Cine-mundial (1920)

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CINE-MUNDIAL eei En. i):^JIXiVDOR** Serie cinematográfica en quince episodios, original de Arthur B. Recve y John V. Grey. Novelización de Mary Asquith y versión castellana de F. J. Ariza, ambas hechas especialmente para CINE-MUNDIAL. Los derechos de exclusividad sobre este jotodrama en el exterior corren por cuenta del exportador neoyorquino E. S. Manheimer. DÉCIMO EPISODIO LOS PERROS SALVAJES CON hercúleo esfuerzo, Dupont giró en los aires y se asió al lado opuesto de la escalera de escape y, viéndose .va al borde de la muerte, recurrió a una pirueta extraordinaria para salvarse del precipicio y, saltando de los travesanos a la barra de hierro que servia de descanso a la escalera, logró agarrarse a ella, librándose así de est trellarse en las baldosas de la calle, a diez ] metros más abajo. Sacudido por terrible emoción, Dupont tardó algún tiempo en ret cobrar su presencia de espíritu, pero apenas I ( tuvo fuerzas suficientes oara sobreponerse a su tensión nerviosa, corrió a los aposentos de Violeta. La pobre joven yacía aterrorizada junto a un diván cuando vio dibujarse sobre la ventana la silueta del hombre que penetraba por la escalera de escape. Al encenderse la luz, reconoció a su novio, mientras éste, atolondrado y mudo, no podía comprender que Violeta pudiera ser la que estaba allí, cuando momentos antes él mismo la había visto caer en manos de los conspiradores que la llevaban a rastras por los tejados. — ¿Cómo viniste a dar aquí? — preguntó apresuradamente. — Fui sacada de una acequia por un marinero. . . Me habían echado en aquellas aguas nauseabundas para ahogarme. . . Y, vencida por tantas emociones, la joven cayó en brazos de Roberto. Este comprendió, al fin, que todo había sido un lazo para atraerlo hacia la senda de la muerte, haciéndole creer que Violeta era la cautiva. — Debemos salir de este hotel cuanto antes — dijo a la joven. — Aquí corremos peligro, pero se me ocurre que en casa de mi tía Julia estarás salva. Es amabilísima y vive en un lugar apartado y tranquilo. Juntos salieron en busca de aquel nuevo refugio, y Violeta se alegró extremadamente al ver el cariño con que la parienta de su novio la recibía y la ternura con que la rodeó desde su llegada. — A propósito — dijo Violeta, mientras se quitaba las pieles — encontré uno de tus guantes en mi antiguo aposento, Roberto. . . Y lo recogí. . . Aquí lo tienes. . . — Pero ese guante no es mío, Violeta. Debe pertenecer a alguno de la Banda. Ponió sobre la mesa y no lo toques. Es una pista que puede servirnos para descubrirles. — Contestó Dupont. * * ♦ Entre tanto, en un caserón destartalado, la Banda se había reunido para formular sus planes y para esconder el mapa, ya que este precioso documento no debía quedar a merced de vicisitudes y persecuciones. — Ocultémoslo en la vieja casa de botes — dijo Renard — y así, si nos detienen, no lo encontrarán. Todos convinieron en que el consejo era bueno e inmediatamente partieron a ponerlo en práctica. Llegados a la casa de botes, Vera sugirió que se escondiera el documento en la base de la estufa, que nadie pensaría -n registrar. . . Renard no había puesto atención a aquella obra de escondite sino que, inquieto y como )>resintiendo el peligro, estaba a la ventana. De pronto, se volvió hacia sus compañeros ■ dijo apresuradamente y en voz baja: — ^Vienen siguiéndonos. Huyamos cada uno ¡Tor su lado. Efectivamente, Roberto, Violeta y un entrenador de perros sabuesos, que eran unas nr-nri»F. lO^fl <1 ■ verdaderas fieras, de maravilloso instinto, fuertes, ágiles y feroces, habían seguido la pista de los malhechores. Dupont no había perdido el tiempo y, gracias al guante abandonado, pudo hallar la pista de los criminales que huían. Al llegar a la costa, los perros dieron manifiestas señales de inquietud; luego, se detuvieron, husmearon y, de pronto, sin vacilar, se dirigieron rectamente hacia la casa de botes. — Sigámosles de cerca — dijo Dupont. — Ya encontraron el rastro.