Cine-mundial (1920)

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CINEMUNDIAL efecto que surtía en Tendier, el pugilista europeo no hizo más que recibir linternazos. Cuando concluyó la lucha no lo hubiera reconocido ni su propia familia. De míis está decir que el fracaso de Papin no le ha hecho favor alguno a Carpenticr. El público yanqui, que siempre ha mir.'iáo con recelo a los boxeadores extranjeros, insiste ahora en que Carpentier demu^íslre aquí sus facultades. Y Descamps, que seguramente se proponía ganar dinero durante cuatro o cinco meses más sin exposición alguna, ha tenido qae variar de rumbo. Ya se ha resuelto que George Carpentier pelee contra Battling Levinsky, campeón entre los pugilistas norteamericanos de 175 libras de peso, dentro de poco tiempo. Levinsky no es un adversario despreciable. Ha tenido encuentros con casi todos los buenos boxeadores de gran peso que han salido aquí en estos últimos tiempos, incluso el propio Dempsey. Pero, a mi juicio, a menos que Carpentier sea hombre de estómago débil— el gran defecto de casi todos los pugilistas ingleses y franceses — Levinsky será derrotado decisivamente. * * * AL Hotel Belleclaire, de Nueva Yorkj llega un sujeto alto y fornido que, dirigiéndose al escritorio, dice: — Necesito un cuarto amplio para toda la temporada. Ha de ser grande para que quepa mi piano de cola. — Está bien — responde el encargado. — Prepara el número 312 (dice a un sirviente). ¿Cuál es su nombre? — T. R. Zan. — Haga el favor de firmar el libro. — ¡All right! Momentos después entraba en escena el piano de cola envuelto en una funda y, por medio de una grúa, lo izaron hasta el tercer piso, donde se halla la habitación. A la hora o cosa así de haberse instalado Mr. T. R. Zan en su aposento, dio orden a un "botones" de que le trajera quince libras de carne cruda. Este, asombrado ante tal petición, se la comunicó al encargado del hotel, que no tardó en llamar a la policía. Llegaron dos detectives y el polizonte de la esquina que, acompañados del encargado y el "botones" aludido, se colaron de golpe en el cuarto sin pedir permiso, resueltos a sorprender al sujeto misterioso. Todavía no se ha sacado en claro quién recibió la mayor sorpresa. Lo único cierto es que la comitiva policíaca y de empleados del hotel salió más de prisa que había entrado, con una celeridad pasmosa, en verdad Y sin embargo, a juzgar por las declaraciones de los interesados, la actitud de Mr. Zan cuando fué sorprendido en su aposento no podía ser más tranquila y apacible. Estaba sentado en un sillón, sujetando con la mano derecha una revista que leía ensimismado y con la izquierda acariciando. . . la melena de un león descomunal! La prensa neoyorquina publicó columnas y columnas sobre la aventura del personaje excéntrico. El diario "La Tribuna", el más conservador de la metrópoli, dijo que la hazaña era digna del cinematógrafo. Y lo fué en realidad, tanto que, como luego se descubrió, el sujeto del león y la carne cruda no era otro que el representante del fotodrama "La vuelta de Tarzan", que a los pocos días se estrenó en un teatro de Broadway. Donald Campbell, autor de la trama, logró de este modo un sensacional reclamo gratis. ♦ * * Títulos de películas: "Una buena mujer". "La mujer perfecta". "Su esposa y la mía". Así deben ser las cosas para que reine la paz en las familias. Amén. « * t A NUESTRO redactor Gualterio K. Hill se ■** le ha ocurrido otra idea luminosa. — Ya que estamos bautizando las películas con nombres como "Macho y Hembra", "Hombres y Mujeres", "Esposas y Maridos", etc., — dice — ¿a qué esperan los productores para hacer uso de "Papá y Mamá", "Medias y Calcetines", "Faldas y Pantalones"...? Confieso que el plan de Gualterio se presta para obtener resultados de sensación, tanto que, de seguirlo por la senda recta de la lógica, quizás nos pusiera en contacto hasta con las propias autoridades policíacas. Dejémoslo así, pues. * * * EL prestidigitador chino Ing Sai Wah, que ha hecho algunas jiras por países de la América Latina, lia sido condenado a un año y pico de cárcel por introducir en los Estados Unidos de contrabando grandes cantidades de opio procedentes del Canadá. Su mujer, la actriz blanca Nellie Perkins, fué multada en $100 por complicidad en el hecho. Ing Sai Wah se distinguía por las suertes de ilusionismo, por la belleza de la muj<T blanca que le secundaba, que era su esposa según ahora se ha descubierto, y por sus deslumbrantes piedras preciosas. El lector dirá que aún mayor distinción eran sus aficiones al contrabandismo y a ir a presidio, pero de eso nada sabía el público hasta la fecha. * * ♦ ESTE ilusionista chino y sus brillantes me traen a la memoria un suceso curioso. Vive hoy en la Habana un capitalista querido y respetado que en otra época fué empresario teatral de los que suelen lanzarse por el mundo en pos de la fortuna llevando un poco de Arte, mucho "Tupé" y más "Pecho". Andaba a la sazón formando compañía para una salida por las provincias de Cuba, una salida de esas con más peripecias y descalabros que las del hidalgo manchego. El empresario había sentado sus reales en el "Casino", y su socio con varios satélites formaban una especie de avanzada en otro café cercano, el de "Albisu", sitio de reunión por aquel entonces de cómicos buenos, medianos y malos. Tan pronto como éstos tenían bien capeado a un artista lo conducían frente al primer espada, que aguardaba en una de las mesas del café "Casino" antes citado, listo a dar los últimos toques y entrar a matar, es decir: a concluir la operación con la firma del contrato. Después de los saludos y el "Tome usted algo" de política, la conversación se iba por este camino: — ¿Y cuánto quiere usted ganar, Sr. González? (o Pérez o como se llamase el cómico). El interrogado se extendía aquí en una serie de digresiones sobre lo que su nombre representaba en el mundo del Arte, y los fabulosos sueldos que había obtenido de las empresas tales y cuales, etc. Por fin quedaba arreglado el asunto, el empresario presentaba el contrato, pedía pluma al camarero e invitaba al cómico a firmar. Este, algo confuso y desconfiado por la celeridad que iban tomando los acontecimientos, indicaba en seguida que una de sus costumbres era la de jamás firmar contrato sin obtener antes un anticipo. — Sin anticipo ni con mi padre firmo — concluía el actor con aire más decidido que el de Guzmán el Bueno. Entonces el empresario aquel que hoy es capitalista respetado, sin turbarse en lo más mínimo, contestaba: —Eso no es comercial, señor González. Nosotros no damos anticipos a nadie. Se oponen a ello nuestros principios mercantiles. Nuestra compañía es de una solvencia absoluta, como puede confirmarse en cualquiera de los bancos locales. Conque ya lo sabe usted. Pida lo que quiera, pero nada de anticipos. (Continúa en la página 657) Evans Burroughs Fointaine preparándose para interpretar una cinta cómica de "Jatis Pictures, Inc.". Bueno, esto va de mal en peor. áü 1920 < -> PAciNA 633