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c] XE M r.\ n I AI.
Con las Bañistas del Teatro Broadway
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' OSTAS las de Levante". . . j Bañistas las que yo vi!. . .
Aftinica la voz todavía y con el salitrico aliento de las brisas que el día anterior aspirara, trataba yo de tararear en atrevida imitación de LAzaro los versos de Marina; y como Lázaro, el de la leyenda hiblica. salí bajando a trancos de perro en fu^'a las escaleras de mi casa, el chaleco sin abotonar y la chatiufta, inang-as al aire, a manera de cruz.
Cuando llegué a la redacción, el Director miró el reloj, me examinó con una de esas miradas de arriba-abajo, y me bombardeó:
— *'cQué le sucedió en la playa, ayer? Creí que se lo había trairado un tiburón. ^;Dónde está esa cnmicar ;Cree acaso que por ?er la iiltima que escribe para nosotros, puede usted asumir ínfulas de necesario?
Sin contestar me senté frente a la máquina y comencé a recordar.
* * *
— ^Helór. . . 5 Puede usted venir en seguida al Teatro Broadway? Le tengo la de San Quintín en almacén.
Hablaba el director del Broadway, que tiene bajo su tutela una docena de Sirenas de carne y luu-so, sin cola de pez. Se trataba de las famosas bañistas, y, sin que tuviera tiempo para pestañear el zorro de Guaitsel, bajé, me apoderé de su 'poderoso automóvil', y en lo que guiña un Tenorio a una ella de brazos con su marido, fui a tener a ia histórica y sitiada puerta del Teatro Broadway.
Allí topé de narices con una falange de sílfides de cuento alemán. Náyades rubias; sirenas trigueñas; sílíides de ojos verdes. Y yo, que había salido de la redacción preparado a hacer las veces de Tenorio acuático, quedé mudo; sentí que se me salía la lengua de la boca, abierta, y el alma por los ojo.s, desmesuradamente escudriñadores, en un gesto de la más zángana y bobona admiración imaginable.
— ¡Oh... señoritas, bebés, aquí está Rico.
I-'na palmada en la espalda que me imaginé era un terrible coletazo del Padre Neptuno. vino a romper el encantamiento en tiue la visión de las tentadoras bañistas me había sumido. Era mi amigo el Tutor de aquella prole en trajes de baños de una pieza, ajustados y económicos en extremo. . .
— Bueno, a la playa, muchaclias — dijo .\1¡Cf, la más rubia y más esbelta. Y me vi trasportado en dos por tres por un par de aquellas muchachas inquietas y eternamente sonreídas, hasta la calle, y empujado dentro del auto, que floreció en bañistas en un minuto.
No hay que decir que el zángano de Heriberto sintió que el diablo le aplicaba sellos candentes a la cara, al verse entre aquella dehacle de cabelleras sueltas, brazos y piernas desnudos y multicolores trajes, extremadamente ceñidos.
Tuvimos que esperar por tres autos adicionales para conducir el numeroso séquito de bañistas que componen el coro de la más desvestida comedia que se ha visto: "En la Guardilla de María", especialidad del Broadway, en cuyo escenario, más que con las olas, con el sudor de los pobres espectadores, se bañan estas muchachas todas las candentes noches de verano.
Skptiemdre, 1920 < -^
Por HERiBEKTO ). RICO.
Después de muchos minutos, durante los cuales nos derretimos en sudtir bajo las miradas pinchaduras del sol y las de la multitud de curiosos y admiradores que se arremolinaba y crecía por segundos a nuestro derredor, partimos a toda carrera por las calles de Nueva York, a cuyos lados se detenía, para dar un vistazo y hacer un guiño o dejar escapar un j Oh Baby!, ia abigarrada multitud.
Por fin llegamos a la playa. Seguidos í'e una patrulla de felices vagos de ambos sexos, nos dirigimos a la orilla. Allí habían instalado una plataforma elevada, a cuyo derredor se arremolinó cuanto ser viviente (los perritos inclusos), había en el balneario. Desde la plataforma, unas tras otras, las enloquecedoras hañi.stas empezaron a abandonarse al aire, para caer, unas de cabeza, otras horizontales, otras de pie, a las frescas aguas, en cuyo seno desaparecían después de hacer maravillosas cabriolas en el aire y sobre la superficie.
De entre todas, Alice descollaba por sii rubia cabellera, sus líneas tentadoras, correctas, y sus admirables aptitudes de nadadora de luxe, cuyas variadas y maestras tretas de zambullidora maravillosa nada tienen que envidiar a .Annette Kellerman. La multitud, a la que siempre me adelantaba yo, tributal>a copiosos aplausos a la maravillosa sirena.
Después vinieron los aprietes. Hai)ía rpie tomar fotografías para CINE-MUNDLVL y > n. que sienqire me adelantaba, según dice el muy envidioso de Guaitsel, a colocarme en la escena como solemne panel central, anclé en la arena de la jilaya, y no me d¡S)>onía a plantarme frente al fíítógr^ifo.
Pero ese era mi principal pajjel allí. Las bañi.^tas habían desempeñado el suyo y el fotógrafo había, en sus dos máquinas, filmado las escenas de baño que se proponía tomar para el cine. Ahora me tocaba a mi,
y después de muchos tirones consiguieron que me colocase en el grupo, a la cola, y con mil ganas de echar a correr y alejarme de aipiella docena de empapadas muchachas a medio vestir. Sonó el clic de la cámara, y, como verán los lectores en la fotografía' que ilustra esta página, nada falto para que Heriberto saliera sin cabeza en el grabado. ,; Quién no pierde la cabeza en trances semejantes?
Para bien de mí alma y de mi cuerpo, decidimos regresar a Nueva York. Ya de regreso, seguí la charla de las bañistas; pero no hacía otra cosa que pensar en el sofocón que Guaitsel sufriría, al saber que yo había estado en tan envidiable compañía toda una tarde, sentado casi en las faldas (admítaseme imaginarme que las tenían) de las más bellas bañistas de .Vmérica., ¡Y cuando Guaitsel y el lícspondedor vieran esa fotografía!... 4= >)= *
.\<iuí viene el Director otra vez. Mis prestigios y popularidad me han ganado mucho, y en otra empresa donde me comprarán un ■pcderoho automóvil', y publicarán todas las fotografías que con las estrellas me haga tomar, y donde no hay un Respondedor ni un Guaitsel que le tengan envidia a mi popularidad con los fotógrafos ni a mi decorativa figura, se va Heriberto J. Rico a escribir sus crónicas.
Este es mi adiós, pues, para mis lectores de CINE-MUNDL\L.
Y auníiue con dolor me voy, alivia mi pena la esperanza de que a los lectores de esta simpática Revista favorita he satisfecho con mis escritos anteriores, y la alegría de saber fpie a!gún día i^asaré frente al auto de Guaitsel, feliz entre dos astros. . . femeninos, del más luminoso cíelo cinematográfico.
Tengo encima al Director.
,Vu revoir I
Aquí tenemos a Heriberto, moderno "Pescador de Perlas", que a poco pierde la cabeza, entre las encantadoras bañistas.
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