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CINE-MUNDIAL
Margarita Fisher habla con
Heriberto Rico, y viceversa
Escenas del coloquio de que en estas lincas se trata, y de la producción que la artista hizo para la "American Film Company" últimamente.
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''QUI estoy otrü vez! No creáis, lectores, que me iba a paseo para no volver jamás. La razón por la cual no apareció mi entrevista en la última edición. . . ¿es necesario que lo diga?, pues. . . porque uno de los de casa se las echa de puños fuertes y quiso apretar las manos de George Walsh para demostrarle que él también tiene nervios. ¿Habéis notado aquella sonrisita de "te has encontrado con el cura de tu pueblo" cuando chocaron las diestras? Y, ¿del que acometió a Walsh con una serie de impertinencias para después osar intitularlas: "Entrevista con una de las grandes estrellas, etc." creéis que voy a mencionarlo? ¡No, hombre! Si "eso" no tiene ni nombre, pues es hasta una antinomia. (Ahora se va para Puerto Rico. Dios quiera que no vuelva. Amén.)
En fin, dispensadme que os haya distraído con cosas que no tienen importancia. Ahora os quiero informar, ¡y esto sí que vale!, que los otros días me anunciaron que Margarita Fisher estaba en Nueva York. Cogí el teléfono y, al poco rato, había hecho una cita con la referida actriz. El rendez-vous era en la biblioteca del Hotel Biltmore. Estuve impaciente durante todo el lapso transcurrido desde que arreglamos la cita hasta que fui a realizarla. Por fin. . . me encontré en la lujosa biblioteca esperando muellemente recostado en un aterciopelado canapé. Sin pensar en nada, no obstante, sentía la intensidad de la vida que circulaba por las avenidas de esta ciudad como sangre por las arterias de un cuerpo robusto y vigoroso. De pronto sentí el clic de la puerta del ascensor y, abatiéndose las alas de la imaginación que ya empezaba a encampanarse, advertí una joven que se dirigió a la dama que se encontraba sentada al lado de un escritorio. Desde allí se enderezó hacia raí tal que una flecha de luz: era la Srta. Fisher. Un caballero que había venido para presentarnos, cumplió su misión y se retiró. Al principio pasaba un no sé qué por mí, pero, según me iba acostumbrando a la presencia de la be
lleza, iba, a la par, calmando mi estado de ánimo. Entonces me aventuré a ofrecerla un enmollecido sillón tapizado, donde prontamente se anidó. Yo tomé otro y lo acerqué todo lo que pude.
Antes que dialogue nuestra entrevista es más que natural que os diga algo de las prendas físicas que encantan a la Srta. Fisher. Es de una belleza suave, casi religiosa. Tiene la boca graciosamente predispuesta a la sonrisa. Sus ojos son azules y, en contraste con la serenidad de su expresión, un tanto juguetones. Sus crenchas están formadas por una a manera de revolución de ensortijados tirabuzones tercos y, contemplándolos, se acuerda uno de la maldad, por su negrura. Como provocara la conversación, la dije:
— Bien, señorita Fisher, usted debe de saber que los entrevistadores estamos siempre haciendo preguntas. . .
— Sí — confirmó graciosamente — ya sé que ustedes parecen una interrogación ambulante.
— Pues, para que yo no le parezca un signo de esos, diga, a su antojo, todo lo que quiera para los lectores de CINEMUNDIAL.
Y, sin hacerla insinuaciones, empezó, con toda su adorable feminidad, diciéndonos:
— ¡ Ah, pues sé que... todos los que me ven en la pantalla se van con la impresión de que tengo los ojos negros!...
Al decir esto nos miraba con aquellos ojos "que parece que han estado siempre mirando al mar" como para evidenciarnos la razón que tiene para que no sigamos equivocados. — A la verdad, señorita Fisher — dije como tratando de disculpar la casi leyenda de sus ojos azules (que conste que son azules) — en la pantalla no es tan fácil acertar muchas veces sobre la color de los ojos. . . Si fuera en las tablas. . .
— ¡Ah, las tablas!... ¿Sabe usted que a los ocho años hice mi aparición en las tablas? Mi padre alentaba mucho mi afición. Le placía que yo desempeñara los papeles más dramáticos y, siguiendo sus consejos y