Cine-mundial (1920)

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CINE-MUNDIAL ''El Dominador" Serie cinematográfica, en quince episodios, original de Arthur B. Reeve y John V. Grey Novelización de Mary Asquith y versión castellana de F. J. Ariza, ambas hechas especialmente para CINE-MUNDIAL SÉPTIMO EPISODIO EL SALVAMENTO IMPOSIBLE LA luz que se reflejaba sobre la campana parecía hipnotizar a Violeta, que no podía apartar sus ojos del bronce amenazador La creciente intensidad de aquel rayo de oro le indicaba que I avanzaba el día. El calor del sol la envolvía completamente, dando un poco de alivio a su ^f^po torturado por el dolor y martirizado por el frío de las duras baldosas del templo. _TaI vez las ratas huyan el sol— pensó la joven. Pero luepo reflexionó que hacía mucho tiempo que aouel tenebroso edificio estaba abandonado y que. consiguientemente, los roedores. a^°='\""^^f^,'^°fj/„^^ libertad. lo mismo merodeaban a la luz del día que durante la noche. , • . , o»K*a Una enorme rata cayó, en aquel instante, sobre ella. Violeta lanzó un prito de terror e hizo un esfuerzo supremo por libertarse de sus ligaduras. La rata huyó, espantada del grito, pero la prisionera no rudo zafar sus miembros atormentados y. cansada, kíignada con su suerte, se quedó inmóvil, casi des ^'un^'fu¿rte ravo de sol atravesaba la ventana frente a la cual Violeta estaba tendida. El cristal prismático de dicha ventana, concentrando el calor y la fuerza de ese rayo, sirvió como de -vidrio de aumento" y. mediante la convergencia de lus haces de luz en un solo foco— haciendo como el "cardillo que los rapaces improvisan, a veces, para fastidiar a las gentes— fué a concentrar su calor, por un milagro de la casualidad, en las cuerdas que ataban las manos de Violeta. Durante varios eegundos. la soga, seca y usada, se retorció y comenzó a Iwnzar humo y, un instante después, ardió en súbita flama. Violeta, mordiéndose los labios para no gritar, soportó valerosamente el dolor de la quemadura, rogando en su interior a la Providencia que las cuerdas ardiesen por completo antes de que las ratas hambrientas, que continuaban royendo los nudos de la campana, atraídas por los pedazos de queso que Renard dejara allí, completasen su obra de destrucción. , . , , , Palpitante y emocionada, la joven hacia ya esfuerzos para romper bus ataduras, debilitadas por el Otra' rata cayó de la altura y Violeta, sobresaltada, hizo un esfuerzo supremo. Las ligaduras saltaron destrozadas completamente y la joven, echándose rápidamente a un lado, quedó fuera del alcance de la campana. Pocos segundos después, ésta cayó estruendosamente, hundiendo con su peso las losas sobre las cuales Violeta vacía un instante antes. La joven, agotada por el hambre, la fatiga y las emociones, se desplomó sin conocimiento a corta distancia de aquel aparato de destrucción. * * * En la casa de Dupont. Kali. que había conseguido apretar con un lazo el cuello de Dupont y estaba a punto de asfixiarlo, tirando de la cuerda, continuaba en su feroz tarea de acercar al joven a la barandilla del balcón, sobre la cual el indígena tenía un punto de apoyo para consumar su estrangulación. Renard subió, a saltos, las escaleras para ayudar a Kali. — Ahorcarlo es poco para él — dijo a Kali mientras ascendía — y quisiera ajustar mejor las cuentas que me debe. . . . , Sin poder arrancarse de la garganta la cuerda que lo asfixiaba, ni librarse de la tensión de ella, Roberto la agarró por encima de su cabeza y, apoyando los pies sobre el pilar de piedra del balcón, logró elevarse sobre el pavimento y disminuir de esemodo la fuerza de la soga que le apretaba, sin que ni Kali ni Renard se dieran cuenta de nada. Alzándose un poco más. consicTiió sacar la cabeza del lazo, pero sin dejar de colgarse, por las manos, a la cuerda sostenida por sus enemigos, a fin de que éstos le creyesen ahorcado. — Debe estar muerto ya — dijo Renard — pues