Cine-mundial (1920)

Record Details:

Something wrong or inaccurate about this page? Let us Know!

Thanks for helping us continually improve the quality of the Lantern search engine for all of our users! We have millions of scanned pages, so user reports are incredibly helpful for us to identify places where we can improve and update the metadata.

Please describe the issue below, and click "Submit" to send your comments to our team! If you'd prefer, you can also send us an email to mhdl@commarts.wisc.edu with your comments.




We use Optical Character Recognition (OCR) during our scanning and processing workflow to make the content of each page searchable. You can view the automatically generated text below as well as copy and paste individual pieces of text to quote in your own work.

Text recognition is never 100% accurate. Many parts of the scanned page may not be reflected in the OCR text output, including: images, page layout, certain fonts or handwriting.

C 1 N E M U N D I A L Serie cinematográfica en quince episodios, original de Arthur B. Reeve y John V. Grey. Novelización de Mary Asquilh y versión castellana de F. J. Ariza, ambas hechas especialmente po.j. CIXE-MUA'DIAL. Los derechos de exclusividad sobre este fotodrama en el exterior corren pjr cuenta del exportador neoyorquino E. S. Manheimer. OCTAVO EPISODIO UN ECO DE ULTRATUMBA eSPERA, Roberto, por piedad. . . espera ! — imploró Violeta. El intenso terror ouo el tono de su voz revelaba, iniíio'^i. *ó a Dupont, que escuchó, sin abrir la ]nieita> las palabras de su novia. — Si abres — cnntiruu diciendo la joven desde dentro — caeré en una hoguera que hay a mis pies. Una cuerda, que pasa sobre la puerta, está atada a mis mui-iecas. . . y la puerta es lo único que la sostiene e impide que caiga yo. . . Y las llamas suben cada vez más, Roberto. . . El joven doctor no oyó más. Alzando los ojos, pudo ver el cabo de la cuerda que quedaba arriba de la puerta. Parecía imposible asirlo, pero era indispensable a todo trance salvar a Violeta de aquella atroz situación. Roberto tomó una decisión súbita: atrayendo hacia si la puerta para impedir que se abriese, con una mano, dctruzó a puñetazos, con la otra, la parte superior, y a través de la abertura que dejaron los golpes, hizo pasar su propio brazo y asió la cuerda manteniéndola en la misma posición a fin de que \'Íoleta siguiera sostenida en lo alto. Luego, con gran precaución, se deslizó dentro, procurando no abrir la hoja más que el espacio estrictamente indispensable para darle paso. Con todo, aquellos cuantos centímetros bastaron para hacer que Violeta descendiese un poco más Itacia la hoguera. La joven ahogó un írrito de dolor y de miedo. Pero Dupont, rápidamente, atrajo la cuerda hacia sí y se enrolló el extremo libre en torno de la cintura. — ¿Puedes balancearte en el aire de modo que te acerques a mí un poco más? — preguntó a Violeta. La joven hizo un esfuerzo casi sobrehumano y, meciéndose lentamente en los aires, dejó que su propio peso la llevara al lado de su novio, que la recogió tiernamente y la desató de la soga fatal. Pero Violeta había sufrido demasiado, y su dolor, unido a la fatiga, al terror y a la pesadumbre de haber perdido al doctor Sutton, causaron un prolongado desmayo que la hizo caer, inmóvil, en brazos de Roberto que se apresuró a llevarla a su casa. Al llegar allí, descubrieron ambos el cadáver de Dacca, que yacía en el rincón contra el cual Kali lo había estrellado. " — La muerte fué, para él, un gran beneficio— dijo Dupont, des]iués de examinar el cadáver— ^-portpie la herida que recibió lo habría dejado paralítico para toda su vida, i Pobre amigo mío ! Pero su dolor fué mayor aún cuando descubrió el cadáver de su viejo amigo y profesor, el médico. Aunque Violeta le había hablado del asesinato, el joven conservaba la esperanza de que Renard y Kali hubieran fallado en iu. :'olpes homicidas. El desgar rrado papel (' ■ . i pared y el desorden de lus muebles del de -.pacho, daban testimonio de la lucha de que el aposento había sido teatro. Dupont comunicó la