el retrato, i Será posible que hayan caido en un nuevo lazo? Saliendo a la calle, el doctor llamó un taxímetro. Je varios que estaban fu la esquina más próxima y preguntó al chauffeur si había visto salir a su criada y a Violeta. — Sí— contestó el interpelado. — Iba con ellos un iniividuo de corta estatura. . . Creo que es un artista. — ¿Y, por casualidad, no oyó usted a dónde se dirigían? , — No. pero puedo seguir el rastro del automóvil — iijo el chauffeur, interesado en aquellas preguntas y il ver la inquietud reflejada en el semblante del mciano. — ¿ Cómo ? — Muy sencillo. . . La nieve muestra claramente el jaso de las ruedas y, a no ser que encontremos un >arrio demasiado populoso y donde haya muchos coches, será fácil ir siguiendo la huella, . . Además, las lantas de ese auto van marcadas con las iniciales del propietario "C. U. C. U." Que se ven claramente en a nieve. Mire usted. . . Efectivamente, sobre el fondo blanco del pavimeno se destacaban en relieve las letras que iban tallalas en la superficie del neumático, dejando impreso •n el piso el contomo clarísimo de sus figuras Animado por aquella circunstancia, el doctor se tpresuró a meterse en el taxímetro y a ayudar al chauffeur a seguir el curioso rastro que el auto de )acca y de Violeta dejaba sobre la nivea superficie. En el taller de escultura, Violeta estaba a merced le sus enemigos. En el instante en que se creía perlida para siembre, sin embargo, se escucharon ruiloB en la parte de la calle. Era la policía que llegaba y que, sin ceremonias, se disponía a echar abajo as puertas. Los facinerosos comprendieron que no abia tiempo que perder y salieron a todo correr. Y uando el doctor Sutton y el grupo de guardias que > acompañaban lograron penetrar en el falso "stuio", sólo hallaron allf a la pobre joven, a punto de esmayarse de terror. Dacca, que recobraba a la sazón los sentidos, se ulpo a sí mismo de la imprudencia cometida al no aber comprendido que se trataba de un lazo. Renard recibió al Rostro Fantasma con la historia del disfraz de Dupont que tan mal rato le había hecho pasar. —Estaba tan bien hecho — le explicó-^ue por un instante, yo mismo me equivoqué y creí que era usted. Pero, por fortuna, ví sus ojos, intensamente azules y comprendí que no hay poder humano que pueda cambiar las pupilas de negro a azul. Sin embargo, no pude evitac que hipnotizara a Kali y eso fué lo que enredó el asunto. ~l Por qué no le diste un balazo— preguntó Vera indignada. — Me parece que si yo lo tuviera al alcance de mi pistola, no lo dejaría escapar tan fácilmente. — Si Kali te hubiera saltado al pescuezo como me saltó a mí — replicó Renard resentido — tal vez hubieras pensado mejor en protegerte de sus unas que en matar a Dupont. . . — Todos hubiéramos hecho lo mismo en su caso — dijo el Rostro Fantasma en tono de conciliación — y nadie es culpable de lo ocurrido. Pero lo cierto es que ya no estamos en sitio seguro y que hay que recurrir a nuevos medios de acción y que buscar otro escondite. Dadme tiempo de reflexionar y volved mañana para que nos pongamos de acuerdo. Dupont, aprovechando aquel instante, salió corriendo de la casa, mientras los dos camaradas de crimen se propinaban tremendos golpes. . . Pero, mientras hablaba, el Rostro Fantasma comprendía que su fracaso personal no podía tener más que un resultado : su caída definitiva como jefe de la banda. Hasta aquel momento, sus secuaces te obedecían simplemente porque les había demostrado varias veces su superioridad mental y había dirigido todas sus empresas con satánico genio. Pero su descrédito tenia que seguir sobr^ las huellas de los sucesos que acabamos de relatar. El mismo se dio cuenta de que había llegado el momento de entregar las riendas de aquella cuadrilla de criminales a otro jefe de más inventiva y de más fuerza. . . Por la mañana, los miembros de la Banda acudieron a la cita. Pero no encontraron más que una nota escrita en la que se les advertía que recibirían sus instrucciones y sus órdenes por medio de la mesita magnética, es decir, mediante la transmisión de fluido a las manos de los asistentes y a través de la diminuta mesa de tres patas con la que. a veces, la gente gusta de enviar mensajes y hacer interrogaciones al mundo de los espíritus. Era evidente que la habitación tapizada de terciopelo negro del jefe de la banda estaba vacia y que él se hallaba ausente. Vera tomó la mesita magnética_ y la puso sobre otra mesa grande, en la cual debían ir trazándose las letras del esperado mensaje. Los demás se colocaron en derredor, para seguir las idas y venidas de aquel artefacto, en tanto que Luis iba escribiendo sobre un papel las letras