Cine-mundial (1920)

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CINE-MUNDIAL con aire Biniestro — ya lo despachamos a donde no nos molestará más. Violeta alzó la cabeza horrorizada y comprendió que habla perdido a su tutor para siempre. El grito doloroso que no pudo reprimir, hin^o que el jefe de la Banda se fíjase en ella nuevamente, recordando la promesa de libertarla. — Puesto que tengo por fin en mis manns el retrato— le dijo — y ya que tu tutor y tu novio han muerto y no pueden luchar contra nosotros, te dejaré en libertad. E iba a arrancar las esposas de las muñeras de la joven, cuando Vera gritó desde el sitio en que estaba de guardia: — 1 Dupont viene hacia noostros, con un grupo de gente armada [ — I Dupont ! — exclamaron todoB. ^¿ Cómo pudo escapar a la muerte? — inquirió e! jefe de tos bandidos. — No lo sé. Lo vi salir de entre los escombros y me quedé esperando su regreso, segura de que volvería. . . El jefe de la Banda miró con odio reconcentrado a Violeta, en cuyo semblante lucía el esplendor de una nueva esperanza. Tenia absoluta confianza en la fuerza de Roberto para libertarla de sus enemigos. Pero la mirada implacable del heredero del Rostro Fantasma la hizo palidecer de miedo. — ¿ De modo que todavía vas a darnos qué hacer. eh ? — dijo malévolamente.^! Poned barricadas por todas partes y guardar las entradas I. . . Y tú. Vera, encárgate de esta muchacha. Ordenando a Kali que trajese el retrato, el cabecilla de la criminal asociación se alejó con Renard para preparar la defensa de la Gruta, en tanto que Vera arrastraba a la infeliz Violeta tras sí. Dupont liabía encontrado varios hombres fuertes y resueltos que se comprometieron a obedecer sus órdenes con tal de recibir una buena paga por el peligro que iban a desafiar, aunque, a decir verdad, se reaistian un poco a atacar una iglesia, hasta que Roberto los convenció de que el edificio había sido transformado en un antro de criminales y asesinos. Con gran cautela, la pequeña banda se acercó a la Gruta y habría, indudablemente, tomado sin dificultades la "fortaleza" a no haber sido por la vigilancia de Vera que delató su proximidad y puso en guardia a los bandoleros, mucho antes de que comenzara el asalto. En el interior de la Gruta, la Banda Negra trabajaba febrilmente para hacer improvisadas barricadas. Renard quedó a cargo de la defensa de una de ellas en tanto que otro miembro de la cuadrilla, Harris de nombre, montó guardia en una pesada puerta por la que el enemigo [)odÍa hacer una fácil incursión. En cuanto al jefe de tos facinerosos, se colocó a la entrada de una especie de trampa que comunicaba con los sótanos de la iglesia, con la intención de refugiarse allí con los suyos en caso de que la fortuna le fuera desfavorable durante la lucha. Dupont inició el combate reconcentrando sus esfuerzos sobre la puerta defendida i>or Harris, que hizo fuego contra los asaltantes a través de una hendidura del inmenso portón. Roberto esquivó la bala, apretándose contra la pared, donde no podíon alcanzarle los tiros. En tanto, sus gentes penetraron por una ventana que los bandoleros se habían olvidado de resguardar. Estos últimos luchaban a brazo partido, pero los asaltantes tenían la ventaja del número y Renard se hallaba rodeado por todas partes, en tanto que Harris. contra el cual Roberto había hecho fuego a través de la puerta, caía herido. Apenas quedó sin defensa aquel punto,. Dupont se lanzó al interior. Aunque con un balazo en el cuerpo, Harris se levantó y echó a correr, perseguido por el joven médico, a través de una escalera que conducía al viejo coro abandonado. Habiendo llegado el primero a la plataforma, Harris se echó al suelo y esperó, con la pistola en la mano, pero Dupont, contra lo que el bandido esperaba, no parecía. . , De pronto, el sombrero de Roberto apareció a nivel con el piso de la plataforma. Harris disparó y el sombrero, tocado, quedó inmóvil. — Lo maté — pensó el bandido. Trató de preparar de nuevo bu arma, pero ésta no