Cine-mundial (1920)

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CINE-MUNDIAL ñor de Presentarte, Amable Lector, Kennedy, que Maneja sus Ojos como un Arma Por HERIBEKTO J. KICO. las posibilidades de la pantalla, decidió dedicarse al Cine, donde ha repetido, para gloria suya, los éxitos de la escena hablada. Hechas estas aclaraciones, que pudieran llamarse técnicas, entremos de lleno en la entrevista, relatando la conversación con la artista. Lo primero que pregunté a Madge — como siempre que inicio estas charlas cinematográficas— fué si hablaba español. — No tiene usted idea — me contestó — de cuánto siento no poder ni hablar ni entender ese idioma. Le aseguro que son centenares las cartas que recibo escritas en castellano y que me entristece pensar en las cosas interesantes y gratas que ahí se me dicen y de las cuales me quedo en ayunas. Pero algún día, tal vez, aprenda yo a hablarlo y entonces me voy a desquitar. La literatura española me interesa mucho y he leído todas las obras de Blasco Ibáñez que se han traducido al inglés, así como las de Zamacoís, y me han parecido interesantísimas. — No olviden ustedes que tienen que hacerse una fotografía juntos — interrumpió en aquel momento mi amigo Schoemberg. — Si la señorita Kennedy está dispuesta, podemos tomarla ahora mismo — dije dirigiéndome a la artista. — Cuando usted guste. . . Sólo que como no estoy preparada para salir bien en una fotografía interior, me parece que debemos salir. . . — ¿Por qué no ir al taller? — interpuso mi amigo. — Allí se puede arreglar todo a satisfacción y sin dificultades. Antes de llegar al taller, sin embargo, Schoemberg, que llevaba una cámara de bolsillo consigo, obtuvo dos retratos nuestros, sin que nos diésemos cuenta. Otro amigo nuestro, que también forma parte del departamento ejecutivo de la casa GoMwyn, el señor Mayer, y que estaba aguardando a la artista, apenas nos vio levantarnos del famoso diván rojo, llamó a un taxímetro y nos lanzamos al "studio", a través de las calles neoyorquinas, sin que yo dejase de charlar con Madge, aprovechando el viaje, no por lento menos agradable. —A los lectores de CINE-MUNDIAL les gusta reír, señorita Kennedy — dije a la estrella— y la suplico a usted que me cuente alguna cosa divertida que le haya ocurrido. . . Su semblante — que ya se ha dicho que es capaz de reflejar millares de expresivas emociones— se iluminó al escuchar mis palabras. Sin duda que íbamos a oír algo que valía la pena. — Le contaré a usted lo que me pasó con mi auto. Ha de saber que acabo de comprar un "Mercier" y que estoy aprendiendo a manejarlo. Para eso, mi chauffeur me conduce a lo más difícil del tráfico en Nueva York, que todos estamos de acuerdo en reconocer como mareante, y me hace guiar allí mismo, para que me vaya acostumbrando. En aquel momento, el chauffeur del taxi en que íbamos abre la portezuela para enterarse mejor de dónde se hallaba el taller de Goldwyn y por poco sirvo de argumento para una comedia, porque, estando precisamente de aquel lado y pendiente de los labios y Julio, 1920 < Nuestro redactor especial, Heriberto J. Rico, entrevistando a Madge Kennedy, estrella de la "Goldwyn", por cuenta de CINE-MUNDIAL a la puerta de los talleres de la casa productora. Nótese la beatífíca sonrisa del entrevistador. los ojos de Madge, más que de los vericuetos del camino, al abrirse la portezuela, estuve a punto de salir disparado de allí, de cabeza hacia \n carretera. Cuando hubieron terminado las carcajadas y los comentarios, continué mi interrogatorio, preguntando a la señorita Kennedy si había salido alguna vez enteramente sola con su flamante automóvil. — Sí. El otro día quise ir al Club Campestre en momentos en que el chauffeur estaba ausente. Y, pensando que ninguna oportunidad mejor que aquélla, decidí conducir yo misma. Pero, temiendo que fuese una imprudencia, quise atenerme al juicio de otras gentes y, para eso, comencé por preguntar a la doncella si me creía capaz de poder guiar yo sola. Me dijo que sí. Luego le pregunté al lacayo, que fué de la misma opinión. Y al cocinero, a quien no cupo la menor duda de mis habilidades automovilísticas. Con semejantes estímulos, me sentí más confiada y arriesgué. — ¿Y cómo le fué a usted? — Al principio todo iba a las mil maravillas. Pero a la mitad del camino, el "Mercier" se detuvo, con el aire de no tener intención de moverse de donde estábamos hasta el día del juicio final. Yo, perpleja, hice presión sobre todos los pedales, tiré de todas las palancas, apreté todos los botones, di vuelta a todos los manubrios, pero el artefacto aquel no se movía ni atrás ni adelante. Eran las cinco de la tarde y comprendí que no me quedaba otro remedio que permanecer en la carretera sabe Dios cuántas horas, o cuántos días. Por fortuna, llegó un camión cargí de obreros que volvían de una fábrica vi na. Salté de mi máquina y expliqué al lo conducía lo que me pasaba. Me pregu] entonces, si quería que lo remolcase con propio vehículo, pero le contesté que pre ría que pusiera en marcha el motor. — Y sin duda que, como era chauffeur, echó a andar inmediatamente — intern pi yo. . . — Nada de eso. Después de varios esfu zos infructuosos, resolvió dejar el "Merci en plena carretera, desahuciado, y brind me galantemente un sitio en su camión, lo alto del cual me encaramé, con los oh ros, y llegué a la ciudad, triunfante. Esa fué mi primera experiencia con los tomó vil es. Lo más curioso es que me c fundía yo lamentablemente con las veloci des y cada vez que deseaba cambiarlas, echaba todo a perder y, si quería ir de pr tiraba de la palanca contraria, y viceveí De modo que, para no tener accidente, repitiendo por el camino, como los chiqui en la escuela: "Esta es la primera vel* dad. . . y esta es la segunda. . . y esta tercera". Y para diversión de los que íbamos er taxi, la nerviosa actriz ilustraba con cuentes ademanes de las manos y expresi gestos del rostro todo lo que venía relatai Su personalidad y su magnetismo fueron i evidentes a mis ojos en aquel momento durante el resto de la entrevista. Poco antes de llegar al taller, encontra (Continúa en la página 630) -> PACTNA