pesa mucho. . . — No — replicó Kali — porque le oigo respirar todavía. Sin duda que la cuerda se ha enganchado en alguna parte. . . Dupont eligió aquel momento para soltar la soga repentinamente y los dos hombres cayeron de espaldas mientras Roberto salía corriendo del aposento. Cuando Renard y Kali se hubieron levantado y trataron de alcanzarlo, el joven ya había desaparecido. — Corramos tras él— gritó Renard — . Ya sabe dónde está la muchacha y hay que llegar antes que ¿t a la Gruta. ♦ ♦ * Violeta recuperó el conocimiento y se incorporó. Durante algunos instantes, trató de coordinar sus ideas y. apenas se dio cuenta de que estaba realmente libre, buscó la salida de aquel antro. Todas las puertas estaban cerradas, menos una que cedió a su empuje. Con gran cautela la abrió. lentamente, pero sólo para hallarse en poder de Vera y del jefe de la banda, que habían regresado a examinar las consecuencias de sus infames planes. Asiéndola sin consideraciones, arrastraron de nuevo a la joven al interior de la Gruta. — Parece que tienes siete vidas como los gatos — Julio, 1920 < gruño el jefe de los bandidos — : pero ahora me vas a decir dónde tiene Sutton escondido el retrato que buscamos, si no quieres que te atormente y te obligue a decirnos toda la verdad. — No sé dónde está ese retrato — replicó Violeta con cansancio. — ¿No, eh? ¿Se te ha olvidado sin duda?, .. Pero pronto lo recordarás. De mi cuenta corre, pues tengo magníficos sistemas para avivar la memoria — insistió el sucesor del Rostro Fantasma con diabólica sonrisa. Vera acudió en ayuda de su amo y entre los dos acercaron a la joven a la pared, atando sus brazos a dos anillas de hierro que quedaban i>or encima de Violeta quedó suspendida. . BU cabeza. De ese modo, la pobre Violeta quedó suspendida porque sus pies no alcanzaban a tocar el suelo. El tormento, sin embargo, fué interrumpido por la entrada de Kali y de Renard que llegaban a todo correr. —Dupont debe fstar aquí de un momento a otro — dijo Renard jadeante — . . . Se nos escapó de las manos y está enterado de que esta muchacha fué conducida a la Gruta. , . —I Ya sabía yo que vendría I — gritó Violeta sin poderse contenerse—, ] Estuve llamándolo con tanta ansiedad. . . ! ,~^"^^, '°, ^^^ llamado a su propia tumba— replicó el jefe de la Banda, que se había acercado a una especie de postigo, abierto en el muro y desde el cual se veía cuanto ocurría en el exterior. A través de aquel disimulado mirador, el bandolero pudo presenciar la llegada de Dupont que. después de haber cruzado con prudencia el cementerio El Sr. E. S. Manheimer, que tiene los derechos exclusivos para </ extranjero de esta serie cinematográfica, nos comunica que ya ha quedado fotografiado el último episodio de la producción y se ha dispuesto de algunos territorios, aunque todavía faltan varios detalles a que atender, relativos a la exhibición. que rodeaba a la iglesia abandonada, púsose a examinar las murallas a fin de buscar una entrada propicia a la Gruta. El bandido aguardó con paciencia a que el joven llegase a cierto lugar y cuando hubo puesto el pie allí, tocó un botón que. cerrando el contacto eléctrico de los alambres colocados sobre un depósito de pólvora, provocó una explosión a tas plantas mismas de Roberto. A través de una hendidura. Violeta vio a bu novio caer enterrado bajo una pequeña montana de tierra y de escombros. Con un gemido de dolor, desvanecida, quedó colgando de las dos anillas que martirizaban sus brazos blanquísimos. El jefe de la Banda la sacudió sin misericordia, diciéndole: — ¿Oíste la explosión? i Viste cómo tu novio ha muerto ante tus propios ojos? Pues igual suerte te está reservada, a menos que nos digas dónde está el retrato. La joven persistió, sin embargo, en su silencio. El implacable facineroso, en el colmo de la ira. ordenó a Vera que quemase las palmas de las manos de Violeta. La infeliz, al sentir la llama torturante, lanzó