funcionó. Echándose a un lado, se arrastró hacia el borde de la plataforma. Duirant, que no había BÍdo herido, lo siguió en silencio y sin ser visto. El jefe de los bandidos, viendo a su gente poco menos que vencida, en momentos en que la entrada que Renard guardaba cedía al empuje de los asaltantes, abrió la puerta de los sótanos y llamó a sus secuaces, ordenando que lo siguieran a aquel refugio. Vera y Violeta, escondidas entre las nubes de humo que los disparos habían desparramado por la Gruta, se habían refugiado en un rincón cercano a la puerta. Al escuchar el mandato del jefe. Vera arrastró a la joven consigo. — I Roberto I i Socorro I i El sótano. . . I — gritó Violeta. Vera instantáneamente ahogó los gritos de bu priBÍonera podiéndole la mano sobre la boca. Al llegar ante una pesada puerta. Vera se detuvo. Acababa de ocurrírsele un plan infame. La noche anterior, el jefe de la cuadrilla había hecho que se encendiera una estufa para alejar el frío nocturno que se colaba por los corredores de la Gruta. Vera abrió la puerta y, dando un empellón a la joven, la obligó a entrar allí. Estremecida de horror. Violeta vio que estaban de pie sobre la abierta boca de la estufa, hoguera enorme de la cual se escapaban ondulantes llamas. De una de las vigas que formaban el techo pendía una soga. Vera la asió y ató Con ella firmemente los brazos de su víctima. — Me parece muy bien. Vera — dijo a su espalda Renard, que había seguido a ambos y contemplaba la escena desde la puerta. -¿Qué vais a hacer conmigo? — gritó Violeta angustiada. —Ahora verás. . . — contestó Renard con Infernal sonrisa. Lanzando el extremo libre de la cuerda por encima de la viga, tiró de ella, con lo cual Violeta subió por los aires, suspendida de las muñecas, por encima del fuego. El aire que el balanceo de su cuerpo formaba, dio impulso a las llamas. ^1 Socorro I — ^gritó con toda la fuerza de sus pulmones, en la esperanza de que su novio escuchase aquel supremo gemido de desesperación. —Grita cuanto gustes, paloma — replicó Renal— que apenas esté cerrada la puerta nadie podrá escucharte. Después, con infernal paciencia, ató la cuerda a la parte superior de la puerta de modo que, al abrirse ésta desde el exterior, la soga, cediendo al peso del cuerpo de la joven, bajase y arrojara a Violeta a las llamas. sobre el vacío. El bandolero quería obligar a Dupont a seguirlo por aquella estrecha senda y lo logró. Cuando iba hacia la mitad de la viga, Dupont escuchó de nuevo con toda claridad los gritos de Violeta que parecían venir precisamente del sitio que quedaba bajo él en aquel instante. Durante un segundo, el joven vaciló, sin saber qué hacer. Harris eligió ese momento para lanzarse sobre él. En lo alto, agarrados ferozmente y debatiéndose sobre una viga podrida que se estremecía y crujía siniestramente, los dos hombres lucharon por arrojarse mutuamente a las baldosas de abajo. Lentamente, con ira y feroz obstinación, Dupont trató de retroceder a terreno firme. Harris combatía como un salvaje, pero, finalmente, un formidable golpe de Roberto lo hizo dar un paso en falso y caer desde la viga hasta el Buelo de la Gruta, donde quedó inmóvil. Dupont y su gente habían logrado sacar de aquella fortaleza al jefe de la Banda y a sus secuaces, pero. En la casa de Dupont, Kali que había conseguido. . . — Quien venga en tu auxilio será el instrumento mismo de tu muerte — explicó el bandido — y aunque logren sacarte de las llamas, difícil será que te cures de las quemaduras. . . Y, abandonando a la joven a su suerte. Renard y Vera se alejaron. Violeta trató de apartar su cuerpo de la abertura a través de la cual subfan las llamas : pero cada nuevo movimiento tendía a aumentarlas, de modo que la infeliz joven concluyó jwr renunciar a todo esfuerzo. Esta vez estaba en la certidumbre de que sus enemigos triunfarían sin género de duda, ya que todo se había puesto de su parte. Además, ¿ quién había de acudir en socorro suyo cuando este socorro sólo pocUa significar la muerte? Pero