We use Optical Character Recognition (OCR) during our scanning and processing workflow to make the content of each page searchable. You can view the automatically generated text below as well as copy and paste individual pieces of text to quote in your own work.
Text recognition is never 100% accurate. Many parts of the scanned page may not be reflected in the OCR text output, including: images, page layout, certain fonts or handwriting.
cerca de mí, se atrevió a decir que yo olía a vino; otro insolente, aludió a mis anchuras, dudando de que cupiesen en el asiento. Le contesté como sé hacerlo y el público protestó a gritos asegurando que perturbaba el espectáculo. Si me callé al fin fué porque había empezado la historia de la alsaciana y su perseguidor. Una historia interesante. Yo se la contaría a usted, señor comisario, pero temo molestarle. Además, no sé cómo termina; no me dejaron ver el final. El comisario había vuelto a mirar al techo y silbar por lo bajo para desahogar su impaciencia.
—Un señor que estaba detrás de mí y parecía muy entendido en esto del cinema', daba, en voz baja, sus opiniones a los vecinos. . . De pronto, la alsaciana se iba al frente huyendo de su perseguidor, y empezaban a verse las trincheras con muchos soldados, las cocinas, los cañones. El señor entendido decía que estas vistas no pertenecían en realidad a la historia, que eran ¿cómo diré yo.» lo mismo que retazos que le habían añadido al film. ¿Me explico bien, señor comisario» Cosas viejas de la guerra que habían aprovechado; algo así como los remiendos que se echan a la ropa para que parezca mejor. . . Pero yo no entiendo de esto y las vistas me han parecido magníficas.
— De pronto salió en el telón blanco el interior de una trinchera con muchos soldados que descansaban. Uno de ellos escribía una carta sobre sus rodillas puesto de espaldas al publico. Poco a poco volvió la cabeza sonriendo a las gentes. Yo dudé, creyendo que veía mal; luego debí gritar. ¡Era mi nieto!. . .
—Me levanté para verlo mejor; quise ir hacia mi Alberto. Tal vez pasé entre la gente con demasiada violencia; el público debió creer que era alguna farsa mía v acudieron los empleados, y muchos espectadores me cerraron el paso. Intenté hablar y no me dejaron. No quisieron escuchar mis explicaciones; me creían borracha. Acabé por batirme a puñetazos con los que me empujaban hacia la puerta. Llamaron al mismo agente que está ahora aquí. Dicen que le insulté; que le mordí en una mano. No sé cómo pude hacerlo. Debí estar loca en aquel mstante. Es verdad que el agente me llevó a empujones sin querer oírme; que no me permitió seguir viendo a mi Alberto.
Hizo una larga pausa. Sus ojos empezaron a humedecerse.
—Y así— terminó la vieja— es cómo he vuelto a encontrar a mi nieto. . . Pido perdón al señor comisario... Pido perdón al señor agente.
Bajó la cabeza, juntó las manos y miró al suelo, refugiándose voluntariamente en el silencio, confiándose a la suerte, sin insistir más en su defensa, mientras sus lágrimas empezaban a deslizarse francamente mejillas abajo.
El comisario permaneció silencioso. Miró al agente que tenia al lado, un veterano con la cruz de guerra sobre el pecho de su uniforme y varios galones en una manga, indicadores de sus campañas. El también miró a su superior. Había permanecido impasible hasta entonces, pero varias veces se mordió el recio bigote.
Los dos hombres parecieron entenderse con la mirada. El comisario alargó al agente el papel que había dejado sobre la mesa: su parte redactado por él media hora antes en la sala de espera de la comisaría, dando cuenta del escándalo ocurrido en el cinema.
PTIEMBRE, 1920 <
CINEMUNDIAL
El veterano, sin decir una palabra, rompió el papel en pedazos.
— fiuena mujer, puede usted marcharse.
La voz del comisario sacó a la vieja de su abstracción. ¿Era cierto que la dejaban irse?... ¡Qué señores tan buenos!
— ¿Y podré volver al cinema? — añadió con ansiedad — . ¿Me dejarán ver todas las noches a mi pequeño?
