Cine-mundial (1920)

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CINE-MUNDIAL El Sr. Agustín Rivero Chaves entregando a nuestro redactor Villamil su cheque por el valor de la subscripción por un siglo a CINE-MUNDIAL. CRISTÓBAL COLON descubrió a América en 1492; las tinas de baño se inventaron el 21 de diciembre de 1837; las faldas largas perdieron su popularidad en 1896; Chaplin nació en 1889, y, el 29 de octubre de 1920, Agustín Rivero Chaves se subscribió por cien años a CINEMUNDIAL. Dentro de poco, los alumnos de las escuelas tendrán que dar las anteriores respuestas cada vez que sus maestros les pregunten cuáles son los cinco acontecimientos de mayor importancia en la historia del Nuevo Mundo. Las Siete Maravillas son ocho, de aquí en adelante. La fotografía de Rivero Chaves entregando su cheque de doscientos dólares en pago de su subscripción por un siglo, se colocará en el Palacio de la Fama, junto a los retratos de Pearl White, de Annette Kellerman y del inventor de los relojes de pulsera. Los jurisperitos de Nueva York están hojeando empolvados volúmenes y registrando los anaqueles de sus archivos en busca de un I contrato que se asemeje, por su originalidad, al firmado por Rivero Chaves con CINE Dtciembre, 1920 < MUNDIAL. Pero esta investigación ha sido inútil. No hay paralelo en la historia y, sin embargo, es perfectamente legal y conforme con las prescripciones del derecho mercantil. Un convenio escrito y firmado por el señor Rivero Chaves y por el señor John F. Chalmers, administrador general de la Chalmers Publishing Company, establece que un ejemplar de CINE-MUNDIAL será mandado mensualmente al señor Rivero Chaves a San Juan de Puerto Rico y que,» en caso de la muerte del señor Rivero Chaves, la revista será remitida a los herederos o a la persona a quien él designe en el testamento, y si, por cualquier circunstancia, CINE-MUNDIAL suspende su publicación, la suma correspondiente al pago de la subscripción no servida de entregará al señor Rivero Chaves, en calidad de devolución. Este es realmente un convenio sui géneris. No hay precedente alguno; y lo mejor que tiene es que puede llevarse a cabo en beneficio de las dos partes contratantes. Muchas apuestas, convenios y contratos originales y novedosos ha habido en este mundo, pero, mientras más originales eran, más pronto fracasaban al ser llevados a la práctica. CineMundial establ Periodis La escena tiene lugar a las puertas del Cielo. San Pedro espera la llegada de los espíritus qut vienen de la tierra. A últimas fechas, las cosai andan flojillas y los recién venidos pueden contarse con los dedos de la mano. . . Con mucho batir de alas, un espíritu se presenta ante las celestiales rejas. San Pedro abre el postigo y se entabla el diálogo: San Pedro — ¿Y tú de dónde vienes? El espíritu — De San Juan de Puerto Rico, para servir a usted. San Pedro — Malo, malo... Si tuviéramos que depender de las gentes de San Juan de Puerto Rico para organizar la orquesta aquí, habría que renunciar a la música celestial y comprar un fonógrafo. El espíritu — Le advierto, señor San Pedro, que sé tocar la flauta y que soy muy aficionado a las tonadillas. . . San Pedro — Pues no sirve, porque en el Paraíso no hay más que instrumentos de cuerda y Por ejemplo, recuerdo que en la América del Sur había un tipo que se propuso amargarle la vida a la patrona de la casa de huéspedes donde habitaba. La tal patrona detestaba a todo el que usaba barbas y el héroe de mi historia juró no volverse a afeitar en veinte años. A los doce de haber comenzado a dejarse crecer el pelo de la cara, las barbas eran tan grandes que, cuando el aire pasaba a través de ellas, emitían un sonido muy raro y, por las noches, la sinfonía, o lo que fuera, ponía los pelos de punta (a los que la oían). Un circo contrató al barbón y, con un aparato de viento, hacía que las barbas tocasen el himno nacional, "La Paloma" y otros aires populares, para regocijo de los públicos. Pero sucedió que una noche, en el tercer mes del décimo tercer año de la existencia de las luengas barbas, el propietario de las mismas y un su amigo, que era el que bailaba en la cuerda floja, decidieron celebrar dignamente la llegada al Circo de una tra pecista que les había prometido (a los dos) amarlos con toda su alma para el resto de la vida. Y la celebración tomó la forma de bebida, con sus respectivos brindis. Y tan bien hicieron las cosas que ambos cayeron redondos y se durmieron como es regla que lo hagan los borrachos, sin saber ni dónde caían. Y quiso la suerte que dieran en tierra precisamente en el departamento de animales amaestrados. Entre éstos, había un chivo, famoso por su apetito y que lo mismo engullía latas de sardinas que paquetes de periódicos. Y el tal chivo, que andaba buscando con qué satisfacer sus hambres nunca satisfechas, tropezó con los dormidos y, atraído por las barbas de nuestro héroe, lo dejó, en menos que canta un gallo, tan limpio de pelo como una bola de billar. Las barbas estaban aseguradas, pero la Compañía de Seguros demostró que un barbón que se duerme en el dominio de los chivos con hambre no tiene derecho a daños y perjuicios y el protagonista de esta verídica historia perdió el pleito, el crédito, el empleo. . . y las barbas. , > PÁGINA 992