Dupont había oído el último de sus desesperados llamamientos. Arrastrándose por la galeria tras de Harris. a quien creía ignorante de su presencia, le pareció, a través del piso destrozado, escuchar la voz de su novia. En aquel momento. Harris, con el rabo del ojo, vio a Dupont._ pero sin dejar que éste se percatara de su descubrimiento, siguió como si tal cosa, aventurándose sobre una viga que estaba sostenida a ambos extremos pero cuyas dos terceras partes se hallaban al parecer, el caudillo y sus tenientes habían esespado ilesos. La gente de Roberto, entre tanto, se preparaba también a partir, no sin antes haber hecho un recuento de las heridas, descalabraduras y demás síntomas de lucha evidentes después de la curiosa batalla. Dupont corrió al sótano en la confianza de que el grito de Violeta había venido de allí. Pero todo era en silencio en derredor y no sabía que su novia se hallaba cerca. Llamándola dulcemente i)or su nombre, se movía a través de la obscuridad. . . De pronto, llegó a una puerta cerrada. — I Violeta I — llamó. — 1 No entres I — gritó angustiada la joven, que sabía que al abrirse la puerta, ella sería precipitada en la hoguera ardiente. — i No toques esa puerta. . . I Retírate, Roberto. No puedes salvarme. . . i No entres I. . . Pero Dupont no tenía intenciones de dejar a la joven a quien adoraba en el antro de la Banda Negra. Lo único que sabía era que estaba en peligro y que era indispensable salvarla. y. poniendo la mano sobre el picaporte, se dispuso a abrir la puerta. FIN DEL SÉPTIMO EPISODIO ASI TERMINO UN RÉGIMEN (viene de la página 625) con otro caudillo de la época. Su sucesor López, conocido por López I, se sostuvo autocráticamente por espacio de veintidós años, entregando el gobierno a su hijo, López II. Este es el primer caso en la historia en que la primera magistratura de una república pasa de padre a hijo. Rosas, el famoso tirano de la Argentina, gobernó despóticamente de 1825 a 1842, un total de diez y siete años, después de cuya fecha los argentinos por fin lograron deshacerse de él. Huyó a Inglaterra, donde vivió en la opulencia por veinticinco años después de su caída, muriendo en 1877 a la edad de ochenta y cuatro años. Antonio Guzmán Blanco, el dictador venezolano, subió al poder en 1870 y se mantuvo en él durante diez y ocho años. Al contrario de Cabrera, Díaz, Rosas, Francia y demás estadistas "a la brava", Guzmán Blanco tuvo la habilidad inaudita — porque no hay otro adjetivo con que calificarla — de retener en sus manos las riendas del gobierno sin necesidad de vivir constantemente en su pais. De lo que esto significa sólo podrán percatarse los que hayan estudiado la política de la América Latina en el periodo convulsivo. Guz Juiío, 1920 < man Blanco fué a París a divertirse en varias ocasiones, dejando en Venezuela "presidentes" que acataban su autoridad. Todo marchó a pedir de boca hasta que uno de estos suplentes, el Dr. Rojas Paul, se cansó de fungir de testaferro y en 1888 proclamó repentinamente que en adelante él era el gallo de aquel gallinero y no cumpliría más órdenes de Guzmán Blanco — a la sazón dándose una vida de potentado oriental en la capital francesa. El dictador amenazó que haría y desharía en cuanto regresara a Venezuela, pero Rojas por lo visto había escogido el momento psicológico. Guzmán Blanco jamás se atrevió a tomar de nuevo las riendas del poder: es más, no volvió a vérsele por su país. Posesor de grandes riquezas, rodeado de comodidades, lujo y toda la pompa que el dinero puede comprar, Guzmán Blanco murió, no obstante, melancólico y nostálgico en el destierro. En sus últimos años sus ansias por retornar a la tierra natal se trocaron en verdadera manía, y asediaba a preguntas sobre Venezuela a cuanto paisano caía por su casa. El único competidor actual de Cabrera en la América Latina, en lo que se relaciona a permanencia en el poder, es Juan Vicente Gómez d€ Venezuela, que lleva doce años ocupando la primera magistratura de su pais. — > PÁGINA 641