marcadas por la mesa. "Un hombre más fuerte y más prudente que yo os guiará en lo sucesivo. Es el poder espiritual que me ha guiado a mi en nuestras pasadas empresas. Obedecedle." La Banda leyó aquel mensaje extraño y misterioso con una mezcla de sorpresa y de resentimiento. Por odioso que el Rostro Fantasma fuera, lo conotían ya bien y lo servían fiel y ciegamente. Pero, ¿sucedería lo mismo con el nuevo jefe? Momentos después, las bujías del cuarto negro dejaron ver sus llamas macilentas y los miembros de la Banda pudieron ver a su nuevo amo. Una figura alta y blanca fué todo lo que la lívida luz reveló a sus ojos. Esta figura se aproximó a las cortinas y, a través de ellas, hizo pasar su mano en la que había un incensario del cual se escapaba espeso humo. — Renovad vuestro juramento de ser fieles a mí v a la Banda — dijo. Obedientemente, todos se postraron y repitieron el juramento que habían hecho al entrar a formar parte de aquella odiosa hermandad. Pero, al hacerlo, parecieron comprender que ese juramento era más bien en favor del nuevo jefe que en favor de la colectividad, — Exijo obediencia ciega — dijo la voz. Como se congelan las gotas en invierno a medida que caen, as! salían las palabras de aquellos labios invisibles y era como si entumecieran el alma misma de los que escuchaban. El Rostro Fantasma tenía razón : éste era un hombre más fuerte, tal vez más prudente. . . y que sin duda los guiaría con mano de hierro. * * * Al día siguiente de la tremenda aventura en la casa del escultor, Dupont escuchó con interés el relato que Violeta le hizo de cuanto había pasado y dijo, por vía de comentario: —Puesto que la policía no puede hacer nada contra estos foragidos, a nosotros corresponde tomar la iniciativa y defendernos por nuestra cuenta. Debemos reunir una cuadrilla de gente fuerte y osada y hacer una incursión en la cueva de esos canallas. No obstante el temor justificado de Violeta y de la repugnancia del doctor Sutton hacia semejantes métodos agresivos. Dupont lo preparó todo para hacer su incursión en el antro del Rostro Fantasma aquella misma noche. El nuevo jefe de la banda pasó el día enterándose de los secretos de aquella colectividad del crimen y de los diversos escondrijos en donde se refugiaban a espaldas de la justicia para desarrollar sus delictuosos planes. — Debemos cambiar de casa cuanto antes — dijo a sus subordinados. — Esta noche me propongo visitar la Gruta, en donde espero que podremos deliberar con todi tranquilidad. Renard se quedará aquí con vosotros y en caso de que surja alguna dificultad, podréis ir a reuniros conmigo a la Gruta. Allí os espero. Vera, Renard, Kali y Luis estaban ajenos a todo temor cuando la gente que Dupont había reunido para su proyectada incursión, cayó sobre ellos repentinamente, a través de la puerta jwr cuyas destrozadas, maderas surgieron como chorro humano, blandiendo sus armas y repartiendo tiros, bofetadas y garrotazos. Apenas escuchó los primeros golpes. Vera se ocultó bajo un mueble en el que había suficiente espacio para dar cabida a dos personas, en tanto que los hombres se atrincheraron detrás de las sillas y donde pudieron, para repeler el intempestivo ataque, con sus pistolas en la mano. Al entrar el primero de los que venían con Dupont, cayó de bruces, víctima de un certero disparo de Renard. Pero los otros no se detuvieron por eso y. saltando por encima del cuerpo del herido, iniciaron una verdadera batalla que hizo volar por los aires cuanto había en la habitación. En la imposibilidad de llegar hasta Dupont, contra quien había dirigido principalmente sus ataques, por estar éste luchando cuerpo a cuerpo con Luis. Renard se zafó diestramente de los brazos de dos de los hombres que le tenían asido y escapó. Kali. que no perdía el tiempo, se deslizó a través de la ventana abierta y, agarrándose a la cornisa exterior, se quedó ahí colgado, como un monstruoso insecto, esperando a ver el resultado de la lucha. — Me parece que ya los tenemos a todos— -dijo uno de los incursionistas a Dupont — o por lo menos a la mayoría. . . Efectivamente, aparte de Luis, que estaba en manos d» los asaltantes y de la banda de Dupont, la habitación parecía vacía. — ¿Qué hacemos con este pajarraco? — inquirió el que tenía a Luis en su poder. ^Yo le haré hablar — contestó Dui>ont. Pero, por primera vez en su larga experiencia, el poder hipnótico del joven mesmerista se estrelló contra Ir inquebrintable voluntad de Luis que rechazó las ondas magnéticas de Dupont, —Es inútil. No cede. Habrá que emplear otros medios para obligarlo a que nos diga dónde está el resto de la Banda. Dos hombres se apoderaron de Luis y forzaron bus