^ — El mapa no debe quedarse aquí; no está seguro — afirmó Renard mientras los demás se preparaban a emprender la fuga. — Me quedaré con él. Apenas habían abandonado los de la banda la habitación, cuando, por la ventana, saltaron los sabuesos. se lanzaron, por fin, contra Dupont. Y engañados por el olor de la chaqueta de Renard, cayeron furiosos sobre el joven, exánime e incapacitado para defenderse. FIN DEL DÉCIMO EPISODIO Dupont giró en los aires y se asió al lado opuesto de la escalera Renard huía desalado por la ribera, mientras Dupont, oculto tras un bote, aguardaba su paso. Al llegar frente a él, Roberto se incorporó intempestivamente y le dio zancadilla. La pelea que siguió fué ruda y formidable. Dupont fué el caído. Vn golpe tremendo de Renard en la mandíbula lo hizo vacilar y rodar por el suelo. Rápido como el pensamiento y sabiendo que los perros venían detrás. Renard se quitó la chaqueta y la arrojó sobre el cuerpo inmóvil del joven. Luego, astutamente, se deslizó por entre los botes que había en la orilla, hasta perderse de vista. Violeta, sin saber qué hacer, y separada de su novio, estaba en uno de los muelles. Pero el jefe de la banda la había seguido y aprovechando un momento de distracción de la joven, salió de su escondrijo y le dio un fuerte golpe en la cabeza que la dejó sin sentido. Púsola, en seguida, en un bote y la condujo a otro punto de la costa, desde donde la llevó a la Cueva de la handa. — No volverás a ver a tu novio jamás — dijo a la joven cuando ésta, aterrorizada, abrió, al fin, los ojos. « « * Los sabuesos, después de recorrer la casa de botes y el patio que la rodeaba, husmeando siempre y en busca de la perdida presa. D UNDÉCIMO EPISODIO LA SONÁMBULA E detrás de otro de los botes que en la costa había, salió el dueño de los perros, el único que podía dominar a los enfurecidos animales y salvar a Dupont de una muerte segura y atroz. Viendo que los sabuesos destrozaban a grandes dentelladas las ropas del joven médico, silbó, y los perros se retiraron de Roberto que, lacerado por las mordidas y cubierto de sangre, acababa de recuperar los sentidos. Con ayuda del entrenador, se incorporó y se dirigió vacilante hacia el automóvil, en el que, desesperado por la desaparición de su novia y por el fracaso de sus planes, regresó melancólicamente a su domicilio. + * * Violeta, sin ánimo para moverse siquiera, yacía sobre un montón de paja en el sótano de la casa de la Banda, donde había sido conducida sin miramientos por los facinerosos. Estos deliberaban, entre tanto, acerca de la mejor manera de explotar la cautividad de la joven. — Todos estamos de acuerdo en que la muchacha debe morir — dijo en voz baja a Renard y a Vera el jefe de la banda — ; pero antes es necesario que nos sea útil para encontrar el mapa, que perdimos en la casa de botes. Sólo ella puede ayudarnos para eso. Y voy a hacerla beber cierta droga hipnótica que la pondrá a merced de mi voluntad y la obligará a hacer lo que se me antoje. — Te daré un vaso de agua — agregó dirigiéndose a Violeta — y después te dejaré aquí a que te mueras de hambre. Alejáronse, a poco, los tres criminales, abandonando a la joven en el asqueroso tugurio, y cuando estuvieron fuera, el jefe de la banda dio a Renard una pequeña caja con pastillas, diciéndole: — Por ésto en un vaso de agua y, cuando se haya disuelto la droga, llévaselo a la muchacha. A nuestro regreso, ya habrá hecho efecto. ♦ * * Varias horas tardó Dupont en librarse de los resultados de su última empresa, pero, al salir del estupor en que había caído apenas llegó a la casa de su tía, ésta le entregó el precioso mapa, explicando: — El dueño de los perros me ?ntregó ésto para ti, diciendo que sin duda se trataba de un documento interesante, y que los sabuesos lo habían sacado de la casucha donde estaban ocultos los bandidos. . . Violeta, entre tanto, había bebido el vaso de agua que le trajera Renard, y sintiéndose con más fuerzas, trató de encontrar algún medio de huir de su prisión. Con gran sorpresa suya, al llegar al cabo de la escalera de salida del sótano, notó que no había obstáculo alguno a su fuga y que nadie le interponía el paso, de modo que, sin perder tiempo, salió de la casa y poco después iba, a toda prisa, camino de la habitación de la tía de su novio. — El efecto de la droga no durará mucho — dijo el jefe de la banda a sus secuaces cuando hubieron regresado a su antro — ; pero la muchacha hará lo que se le ordene, porque está en estado hipnótico y bajo mi dominio absoluto, gracias a esas pastillas que disolví en el agua.