Cine-mundial (1920)

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CINE-MUNDIAL cirles la realidad de mi estado pecuniario, nos sentamos a ia mesa. Tan pronto como me hube sentado, empecé a mirar a ral alrededor y pensaba si mi expresión sería la misma que la de un cuarentón que sacaba de su bolsillo dinero y, con estoicismo clásico, le daba al mozo una pieza de diez dólares para que cobrara dos cubiertos. Dos niñas que me quedaban al lado izquierdo soltaban el trapito de la risa con la misma naturalidad de esas cajitas de música que llevan los italianos por las calles, mientras ambas reñían con el mozo por querer pagar a la vez. Un viejo, allá por los sesenta, se levantaba y dejaba en un platillo una propina de cinco pesetas, mientras el mozo lo ayudaba a ponerse el sobretodo. En fin, todas estas cosas, que son las corrientes cuando se anda con mujeres, y mujeres bonitas, me enfriaban de tal manera que hube de rogar al mozo que nos atendía que sacara el hielo que había puesto en mi copa. ¿Para qué? Isabel y Gracia, ante todo, ordenaron tres botellas de vino. — No, dos nada más. Yo no acostumbro. . . — dije, haciendo que el mozo se llevara una de las botellas. — ¡Vaya, hombre. . . español y no toma vino!— exclamó Isabel con suma admiración. En ese momento venía una niña vendiendo cigarrillos y flores y, como lo notara, dije a mis amigas: — Pues sí, yo no bebo. . . no fumo. . . no juego. . . — ¡Qué... español y ni bebe, ni fuma ni juega !. . . — exclamó nuevamente Isabel. — A mí me habían dicho que los españoles, todos, fumaban y bebían y jugaban. En fin. . . por eso es que yo he traído a Gracia, pues ella quería conocer un hombre que haga todo eso, y mucho más. La verdad es que se va a desilusionar. Mientras ella decía esto haciendo pucheritos de desencanto, yo pagaba un dólar por una rosa y un minúsculo ramo de violetas, emprimaver'ando así los turgentes senos de mis dos amigas. Y, entre flores, vino, más rojo que la sangre de una indiana, fru-fru de trajes de seda y perfiles de brazos ebúrneos, Isabel y Gracia paladeaban la rica langosta con salsa mayonesa mientras yo me tragaba hasta las aceitunas tal que si fueran pildoras medicinales. Y, en eso, llegó la hora de pagar. El mozo miró, rondó, pensó y, entonces, con una sonrisa muy cortés, casi servil, puso la cuenta al frente mío. Me pasó en ese momento lo que nos pasa cuando recibimos un telegrama donde nos dan la noticia de una lotería que esperamos: "¿lo miraré? ¿no lo miraré? ¡Si me la he sacado... Dios mío, qué vida la que me voy a dar! Pero... ¿y si es para decirme que el número no salió agraciado? ¡Qué desconsuelo!... seguiré como siempre: un miserable, un "bruja", como dicen en La República Tropical de Puerto Rico. En fin. . . en ese momento, Gracia e Isabel se excusaron para ir al lavatorio. Yo respiré. La soledad, por fin. Levanté 1^ nota con el desdén de los ricos y, mirándola, me enteré de lo que tenía que pagar. Miré al mozo como queriéndole decir algo y, al momento en que éste se me acercaba, llegaron Isabel y Gracia, risueñas y frescas como dos rosas que han recibido el rocío de la noche. — Bueno, vamonos, pues se nos hace tarde para ir al teatro — dijo una de ellas. — Eso es, vémonos — contesté yo. Y salimos afuera. El mozo, al ver que me levantaba sin dejarle una propina, se me fué detrás hasta el mostrador donde tenía que pagar la cuenta. ¡Cuánta desilusión para el Julio, 1920 < ávido mozo cuando vio que pagué seis dólares justos y nó le di nada! Se le oyó mascullar algo así como una oración profana. Pero, no era yo quién se parara a tomarle cuentas a un mozo ni mucho menos en un sitio de respeto donde había tanta geiite "de la finesse". Nos encontramos en la calle y, mientras mis dos amigas argumentaban sobre cosas que no admitían discusión posible, yo, con mi diestra metida en mi faltriquera hasta más allá de lo posible, manoseaba