Cine-mundial (1920)

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"Sj^wTf ^rsmn. íTil é^ CINEMUNDIAL DLASCO IBAÑEZ ha escrito una serie de ■L' artículos sobre Méjico para el "Times" de Nueva York... y lo de siempre: se ha armado un zipizape de esos que deben agradar al autor español, porque sale de uno y entra en otro. A pesar de que las composiciones aludidas, siguiendo la norma yaníjui en estos casos, están "sindicadas" — es decir: se han vendido a un sindicato periodístico que las publica a! unísono en diversos diarios de Norte América— vine a enterarme del asunto por un redactor cubano al servicio de CINE-MUNDIAL que, poniéndome en las manos un ejemplar del "Times", dijo: — Léase lo que dice Blasco II)áñez sobre Méjico. Ahí tenemos pelotera a la vista. Leí por encima el artículo y terminó de publicarse la serie sin que viera otro. Es decir: creo que ha concluido, porque tampoco estoy seguro de eso. Pocos días más tarde, un exportador de películas dijo a uno de los nuestros: — Estoy leyendo los artículos de Blasco. Ahora me doy cuenta exacta de la clase de gentuza que tenemos por vecinos. — ¿Gentuza, eh? — contestó el otro.^Espere que Blasco salga de los Estados Unidos. Entonces va usted a darse cuenta del país en que vive y la gente que lo habita. ¡Eso va a ser una revelación ! T AS cosas así, Miguel de Zárraga, con golpe ^ periodístico certero, protesta desde "La Tribuna" y se atrae las simpatías de la colonia hispana. Luego José Alhuerne, en "La Gaceta", arremete contra "La Tribuna" defendiendo a Blasco. A los pocos días me invitan a un banquete-homenaje en honor de Zárraga y me entero, además, de que algunos ciudadanos andan tomando la cosa por lo trágico e intentan pedir explicaciones personales al novelista. Supe al mismo tiempo que había salido por este motivo del hotel en que paraba. No me pude contener más. Homenajebanquete (y nada menos que con pisto a la madrileña en el menú), conatos de reyertas y escándalos, agrias polémicas en la prensa hispana, el delirio! El asunto presentaba ya cariz demasiado cinematográfico, casi de película en serie, y había que intervenir por fuerza. Quizás con todo este lío pudiera yo también pescar, de bóbilis bóbilis, algún banquete, o por lo menos algún tributo de admiración por parte de la colonia agradecida. De todos modos, me dije, lo peor que puede suceder es que me tiren un plato a la cabeza, y sin meterme en más averiguaciones me eché a la calle y en seguida hice acto de presencia en el lugar de los hechos: el Hotel "Félix Portland". * . * * AL primero que intenté entrevistar fué al negro del ascensor, quien, al oir el nombre de Blasco, habló con la elocuencia de un Demóstenes. ¡Qué fogosidad más admirable! No hay duda que el célebre novelista español había producido honda impresión en aquel espíritu simple y fervoroso. Lástima que las leyes de imprenta me impidan transcribir sus expresivas y, como dicen los yanquis, pintorescas manifestaciones. * * * T)EDI luego noticias a un cómico mejicano ■^ huésped del hotel. — Pues no tiene usted que ir a otra parte. Yo en el ascensor le dije. . . Sólo esperaba que contestase para. . . Se hizo el que no oía. . . Pregúntele usted al negro. . . * * * rvESPUES vi a un cubano. ^ — Sí, yo fui uno de ellos — dijo. — Veníamos una comitiva de diez o doce. Un amigo mío sudamericano traía escrito un discurso para leérselo a Blasco, recordándole cómo lo habían expulsado de la Argentina por hablar más de la cuenta. . . El encargado del hotel nos paró la carreta cuando íbamos a entrar en el comedor. . . * * * A LOS pocos pasos tropiezo con un señor venezolano que funge de poeta y otras cosas más y es capaz de perdonar la vida, literariamente, no. digo yo a Blasco, a Cervantes si resucitase. Este sujeto tiene además la obsesión de que la gloria de la colonia hispana en Nueva York, y de la raza en general, está íntimamente ligada con sus intereses. — ¡No me hable usted de eso, amigo Hermida ! — exclamó emocionado al enterarse que yo andaba de sabueso por el hotel.^ — Co^\ un berrenchín que por poco me lleva a la tumba. Tropecé con ese mercachifle de la literatura (lolé!) en el ascensor y no pude resistir la tentación. Solté tres o cuatro groserías de ordago. No me hizo caso. Yo miré fijamente al negro, que no me dejará mentir. Pregúntele usted. . . (Aquí empecé a comprender la elocuencia del etiópico. Por lo visto, los indignados con Blasco no se atrevían a embestir directamente y disparaban al bulto. El negro, que sabe del castellano todas esas frases que son las primeras en aprenderse en tods los idiomas, las reconocía en seguida y esperaba con fruición la "riposta" con su bronca consiguiente. Agosto, 1920 < Pero, ¡ca! .\1 ex abrupto, sucedía un silencifr de sepulcro y, como único punto neutral, en él fijaban la vista. ¿Irían dirigidos a su persona aquellos escogidos piropos...?) * * * DURANTE la tarde hablé con ocho o nueve huéspedes y visitantes en el vestíbulo del "Félix Portland". Todos alegaban haber tenido dares y tomares con el autor. Aquello se ponía monótono. Resultaba parecido al campeonato de billar de la otra noche: el único momento emocionante fué cuando a un jugador se le escapó una carambola. De retirada ya encontré a un amigo que, por el negocio a que se dedica, debía estar bien enterado. — Pues, sí señor. Han ocurrido cosas peregrinas. Yo tuve un disgusto bastante serio con él. Por lo visto a Blasco Ibáñez no le agradaba vivir en el "Félix Portland" porque los huéspedes procedían de la América Latina, y un día dijo que todos los latinoamericanos eran indios negros y pintados. A mí me lo contaron y no me hizo buen efecto, como usted comprenderá. Más tarde me lo repitió en mi cara. Para él, los habitantes de la América hispana eran todos indios negros y pintados. ■ — Dispénseme usted — interrumpí yo. — Eso de "indios negros y pintados" no me suena bien. La frase rae parece impropia de Blasco. Yo no entiendo mucho de gramática o asuntos literarios, pero en "indios negios y pintados" barrunto una imperfección de estilo o algo así. . . — ¡Déjese usted de gramáticas o estilos! ¿Qué le importan a Blasco esas niñerías cuando se trata de insultar? Ante esta roceadura, callé y siguió mí hombre: — Luego quiso que lo viera en su cuarto para explicarme su actitud. Allí tuvimos otra agarrada. Me dijo que era anarquista, que había sido revolucionario y lo habían metido varias veces en la cárcel, que su religión era la de Mahoma y la mar de cosas raras que no pude entender. Como volviera a recalcar sobre lo de "indios negros y pintados", e insistiera en que yo le diese Iji razón sobre este punto, terminamos la plática sin lograr hacer las paces. * * + ADEMAS, Hermida — continuó — a mí no hay cosa que me indigne tanto como una pregunta capciosa. — No lo sabía^dije yo sin darme cuenta exacta de hacia dónde iba a parar. — ¿Que no lo sabe usted? ¡No me diga usted que no conoce esa característica míaf ¡No me lo diga usted! —Vamos, vamos, no hay necesidad de sulfurarse, hombre! Expliqúese usted. — Me iré al grano entonces. A mí no me gusta que me tomen el pelo. El que me venga con una de esas preguntitas capciosas (nopude sacar en claro qué significado daba a la palabra mi entrevistado) se lleva un bufi > PÁGINA 70?