Los dos hombres rieron de su simpleza, contestándole afirmativamente.
Salió de la comisaría con dignidad. No convenía que la viesen huir como el que tiene la conciencia intranquila.
Pero al llegar a la calle y mirar a todos lados, se convenció de que nadie la espiaba, y recogiéndose las faldas echó a correr con una ligereza juvenil. Su arrugado rostro se dilató con los jadeos de la fatiga; sus cabellos blancos se escaparon en desorden de la pañoleta de punto con que abrigaba su cabeza.
Cuando llegó al cinematógrafo, salían de él los últimos grupos de espectadores. Los empleados apagaban las luces y retiraban los carteles. La vieja vio luego cómo cerraban las puertas.
Se mantuvo inmóvil con un codo apoyado en la pared y la frente en una mano. Lloraba con una angustia infantil.
— ¡Esperar hasta mañana! — murmuró — . ¡No ver a mi pequeño hasta mañana!
II
A la noche siguiente la vieja entró en el cinema con un aire humilde. Se encogía para pasar inadvertida. Se aproximó a la taquilla volviendo el rostro para que no la reconociese la vendedora de billetes.
Pero el hombre que guardaba la puerta corrió hacia ella:
— ¡Ah, no! ¿Viene usted a mover escándalo otra vez?. . . Para usted no hay entrada.
— Déjeme pasar, buen señor. Le juro que seré muy juiciosa.
Hablaba con una humildad infantil y el empleado acabó por reírse lo mismo que la mujer de la taquilla.
La vieja los saludó a los dos con agradecimiento al ver que la dejaban pasar. Luego saludó también a un policía erguido en el pasillo de entrada, como si fuese un antiguo amigo. No le parecía el mismo de la noche anterior... pero ¡por si acaso era!...
— ^s cómo he vuelto a encontrar a mi nieto — Pido perdón al señor Comisario. . . Pido perdón al señor agente.
Dentro de la sala procedió con una modestia y una afabilidad conmovedoras. Saludó a todos los espectadores que encontraba al paso con una cortesía extremada, sin obtener contestación. Algunos se limitaron a mirarla con extrañeza.
"Es una loca" parecían decir con sus ojos. Se encogió en su asiento, procurando ocupar el menor espacio, por miedo a molestar a los vecinos. Al principio volvió repetidas veces la cabeza para ver si la observaban los empleados del cinema y recibir su aprobación por tan buena conducta. Pero el espectáculo la hizo olvidarse de la realidad. El alemán perseguía ya a la alsaciana, desarrollándose sobre el lienzo blanco las complicadas aventuras de la novela cinematográfica. Luego aparecían las trincheras y el soldado puesto de espaldas que escribía la carta y al volver la cabeza hacia el público, mostraba su rostro.
— ¡Alberto!... ¡Alberto! La vieja tuvo que hacer un esfuerzo enorme para contenerse. Le subía este grito a la garganta con estertores desesperados. Pero tembló ante la idea de escandalizar al público como en la noche anterior. La arrojarían del local para siempre; no podría ver más a su soldado.
El miedo la contuvo, y su emoción ruidosa se deslizó en lágrimas. Para desahogar su pecho hablaba en voz muy queda, una voz que sonaba hacia dentro de su cuerpo, mientras sus ojos lagrimosos seguían contemplando con devoción todo lo que pasaba por el lienzo.
— ¡.Alberto!. . . ¡Pequeño mío! Soy yo; tu abuela, ¿no me conoces?... Vendré a verte todas las noches... ¡todas las noches!
A la noche siguiente lloró menos. Empezaba a familiarizarse con esta visión. A la salida habló con el hombre de la puerta, con cierto compañerismo como si ella también fuese de la casa.
— ¿Ha visto usted qué bien "trabaja" mi nieto?
Y el empleado que había escuchado varias veces su historia sin prestarle gran atención, j^
se llevó un dedo a la frente mirando a la mujer de la taquilla.
Los dos se entendieron con una sonrisa que decía lo mismo: "Está loca; verdaderamente loca".
-> PÁGINA 784