Cine-mundial (1920)

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CINEMUNDIAL 'A«ti7cia« de Caraiiibi<a! ACE algunos años se estableció en Sevilla, la ciudad mis alegre y más simpática de toda España (y conste que no soy sevillano), un buscavidas llamado Perico Salcedo, aunque conocido por el apodo de iCarambita! por la frecuencia con que repetía esta interjección en sus conversaciones. Era un vivo que sabía disfrutar de la vida sin grandes trabajos y a costa de los confiados. Había nacido en Nerja, delicioso pueblo de la costa malagueña y a los diez y seis años lo envió su padre a estudiar Derecho a Granada. Pero como no estudiaba una palabra y ni siquiera compró los libros, al llegar el mes de junio regresó a su villa natal con media docena de calabazas y un centenar de deudas, que el autor de sus días, que era un pobre tendero de comestibles, pagó con dificultades. Al llegar septiembre, se repitió la cosecha de verdura y Perico reflexionó que era lo más prudente gastarse los cuartos que le restaban en adquirir un billete de tercera clase de Granada a Madrid y arreglarse como pudiera en la coronada villa, antes que soportar los rigores paternales, que ya se columbraban en una extensa carta que obraba en sus bolsillos. En Madrid fué sacristán, repartidor de periódicos, cartero, escribiente, cómico, pintor escenógrafo y vendedor de específicos. Como el ejercicio de esta industria le fuese lucrativo, se dedicó a recorrer provincias, diciéndose inventor de unos polvos que lo mismo servían para curar los males del estómago, que para bruñir los metales, limpiar la dentadura y hacer crecer el pelo. Después de todo, no podía ser más inofensiva aquella medicina, pues era un compuesto de bicarbonato, goma arábiga, magnesia y una sustancia colorante. Eran de oír los discursos que iCaramtita! pronunciaba en elogio de sus polvos, subido unas veces en los asientos de un lando alquilado y otras "sobre una mesa de pintado pino". Explotando ese modus vivendi llegó Perico Salcedo a Sevilla, donde le conoció un don Juan Rodés, empresario de espectáculos, que era a la vez oficial de la Hacienda Pública. D. Juan adivinó en ¡Carambita! un joven activo, que podía servirle mucho para sus proyectos, y le hizo proposiciones para que se quedase a su lado, dejando la charlatanería que gastaba en la venta de específicos. jCarambita!, que estaba ya cansado de esa vida y tenía la garganta destrozada, oyó gustoso, aceptándolas, aquellas proposiciones, y se instaló en Sevilla. Justamente en esos días D. Juan acababa de abrir un Cinematógrafo en el Barrio de Triana, que no le daba todos los rendimientos que soñó. Puso a su frente a Perico, que desde la primera semana aumentó los ingresos, ideando atracciones. Eran de ver las novedades que se le ocurrían, intercalándolas entre película y pelícu Agosto, 1P20 < la. Los trianeros y sobre todo las trianeras. acudían a llenar el Cine. Una tarde le dijo a D. Juan: — Mañana y pasado me propongo ver aquí reunidas a todas las viejas del barrio. En el cartel fijó el siguiente atrayente anuncio: ¡Ojo! Entre la tercera y cuarta película se dará a conocer una receta admirable inventada por el Profesor neoyorquino Mr. Camelíni, para aminorar la vejez. Sólo podrá utilizarla el bello sexo. Las que aspiren a probarla deberán saber leer y escribir y traerse papel y lápiz. A las doce del día ya no quedaba entrada ni localidad disponible. Junto a la taquilla ocurrieron dos o tres incidentes al disputarse lugares en la "cola interminable" que se formó. Llegó la hora del espectáculo. En el momento fijado, Paco, vestido de frac y corbata blanca, apareció en el escenario y dijo: — La receta de Mr. Camelini tiene dos partes; pero sus efectos son imprescindibles. Por esta noche, las que aspiren a remediar su vejez, escribirán en un papelito su nombre y su edad; pero advierto