Cine-mundial (1920)

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CINE-MUNDIAL El Arte Cinematográfico en China, eL Oriente es la tierrü clásica del misterio. Todo lo que de allá viene, trae aroma exótico que nos hace recordar i el esplendor de las escenas de las Mil / Una Noches o la irisada película con ({ue ^oti, Gautier, Gómez Carrillo y tantos otros licieron libros encantadores. Nos parece cono si aquellas tierras fueran de otro mundo iparte, donde las gentes, dotadas de una nentalidad peculiar y de un modo de vida extraño, están muy lejo.s de nuestra civiliación y de nuestro modo de ver las cosas, f a que tra¡í;amos a la imaginación la coidiana, melancólica plegaria de los almuélanos que claman desde lo alto de los tetndos de Mahoma o el bullicio de las a bigaradas callejuelas de Pekín — tantas veces (escritas y soñadas — o ya que nos parezca, lor magia de la mente inquieta, presenciar ina puesta de sol frente al Cuerno de Oro, unca podremos despojar a todo ello de esa specie de niebla que envuelve a las imágees lejanas y que transforma en espejismo !asta los más vivos colores de la realidad. I Pero el Cine es peregrino de todos los clipas y aventurero de todas las encrucijadas, lo mismo planta su tienda a la sombra de as mezquitas, que son como tela de encaje le trincada, cpie a diez metros de distancia ■e un panzudo y gigantesco Buda, símbolo |e pasada estulticia, indiferente a esa espete de cuchicheo con que el celuloide cineaatográfico gira dentro de la máquina de iroyección. ÍY si la película acerca el Occidente al riente y le lleva un reflejo de nuestra vida de nuestras costumbres, justo es que, en Ímbio, nos traiga a nosotros algo de la aleda existencia de aquellas comarcas vetusis y extraordinarias. Hablemos, pues, del ne en Oriente, y veamos (lué intpresión ha;n esas mismas películas que nosotros cricamos o aplaudimos entre los que habitan , grande abuela que se llama el Asia. j China, país ininteligible, comienza a guskr del Cine. Las funciones cinematográfiis empiezan a eso de las dos de la tarde y :rminan a la madrugada. A veces, familias iteras permanecen en el interior de la sala e espectáculos desde el principio basta el n de la sesión, y ven la misma cinta dos o ■es veces sucesivas con una gravedad casi digiosa. El tiempo es lo de menos, y como instantemente se sirven meriendas y refres)s entre los espectadores, no liay necesidad e ir a casa. En Pekín, hay im censor de cinematograa. Pero sólo ejerce sus funciones para la (hibición de películas en el teatro europeo, ues las cintas destinadas al público chino ropiamente dicho, es decir, las que se premian fuera de la capital, no pasan por sus anos. Ha habido casos, sin embargo, en ie la policía de Shanghai prohibió que se chibiesen algunas producciones que se conderaron peligrosas para la moral del púico. Todo eso lo cuenta el señor Marshall San;rson en una interesante crónica que man5 recientemente a nuestra edición inglesa. ice que la parte mercantil de la cinematoj*afía en China no es, coma muchos creen, Itracterlstica de prosperidad, sino al contrao, por causa de los precios de entrada y ifiQTf» io?n <' Los siameses aplauden a Chaplín con el mismo entusiasmo que sus congéneres de los Estados Unidos. la América del Sur o Europa. i:ii:iiii'iiii'iiiiiiiiiiiiniiiiiiiiiiiiii!iiiiiiiiii{iiiiiiiiiiiiii{iitijiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiitiiiiiitiiiiiiiii|[w por razón del exiguo número de cines que hay en China. Tan mal negocio es ese, a pesar del evidente interés que los habitantes tienen en el espectáculo, que parece imposible que los empresarios hagan dinero. En gustos se rompen géneros No puede haber mejor prueba — aunque ninguna es necesaria — de la diferencia de añciones entre el mundo oriental y el occidental, que el contraste entre las preferencias cinematográficas de uno y otro. Si los espectadores de Nueva York, París. Méjico o Buenos Aires se entusiasman al ver la lucha entre el héroe y el traidor que se golpean houíéricamente en el curso de cien o doscientos metros de celuloide, mientras la heroína, al aire las guedejas de oro de su cabello y abiertos enormemente los azules ojos, con El Cine, qtie tiene el privilegio de salvar las altas barreras de raza, religión, latitud y sistemas de gobierno, Oriente al Occidente. V los versos de Kipling que afirman que esa unión es imposible, parecen confirmarse una vez más: El Levante es el Levante y el Poniente es el Poniente . . . Y nunca se reunirán! Pero tan poderoso es el influjo del arte mudo que sus manifestaciones tienen eco singular en los pueblos de raza amarilla, aunque ni entiendan ni aplaudan las películas que causaron sensación entre nosotros: ellos gustan de otra clase de cintai Sin embargo el cehdoide mágico triunfa allí, como en todas partes. templa la pelea palpitante y estremecida, en cambio los espectadores de China permanecen indiferentes ante aquella escena dramática .y no les entusiasma ni un bofetón bien plantado ni la viril belleza del autor de aquel golpe maestro. ¿Qué les gusta, pues, a los señores chinos? ¿Qué les entusiasma? Lo que les encanta, lo que les deleita, lo que les hace dejar sin una protesta en la taquilla sus monedas agujereadas son ¡oh sombras de GrifFith, Fairbanks y Olive Thomas! las películas llamadas "industriales". No se hable a un chino de las hazañas de Antonio Moreno, de la belleza de Mary Pickford o de las temerarias empresas de Hart. Pero si se quiere ver en sus ojos oblicuos el reflejo del regocijo, no hay más que presentarle una cinta en la que se muestre cómo funciona una máquina de hacer alfiles, por ejemplo, o cuáles son las etapas que marcan la fabricación de barricas de madera! Según el señor Harry Levey, presidente de la Sección de Propaganda Cinematográfica de los Clubs Americanos de .\nunciantes, hay mayor campo de acción y de negocios para las películas industriales en el Oriente, que para las cintas fntodramáticas. Quizá se trata de una exageración, pero, a tan larga distancia, debemos atenernos a los informes de quienes han visitado aquellas comarcas a donde nosotros no podemos ir por ahora. El señor Levey afirma que, por razón de los argumentos, no siempre es fácil atraer público a los cines de China donde se presentan fotodramas, mientras que esos mismos cines se llenan completamente, aunque aumenten sus precios, si ofrecen películas industriales. Y es, hasta cierto punto, explicable esta diferencia en las aficiones. Para el asiático, el amor entre hombre y mujer tiene modalidades totalmente distintas de las que caracterizan a esas mismas relaciones de afecto entre nosotros. Y como la mayoría de los temas cinematográficos tienen por base las complicaciones amorosas, resulta que el chino o el japonés, decididamente, no entienden nuestras películas y, por consiguiente, no les agradan. Las series siempre triunfan Sin embargo, los exhibídores de Oriente tienen un recurso que nunca falla en las presentaciones fotodramáticas: las series. Sin duda que, después de las cintas industriales, son las episódicas y detectivescas las que más llaman la atención a los públicos chinos. El atrevimiento, las empresas de valor y la ing"nuidad de las trania.s les atraen como a la generalidad de las gentes en otros países, pero lo que saca de quicio su indiferencia tradicional, lo que los deja pasmados y felices es el espectáculo del interior de una fábrica norteamericana, donde se realizan esos milagros industriales que, a o;ios de un chin-i, tienen, y con razón, algo de brujería. La producción de películas industriales es de reciente empresa y apenas si se ha iniciado esta modalidad del arte mudo que, a decir verdad, no tiene grandes posibilidade.'! mercantiles en nuestros países, donde se da preferencia a la cinematografía dramática o cómica; pero el nuevo arte, que es como la novela de las grandes hazañas de ingeniería, mecánica, electricidad, construcción de bu(jues, edificios y automóviles; manufactura de golosinas, de aparatos industriales, de fonógrafos y de millares y millares de tantos otroy productos de la actividad fabril contemporánea, cuenta con muchísimos adeptos en esos países fantásticos del más viejo continente. Uno de los detalles interesantes de las cintas destinadas a esos países es la hechura del titulaje de que van acompañadas. El chino, por ejemplo, es un lenguaje tan complicado que, para que los espectadores com]irendan l)ien el i>roceso de fabricación de determinados aparatos, cuya descripción técnica es difícil de suyo, hay que hacer enormes tiras de celuloide con caracteres enrevesados (enrevesados para nosotros) cuyos originales deben ser dibujados a mano por un artista indígena. Aim asi. hay veces que no es posible hacer entender ciertas cosas al espectador. De ahí la necesidad del "explicador" oficial que es una institución oriental de la que ya se ha hablado en estas columnas y que no falta en ningún cine de aquella república.