y manoseaba la única pieza que me quedaba: "un nickel", o, lo que es en buen romance, cinco centavos. Las chiquillas reían y yo pensaba en las maravillas de la alquimia, en las minas de oro de Australia, en esos cuentos de encantados príncipes con arcas repletas, en fin... y seguía manoseando mi "nickel" y considerando, después de una ligera resta entre "lo imaginado" y la realidad, la diferencia existente. ' Gracia, con toda la gracia que le había dado la naturaleza, me cogió por el brazo derecho, y dejó ir su mano en dirección ascendente hasta que me apretó el bíceps con una lujuria de envinada. Lo mismo hizo Isabel, plantándose a mi izquierda y proclamando que yo era de ella porque se encontraba al lado de mi corazón. Y me llevaron en dirección a Broadway. — ¡No, yo no voy por ahí! — dije inconscientemente; por decir algo. — Pero, mi vida, si hemos decidido irnos al "cabaret" Palace, en vez de ir al teatro, pues para el teatro ya es algo tarde — me indicó Isabel. — Bien. . . pues aunque sea así. . . yo me quiero ir por este otro lado — repliqué. — ¡Ah, pues yo no me atrevo ir por esa calle! — me contestó. — ¡No! — dijo Gracia — por ahí trabajan nuestros esposos y no queremos que nos vean. . . no por nada, pero. . . üQuéeeel! ¿Y ustedes son casadas? — les pregunté, con todo el énfasis dramático del caso, abriendo los ojos desmesuradanvente y volviendo la vista de una a otra, esperando su contestación. — Sí, ¿y qué, tontuelo? — dijo una, mientrjs la otra, al mismo tiempo, decía: — Mi esposo no dice nada aunque lo sepa. Después de todo, él no tiene tiempo de. . con los negocios. . . • — ¡Señoras... yo soy español e. . . hidalgo — les dije separándome de su contacto — ; yo no sería capaz, por nada del mundo, de deshonrar mi nombre en andanzas con mujeres casadas. Mi educación no me lo permite. . . mis sentimientos. . . en fin, señoras, buenas noches! Y me fui, sin decir más. Al pasar por otra calle me acerqué a una muchedumbre que se agolpaba alrededor de dos gatas que maullaban felinamente rondando un pequeño barril. — ¿Qué pasa? — pregunté. Un muchacho me explicó que, un pequeño ratón, ya conocido en la vecindad, se había metido dentro del barril y las gatas lo esperaban para engullírselo a porfía, pero que se reían tanto porque todos haban visto que el ratón se les había escapado por un boquete. —¡Muy bien por el ratón! dije y me fuf. III A los pocos días, en mi oficina, recibí la siguiente carta: "Mi apreciable amigo Villamil: He pensado mucho para decidirme a escribirle esta carta. Pero usted nos dio la lección que nos merecíamos y yo, por mi parte, no puedo sino agradecérselo, y siento que es como un descargo de mi conciencia el decírselo. ¡Tanto puede la virtud, señor Villamil! Le he hablado a mi marido de usted, y después de relatarle todo, me contestó : "¡ He ahí un hombre !" De hoy en adelante, mis diversiones serán siempre en compañía de mi esposo y mis dos hijitos. Jamás olvidaré su actitud y le recordaré siempre como un ejemplo de virtud y de nobleza. Su amiga, Isabel. . . IV Ahora, lector, óyeme: ¿Cuántas pululantes no tienen el valor de un ¿Cuántas veces en la vida no hemos por nobleza lo que no era sino la cobarde de las circunstancias? No sobre la virtud de un hombre por de su vida, pues puedes juzgar por a quien es ruin, y viceversa. Uno es lo que es. Ángel M. V virtudes "nickel"? aceptado máscara decidas un acto virtuoso Ilamil. Cintas por valor de $6,500,000 En las cámaras blindadas del edificio que posee en la Quinta Avenida la Empresa Famous-Players-Lasky, a pocos pasos de la redacción de CINE-MUNDIAL, se halla en es^ te momento lo que, según los peritos, constituye el lote de material cinematográfico más valioso que existe actualmente. El lote se compone de los negativos de 95 producciones, avaluados en $6,500,000, que empezarán a estrenarse a primeros del próximo septiembre. -> PÁGINA 62f(