que no ha de rebajarse un solo día, pues de lo contrario el asombroso procedimiento no surte efecto. Todas cumplieron el encargo y en el papel que llevaban hicieron constar su edad exacta. Les contrarió tener que volver a la noche siguiente; pero la seguridad que se les daba del éxito compensó aquel disgusto. La que más y la que menos se creía ya con una docena de años menos. A la noche siguiente, al terminar la película "Sacrificio de una Madre", volvió a surgir ante el lienzo blanco, la airosa figura de ¡Carambita! Su presencia acalló todos los murmullos, reinando un silencio solemne. Empezó así: — Señoras respetables: he de confesar mi falta. Un descuido ha hecho que algunos de los papelitos que escribieron ayer se me pierdan. Mas esto no importa. Las cosas están combinadas para que esta misma noche surta efecto la receta. — ¡Bravo! ¡Bravo! — gritan algunas. — Es preciso solamente que de nuevo se escriba la edad y el nombre. Añadiré algo del secreto. Las tres más viejas no podrán disfrutar del beneficio. Antes bien, a los efectos que luego sabréis, será preciso publicar sus nombres. Esto es sensible; pero necesario, según las instrucciones del saliio Doctor, a las que me atengo. Al terminar la película cómica, que comenzará ahora, se dará cuenta del escrutinio. Quedáronse perplejas las viejas al oír estas palabras. Algunas desconfiaron; pero las más se apresuraron a llenar de nuevo el papel. Mas ante el temor de resultar las más viejas, fueron quitándose años y alguna se puso veinte menos de los que tenía. Todas abrigaban el temor de que se publicase su ancia nidad. Entregaron los papeles y chismorreando unas con otras, nerviosas, intranquilas, esperaron el término de aquella originalidad. Todo llega y el instante deseado llegó. Volvió a presentarse ¡Carambita! y dijo: — Los papeles de ayer han aparecido. No hay que detallar siquiera la receta, pues he comparado los de ayer con los de hoy. Aquí están juntos por si alguna duda de la sabiduría del Doctor Camelini. Todas os habéis rejuvenecido, según propia confesión. De las papeletas resulta que algunas de vosotras tiene hoy veintidós años menos que ayer. Papeles cantan. Creo que bien merece la pena el dinero gastado para venir al Cine esta noche, que por cierto es noche en que se celebra la fiesta de los Inocentes. Dicho esto escapó más volando que corriendo. Inútil es decir el escándalo que se armó, las protestas, los gritos, las amenazas. Pero el dinero no estaba ya en la taquilla, sino en poder del Empresario, y los Guardias Municipales, oportunamente preparados, se encargaron de desalojar el local. La idea diabólica de aquel tunante había producido efecto. Dos ingresos de mil peestas cada uno. EL "Strand" de Nueva York anunciaba la semana pasada estas dos películas: "El Gran Accidente" "Vida de Casado" Y a la puerta de un teatro de barrio se veían los siguientes títulos. "¿Debe trabajar la mujer?" "Por amor o por dinero". LOS agentes de publicidad a veces se van del seguro. De entre el fárrago de material de propaganda de uno de esos "fotodramas a tesis" tan en boga en estos tiempos destacábase esta joya: "Esta película encierra un trascendental problema doméstico. Su título se presta para armar un verdadero lío en el vecindario. El día del estreno, debe ponerse un gran animcio en los diarios preguntando a las mujeres de la localidad: ¿Le son Beles sus maridos? LEAN esto los suscriptores de CINE-MUNDIAL que se quejen de que a veces la revista llega con algunos días de retraso: "Como ustedes sabrán, hoy rompimos las hostilidades contra Servia; por tanto, aunque lo sentimos mucho, la Asociación Cinematográfica de Hungría no podrá participar oficialmente en la Exposición Industrial próxima a celebrarse en el Olimpia." Esta carta, fechada en 29 de julio, 1914. se recibió en Londres la semana pasada. | > PÁGINA 705 '