Cine-mundial (1920)

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ayudarnos; pero insisto en acompañarte, p^ira protegerte. Sabe Dios qué barrio es ese donde habita. . . Cuando Dupont Uegó a la callejuela sin salida donde vtvia la espiritista, no vio nada de sospechoso, aunque no dejara de preocuparle el aspecto de miseria y la semiobscuridad de aquellos alrededores. Pero ¿1 y Vi.;leta llegaron sin novedad a la puerta de la casa de Mesma. — Son Dupont y Violeta — dijo en voz baja Renard a sus compañeros de crimen <iue, con él habían estado mirando la casa de t-n frente— y esta es la ocasión de apodera rnus de ellos. La calle está completamente desierta. — Es preferible esperar — dijo el jefe de Ki banda con convicción. — Si \'ioIeta se entera de alpo por conducto de Mfsma, ésta n(»s dará cuantos datos necesitemos y siempre quedará tiempo de sobra para matarlos (lespués, cuando va sepamos lo que nos hace falta. Mesnia era una señora delgada, de pelo canoso y hacia la cual era imposible no sentirse atraído, a causa de la simpatía iiue de; rramaban sus ojos bondadosos. Era sin dud;i '•digna de absoluta confianza. Ella misma 'abrió la puert.i para dar paso a sus visitantes y los comiiijo a la sala de recepción, donde, sin perder l'empo, trató de ponerse en comunicación con ^os espíritus tle ultratumba. Roberto y \'ioleta, pálidos de emoción, dejaron que la espiritista comenzase .1 hablar: — Veo un anciano de cabellos blancos— dijo lentamente y con voz temblorosa — que habla de un retrato... un cuadro cpie ha sido robado. . . Tiene que ver con un tesoro. . . escondido en un sitio extraño. . . L'na caverna. . . una calavera gigantesca. . . Hay. . . Hay. . . un mapa. . . Mesma calló de pronto. \'ioleta y Ilobcrh» se habían acercado para escuchar mejor. Pero la espiritista parecía tener grandes dilicultades para hablar. Su mano busctj la de \'ioleta. . . como una ciega (|iie (piiere encontrar guía y apoyo... Ni ella ni los dos jóvenes podían saber que el jefe de !a banda, al otro lado de la calle, había, a su vez, entrado en un trance hipnótico y estaba tratando de perturbar, con toda la fuerza de su fluido, la tarea de Mesnia. Vera y Renard, mirándolo con gran atención, y asidos a su mano, parecían taml)ién hipnotizados por la potencia de su voluntad. E inconscientemente pronto unieron sus esfuerzos mentales a los de su jefe. — Hay un retrato — continuó con gran dificultad para hablar la espiritista^ — -un retrato que. . . Pero no pudo decir más. Su frente se cubrió de sudor y su semblante leflejó un gran esfuerzo y un gran sufrimiento. Sin poder seguir adelante, guardó silencio, derrotada por una fuerza de voluntad mayor que la suya. El espíritu del jefe de la banda la venció, desde lejos. — No puedo recibir el mensaje — explicó con aire de inmenso cansancio— y i)arece que hay una influencia contraria que .'^e interpone. . . Las palabras son muy confusas. . . Tengan ustedes la bondad de volver más tarde. Ni Dupont ni Violeta dudaron por un instante que el poder hipnótico de la sibila fuese genuino, de modo f|ue hicieron una nueva cita para aquella noche, más interesados oue nunca en Mesma. Cuando la "médium" abrió la puerta para dejar salir a sus clientes, Renard, que tenía más fé en la fuerza bruta que en los poderes hipnóticos, salió rápidamente de la casa y corrió hacia la esquina, dando tiempo a que Dupont le viese. El joven médico, engañado por aquel lazo y creyendo honradamente que había tropezado con Renard por una casualidad, lo siguió lo más de prisa que pudo, diciendo a Violeta que regresase al Hotel, donde él no tardaría en reunírsele. Ni Vera ni el jefe de la banda hicieron movimiento al CINEMUNDIAL guno por detener a la joven, que siguió su camino conforme a la recomendación de Roberto. Renard, al parecer inconsciente del seguimiento de Dupont, pero resuelto a hacer que éste fuera tras él, se dirigió a cierta cabana , abandonada de los arrabales, que se utilizaba para guardar la pólvora usada por los obreros que estaban construyendo una carretera en la vecindad. Dos guardas vigilaban aquel depósito. Anibt>s eran miembros (y Renard lo sabía) de la Banda Negra, que tenía algunos secuaces entre los trabajadores. Dupont vio que Renard entraba en la cabana y, al ciibo de algunos instantes, se decidió a acercarse y a escudriñar con la mirada el interior de aquel improvisado refugio. Pero apenas se había acercado a la puerta, cayéronle encima los guardas, que le arrastraron al interior y lo obligaron a levantar las manos, amenazándolo de muerte con sus pistolas. — No .dejéis salir a éste, hasta mi regreso— ordenó Renard a sus compinches — y so Con la rapidez del rayo, asió un jarrón que había en el centro y lo alzó amenazadora. . . lire todo procurad no acercaros a él, porque sin