Cine-mundial (1920)

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[COMO CHARLIE CHAPLIN! I SIMÓN GOxVZALEZ era un arrogante caballero de unos cincuenta años de edad (según decía él); pero, por sus aventuras amorosas, era conocido entre sus amigos y. . . amigas, con el nombré de "Simón el Alegre". Nunca dejaba nuestro tenorio de concurrir una noche al paseo del Prado, lugar donde se reunían las más bellas chicas de la ciudad, llevando siempre, como insignia de "viejo verde**, una enorme rosa prendida al saco; y, haciendo derroche de galanterías, se la dedicaba a la joven que más le gustara, acompañada de una serie de frases capaz de hacer mella en el más duro corazón. Cierta noche, aunque no llovía como el cuento aquel, estaba Simón sentado en un banco del Prado, cuando apareció ante él una joven trigueña, con un caminar tan zalamero, que le llamó profundamente la atención, hasta el punto que le dedicó estas bellas palabras: — ¡Adiós, encantadora!. . . ¡Qué hermosísima eres!... ¡Dios te bendiga!... Ella se sonrió, le guiñó un ojo, le miró de arriba a abajo, y siguió su camino. Simón, que presumía de conquistador inimitable, creyó ver aquí una buena presa (pues la joven le había dado muestras de vivas simpatías, con las dulces miradas que le lanzaba según iba caminando), y echóse tras la muchacha, con gran cautela y atención. Cuando había caminado la trigueña unas veinte cuadras (que a Simón le parecieron cincuenta) se dirigió hacia un teatro-cine. Al llegar a la puerta principal, se detuvo a observar un cartel que allí había. El se llenó de júbilo, pues creía a los cines lugares inmejorables para las conquistas amorosas. Resueltamente se colocó en la taquilla y pidió dos entradas (para ofrecerle una a la joven, y trabar conversación con ella). Pero ¡desgraciada casualidad!... sacó del bolsillo todo su capital y no llegaba más que a quince centavos, cuando las dos papeletas ¡ costaban cuarenta !. . . Abochornado, se hizo el equivocado, y le . pidió excusas a la vendedora de los boletos. La joven lo había visto todo, pero no le 5 dio importancia, y pasándole por delante le i volvió a guiñar un ojo. Compró su papeleta, y entró al teatro, con su paquetito debajo del brazo (que había adquirido en el trayecto, sin que Simón pudiera ver lo que contenía, pues venía a una cuadra de distancia. Simón ya se había dado por vencido, pre. cisamente, por falta de lo que necesitaba Na,; poleón para ganar una guerra ("dinero, di, ñero y más dinero") y se retiraba del campo de batalla, cuando tuvo la dicha de encontrar 1^ un amigo que le hizo un préstamo, y se escurrió en el teatro, como alma que lleva el diablo. II Como náufrago abandonado en medio del Océano que busca una tabla salvadora, así I rebuscaba Simón entre el público a la encan , tadora trigueña, que tanto lo había trastor ' nado. Al fin, después de mucho rato, divisó a la joven incógnita, y dirigióse hacia ella, con estudiada lentitud. Casualmente, bahía una butaca vacía al lado de la muchacha, y Simón la tomó por CINE-MUNDIAL Después de saludarla con finísimas, en el lenguaje florido que él siempre usaba en estos casos, di princiipo a la toma del fortín. Ella, cual dura rosa, resistía las acometidas con valor sin igual. Da principio a la función. Se apagan las luces. La orquesta, como de costumbre, toca el Himno Nacional. Todos los concurrentes se ponen de pie en este momento. La joven, al levantarse, coloca el paquetito en la butaca de Simón, sin (pie éste se diera cuenta de ello. Termina la orquesta, y todos vuelven a sentarse. Simón, cansado de estar en pie tanto rato, se sienta en su butaca. Si hubiera recibido una descarga eléctrica sobre el cuerpo, no le hubiera hecho tanto efecto como el que le causó al sentir aplastado bajo él, al paquetito de la triqueña. Le pareció que era algo muy frío. Ella, alarmada, grita con todas sus fuerzas. El público, como es natural, forma un escándalo tremendo. Se encienden las luces, calmándose algo el corre-corre. Simón estaba aturdido, como muerto. No podía ni hablar. Solamente tuvo valor para ver lo que había roto en el paquete, causa de tanto escándalo. ¡Cuál no sería su sorpresa al mirar que no quedaba del paquete más que un montón de cascaras de huevos!. . . Intervino un policía, y llevóse a la pareja de perturbadores agarrados de la mano. Se extinguió el ruido del ir y venir de las gentes, y siguió el espectáculo, III Cuando el tenorio Simón volvió en sí, estaba encerrado en un calabozo de la cárcel; pero, ¡misterio!... vio que no estaba con la trigueña, sino con un hombre, amigo suyo íntimo. Pedro Sindereya era el acompañante, un guasón a toda prueba. Simón no comprendía todo esto, y le preguntó a su amigo: — Pero, ¿y tú qué haces aquí? — ^;Yo? Pues, que nos han metido juntos, por formar escándalo en. . . — ¿Pero... tú... tú también estabas en el teatro anoche? — ¡Pues ya lo creo!... ¡Si yo era la trigueña incógnita!. . . — ¡Dios de dioses!... ¡No creo esto!... Explícate, chico. — Verás. Habíamos hecho una apuesta entre varios amigos, a que yo te engañaría» vestido de mujer. A pesar de que tenía en mi contra mil probabilidades de ser derrotado, por tu suspicacia en asuntos amorosos, me decidí al cabo, disfrazándome de mujer (¡figúrate que mi esposa fué la que me vistió!), compré dos pesetas de huevos y... lo demás tú lo sabes. . . ¡Gané la apuesta!. . . i Te engañé de verdad !. . . ¡ Como un bobo !. . . —Sí; verdad que me has engañado; pero, por poco nos cuesta bien caro esta broma. — No te ocupes, buen Simón; aquí tenemos una botella de cerveza que escondí en mi vestido para lanzártela encima en el teatro, pero que no pude por lo asustado que me puse yo también; bebamos para mitigar I;!*; penas del mayúsculo escándalo de anoche. — Debía enfadarme; pero, íHuc ganaré con ello? Nada. Pues, brindemos a nuestra salud v. . . ove, Pedro, no vuelvas a hacer esto, ¿eh?. . ." — ¿No te parece, amigo Simón, todo esto, una película del jocoso Charles Chaplin? Cien fuegos, fcl)rer< Agustín Palenque. de 1920. ¿Quién es la artista que quiere remangarse la nariz? ESTA interrogación gráfica, como ciertas estocadas de las corridas de toros, es tendenciosa. Ya que nuestros lectores acertaron con la legítima poseedora de las ex-misteriosas pantorrillas y con la no menos legítima dueña de los labios predispuestos al beso, vamos ahora a ver si dan en el clavo de quién es esta artista cinematográfica que aparece en "pose" especial para CINEMUNDIAL. Aquí no hay nada oculto. Las pantorrillas están en parte visibles. Los pies, aunque disimulan su tamaño bajo un enorme par de zapatones, están, asimismo, en evidencia. Del rostro, lo único que está un poco "nublado" es la nariz, ya que la ignorada artista tuvo el capricho de levantarse la punta, a ver cómo se veía con esa protuberancia remangada (lo cual es señal de que la tiene recta). El tocador es de Duquesa y las manos aristocráticas, pero los pantalones