un gemido de dolor y pidió piedad a sus verdugos. Pero en vista de la infiexibilidad de quienes la martirizaban, recurrió al expediente de todos los atormentados : una falsa confesión que la librase de aquella horrible suerte. — Si me soltáis, hablaré — dijo entre sollozos. Vera y su jefe desataron sus muñecas de las anillas. — Habla, pues. — El retrato está en el consultorio de mi tutor. . . El jefe de los bandidos mandó a Kali y a Renard a buscar el codiciado cuadro, pero no por eso dejó en libertad a la joven, sino que, poniéndole esposas en las manos, le dio un empellón, obligándola a sentarse en un banco de madera que había cerca. — Cuando tenga yo el retrato en mis manos, te dejaré ir — dijo a Violeta — pero, mientras tanto, es indispensable que te quedes en presencia mía como prueba de tu buena fe. Si no me has dicho mentiras. Renard no debe tardar en llegar con el cuadro. Renard y Kali entraron fácilmente — fracturando la cerradura — en el nuevo consultorio de Sutton. que estaba en una habitación de cortas dimensiones, edificada junto a la casa de Violeta. Pero por ninguna parte encontraron el cuadro que buscaban. En la pared no había más que un grabado mucho más pequeño que la pintura que querían. — Tal vez puso éste sobre el otro — dijo Kali. — No lo creo — contestó Renard — porque habría tenido que cortar el retrato, que es mucho más grande. . . Por mucha que fué la cautela con que los bribones penetraron en el consultorio, el doctor Sutton los había escuchado y se había apresurado a acudir. Instintivamente, sus ojos se dirigieron hacia el tesoro que había en le cuarto : la pintura oculta realmente (como lo imaginó el indígena) bajo el papel tapiz del lienzo de pared en que estaba el pequeño grabado. Lo cierto era que sólo con objeto de ocultar el retrato había alquilado el médico aquella habitación. Renard y Kali, escondidos en el 'espacio que quedaba entre el escritorio y un amplio diván, no fueron vistos i)or Sutton, pero Renard pudo notar la mirada que el doctor dirigió al cuadro y, seguro de que había dado con el escondite, saltó como un tigre sobre Sutton y lo obligó a caer de espaldas. Kali también acudió en ayuda de su compinche y, poniendo una rodilla contra el pecho del anciano, dejó que Renard, por su parte, se encargara de estrangularlo. El rostro del médico perdió de pronto la expresión de dolor que la tortura le causaba y su cuerpo, flácido y sin resistencia, se deslizó hacia el suelo. Rota la columna vertebral, cayó pesadamente. Renard y Kali arrancaron el cuadro de la pared y. levantando el papel tapiz, dieron con la buscada pintura, después de rasgar con una navaja la tela que la ocultaba. Sacando el cuadro, que. naturalmente, no tenía marco, Renard lo enrolló y lo escondió bajo sus ropas. Luego, él y el indígena salieron furtivamente, aunque seguros de que Violeta y Dupont estaban muy lejos de allí y de que Dacca continuaría sin conocimiento por causa del golpe brutal que le asestara Kali, poco antes. ♦ * ♦ Dupont, aunque casi ahogándose bajo el peso de loi escombros que tenía encima, no había perdido el conocimiento. Con paciente tenacidad, y a fuerza de puños, salió de aquella tumba improvisada ; pero comprendiendo que. solo, nada podría contra sus enemigos, se alejó tambaleándose de aquel lugar, con la intención de pedir auxilio. Ignoraba si Violeta estaba muerta o viva, pero, resuelto a vengarse de los infames, decidió ir en busca de un grupo de gente resuelta que lo ayudase en sus planes. "Vera, que estaba de guardia para esperar el regreso de Renard y de Kali. vio a Dupont salir de entre los escombros y. en la certidumbre de que volvería, se preparó a aguardarlo. Cuando sus secuaces llegaron con el retrato robado, el jefe de la Banda no disimuló su alegría. — Debemos apresurarnos — dijo— porque el médico no tardará en venir a perseguirnos. — No hay cuidado por esa parte — replicó Renard -> PÁGINA 640