duda tratará de hipnotizaros y no ha de perder la ocasión de hacerlo, si vosotros lo miráis muy de cerca. Los obreros creyeron t|ue Renard hablaUi en broma y no hicieron caso de sus palabras. Renard volvió apresuradamente a buscar a su jefe y a comunicarle el éxito de sus planes. Entre tanto, los guardas de la cabana, sin abandonar sus armas, vigilaban a Dupont, dispuestos a hacer fuego apenas diese muestras de (|uerer escapar. \'era volvió a visitar a Mesma, (pie, aiin(|ue con repugnancia tnanifiesta, consintió en encontrar el escondido mapa mediante sus poderes de ocultismo. ^Quizás pueda usted decírmelo ahora mismo — (lijóle \'era^)iues es un asunto de gran importancia para mí. — Es muy extraño — comentó Mesma — que dos de mis clientes, y las dos mujeres, vengan a verme a propósito del mismo asunto. . . Si se trata del mismo mapa, tal vez podré ayudar a ambas simultáneamente. — ^; Acaso localizó usted ya el mapa para la otra persona? — preguntó ansiosamente Vera al oír esas palabras, — No. Todavía no — contestó la espiritis AcosTO, 1920 < ta.— Debe regresar a buscarme otra vez esta noche. Los objetos perdidos o robados t siempre son fáciles de encontrar. . . Pasaron ambas a la sala de recibo, pero apenas entró Mesma en el "trance" espiritual, Vera se deslizó por la espalda y Ja asid por la garganta, apretando con todas suj fuerzas. Sin atender a la mirada de la tiu jer que se debatía inútilmente bajo aquellas manos estranguladoras, Vera siguió apretando hasta que el cuerpo de Mesma, flácido ;. sin movimiento, quedó pesadamente sobre i.. silla. Vera, entonces, quitó a la desm'iyad.i mujer el traje que llevaba, la ató con fuertes ligaduras, la amordazó y la metió en su ga bínete. Después, la criminal mujer vistió h.s ropas de Mesma y se preparó a ponerse en su lugar, a fin de engañar a Violeta cuandn ésta llegara a consultar a la espiritista. Violeta no sabía a qué atribuir la prolon gada ausencia de Roberto, que no llegaba ai ' Hotel y, a medida que pasaba el día sin que se presentase, creció la ansiedad de la joven, imaginando que tal vez habría caído Dupont en alguna nueva emboscada. Más y mas temerosa por cuenta de su novio, Violeta de cidió ir cuanto antes a ver a Mesma par;i consultarla no sólo respecto a los muertos sino tocante a los vivos, y apenas llegó i¡\ hora de la cita, corrió a casa de la espiritist;i. sin esperar más a Roberto. El aspecto siniestro de la obscuru calle juela hizo estremecer a Violeta. Pertí, vién dola completamente desierta, cobró ánimo > llamó a la puerta de la adivinadora. Apena,^ había llamado, diéronla entrada y sus sos])f chas crecieron sobremanera cuando, y^ en t interior, notó un no sé qué de raro >ii ju^ modales de Mesma. Aunque no la había co nocido hasta aquella mañana, sin embargo, K parecía que era una persona distinta de \. (¡ue en ese momento le daba la bienveiiid,! aun(iue, en realidad, no hubiera difereiici aparente en sus vestidos y todo pareciese en teramente igual que antes. La disfrazada N'era indicó, sin pronuncia 1 palabra, a Violeta (¡ue se sentase en una sill 1 mientras ella salía de la habitación para ;hI vertir al jefe de la banda y para dejar 1 puerta abierta a fin de que éste pudie.se ¡ir netrar &Ín dificultades en la casa de ]\k-.siii 1 Sola en aquella sala, \'ioleta lanzó en (ni nu suyo una mirada. Sus ojos se cla\ aun en las cortinas del gabinete, ipie se agitaliai un poco y por debajo de las cuales la Jnvet pudo ver un pie femenino tpie se mo\ia, m mo tratando de llamar la atención. Peii~ m do (lue alguna tragedia — resultado sin iIimI de las infernales ma()uinaciones de la Ü.unl Negra — se cernía sobre aquel misteríosn ^:.i bínete, acercóse y separó los cortinajes. En el suelo yacía, impotente pero ya n sus cinco sentidos, la pobre Mesma. \'i<i|ii, se inclinó para quitarle la mordaza. . . En aquel instante, Vera regresó, y < mn prendiendo que su plan había sido de^rii l)Íerto, se lanzó hacia la joven con un 'jn\< de rabia. Retrocediendo rápidamente, Violeta se i'r jó de su enemiga, pero una mesa que li iIm en la sala le impidió salir y, viéndose ;i mmi ced de Vera, asió un pesado jarrón que !i iln , en el centro y lo alz(5 amenazadora. I — Si das un paso más hacia mí, te mato dijo con voz ronca. I*'I tono firme con que la joven había li 1 l)lado convenció a Vera de que la Joven ti vacilaría en darle un golpe, si se acere, ih de modo que se detuvo, pero no dejó de mii reir, por(|ue esperaba, de un momento a nli la llegada del jefe de la banda. Entre tant en el gabinete, Mesma Iiacía esfuerzos jn desasirse de sus ligaduras. En la vieja cabana, el tiempo transen in sin que la situación hubiese cambiado. Di pont, con aire de tedio, permanecía inni.'ivi y sus guardianes, en silencio, se mantení;i (pasa a la página 732) > PÁCIN.A ,