noticia del doble asesinato a la policía, explicando que tanto Dacca como el anciano liabían Tuuerto defendiendo su vida contra unas ladrones que habían asaltado el despacho a fin de robar la valiosa pintura que Sutton tenía en el consultorio. N'ioleta no podía permanecer sola en aquella casa y como persistía en su negativa de casarse con Roberto liasta después de su cumpleaños, iiubo que akiuilar una serie de iiabitaciunes en un hotel, donde viviese la joven, lejos del peligro de la siniestra banda. Y como, sin contar con el fiel Dacca, Dupont no (luería tampoco ocupar sus aposentos de soltero, también se fué a habitar al hotel. La Banda y el jefe de ella habían, al parecer, desaparecido. Pero su aparente inactividad dependía solamente de la circunstancia de haber encontrado lo que buscaban: el retrato. Teniéndolo ya en sus manos, el caudillo de los forajidos buscó un escondite extraño y alejado en el fondo de una callejuela obscura y poco frecuentada, a donde le llevó la idea de que nadie le entorpecería sus planes, ya que el retiro estaba lejos ílel centro de la ciudad y era muy diferente de los "lujosos" cuarteles generales que antes habían servido de centro a sus negras actividades. En aquel tugurio, Renard y Vera examinaban horas enteras el retrato robado, tratando de encontrar el mapa o una clave cualquiera que les sirviera para descifrarlo, a lo largo del perfil de la ]3intura, en los líortles de ella y por dondequiera que había pasado el pincel del artista, bajo cuya mano el maiia asumía la forma de un jeroglífico. Al cabo de una mañana de recorrer, con un cristal de aumento, todos los trazos de la pintura, \'era rechazó impaciente el lienzo y dijo con ira: — Me parece que en ese retrato no hay nada. — Ahí está escondido el mapa — insistió el jefe de la banda. — Pues a ver si usted lo encuentra — replicó con impaciente ironía Renard — i)or(iue yo ya me cansé de buscar en vano. El jefe frunció el entrecejo y después de un instante de reflexión, dijo: — Vera debe ir a visitar a Mesma, la espiritista, que nos puede ayudar a resolver este problema por medio de sus dotes sobrenaturales. . . La casa de Mesma, que estaba frente al tugurio, tenía exteriormente una mísera apariencia; pero en el interior, estaba amueblada con un lujo oriental. La adivinadora había tenido cuidado de acentuar este contraste, a fin de dar a su clientela la impresión de que ¡'corrían, una aventura" cada vez que iban a consultarla. Una de sus tarjetas había caído, por azar, en manos d^ Violeta, que resolvió ir a verla. Y Mesma había dado cita a la joven precisamente para la mañana en la cual Vera se presentó a consultarla. Mesma escuchó la solicitud de Vera, relativa al misterio del mapa y le contestó que no podía hacer nada en favor suyo aquella mañana, por tener cita con una joven. — Se trata de una señorita — dijo — cuyo tutor acaba de ser asci-inado misteriosamente, y necesito de todos mis poderes magnéticos para ayudarla. No podría yo gastar mi fluido en dos sesiones celebradas en la misma mañana, sin riesgo de enfermarme. Si vuelve uisted a las cuatro de la tarde, trataré de serle útil. Vera no tuvo más recurso que aguardar y regresó a contarlo ocurrido al jefe de la banda, sugiriendo que tal vez fuese Violeta la joven a que la mesmerista había aludido. Con tales datos, los conspiradores tuvieron buen cuidado de vigUar muy de cerca la entrada de la casa. Agosto, 1920 < Pero su dolor fué mayor cuando descubrió el cadáver de su viejo amigo y profesor, el médico. . . Cuando Dupont entró a saludar a Violeta aquella mañana en el Hotel, su novia se preparaba para ir a la casa de Mesma. El doctor no estaba enterado de las intenciones de \'¡nleta y pareció no aprobar tales proyectos. — Xo debes enojarte conmigo, Roberto — dijo Violeta con dulce reproche al joven. — Esta mujer tiene fama de hacer cosas maravillosas. Y si logra ponernos en comunicación con nuestros queridos ausentes, quizá encontremos el secreto del mapa. — Si esa mujer no es una charlatana — replicó el hipnotizador — sin duda que podrá > PÁGINA 708