Cine-mundial (1920)

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CINEMUNDIAL Monte Blue, el ''Don Quijote" de las Películas Por EDUARDO GUAITSEL ARECE que esto de las entrevistas está perdiendo la originalidad. Primero, me salió Rico a la palestra y poco faltó para que desacreditara aí |M-riodismo en general y a los entrevistadorrs en particular con sus indiscretos colo'|uios en la playa y "a la vera" de unas coristas en traje de baño. Luego, Villamil echó su cuarto a espadas y yo, por no dar lugar a que me llamen entrometido, no dije una palabra. Y, por último, hasta el Director va a entendérselas con George Walsh y se lanza en un automóvil junto al cual el mío parece una carretilla. Ahora solamente falta que el Respondedor quiera también hacerme la competencia. Y, en ese caso, no va a quedarme más remedio que presentar mi renuncia y dedicarme a otro oficio. Pero, personalismos aparte, creo que tengo derecho a quejarme, aunque sólo sea de cuando en cuando. Y vamos ahora con la entrevista. La primera vez que vi a Monte Blue, este amable joven vestía su traje de calle y estaba dedicado, en compañía de una primorosa muchacha, al popular deporte (popular en los talleres cinematográficos) de comparar la pintura que llevaba en su rostro con la que la muchacha que estaba junto a él tenía embadurnada en su propia cara. Esta interesante operación se realiza bajo los auspicios del director de escena y es uno de los detalles preliminares más importantes en la preparación de los ensayos de una cinta. El jefe supremo del taller dice a los artistas: "Mañana a las dos se hará la prueba de las caracterizaciones". . . Y a la hora fijada, el personal se congrega en el "studio" y comienza la inspección de los respectivos embadurnamientos. Claro que allí hay un olor a manteca atroz, pero todo entra en la diversión. Algunos actores '-usan ya el traje con que deben aparecer en la película, otros van "mitad y mitad", y otros, como si acabaran de llegar de su casa; pero todos tienen en la cara la pintura, grasa, postizos o cualesquiera otras caracterizaciones de las que se servirán para interpretar sus papeles. Reunidos ya, vienen las comparaciones. Los tonos individuales de cada actor parecen perfectos hasta que se comparan con los de otro. El contraste sirve para mejorar las caracterizaciones defectuosas, de modo que se examinan por pares, en grupos de tres y en grupos formados por todo el personal. El director, durante la comparación, ordena que se ilumine el taller con las diferentes luces que habrán de emplearse en la producción de la película y estudia los efectos de esas luces en los semblantes de los actores. También el fotógrafo toma parte en este examen y hasta arriesga sus comentarios. La verdad, a mí me dio risa la escena. El director y el fotógrafo se acercaban -i cada actor, como si quisieran oler la vaselina que llevaba untada en el rostro y hasta, entrecerrando los ojos, parecía como si estuvieran a punto de pillar alguna pulga que anduviera haciendo volantines por los carrillos y la nariz del "paciente". La tarea es larga, pues dura una hora Diciembre, 1920 <^ Monte Blue, héroe de las películas del Oeste y que, a fuerza de méritos, forma ahora parte de la brillante constelación de la casa "Paramount**. cuando menos. La pintura se cambia en los semblantes que necesitan mayor claridad o más obscuridad. El polvo de arroz se extiende por la cara cuando hace falta luz, o la pintura cuando es necesario obscurecer y así sucesivamente hasta que el director y el fotógrafo se dan por satisfechos. . . Y mientras yo contemplaba pacientemente todas estas cosas, decía para mi coleto: — Esto de hacer películas es una cosa sencillísima. . . para los que nunca se han dedicado a hacerlas. . . (Lo cual es de una filosofía despampanante y que viene muy a pelo.) Por fin, con un suspiro unánime y en el cual yo tomé parte, Monte Blue estuvo en disponibilidad y, sonriendo, salió conmigo a dejarse entrevistar, como mandan las reglas. Monte Blue, cuya especialidad son los papeles de vaquero, debía haber nacido en Tejas o en Nevada, pero la suerte lo dispuso de otro modo y el simpático actor vio la luz en Indianápolis, de donde han salido las dos terceras partes de los novelistas yanquis. Sin embargo, debe haber estado predestinado a correr aventuras cinematográficas por las praderas del Oeste porque, a su debido tiempo, fué a parar a California y, en menos que se los cuento a ustedes, se transformó en un jinete de primera fuerza y en un vaquero auténtico. De todas estas cosas ya estaba yo enterado antes de la entrevista, porque en algo me había de ocupar durante los sesenta minutos que esperé a que Monte acabara su "comparación de pintura", que destiné a leer su biografía. De modo que cuando comenzamos la charla, todo estaba listo. —¿Cuál fué el primer papel que interpretó usted para el cine? — comencé diciendo. ^Se va usted a caer de espaldas, GuaitseL El primer papel que hice ante la cámara fué. . . Don Quijote! — ¡Atiza!... Pero eso no está en la biografía de usted. . . — Claro que no. Como que nunca salió la escena del taller, al menos con mi nombre. Hice de "substituto". . . — ¿Substituto de Don Quijote? — No, substituto de De Wolf Hopper, que era el verdadero Don Quijote de la película, pero que tenía un poquillo de miedo de arremeter contra los molinos de viento. . . Y yo me puse en su lugar. . . — ¿Y arremetió. . .? — Sí, señor; arremetí, con lanza, armadura y caballo. . . — ¡Qué barbaridad! —Exactamente eso mismo dijo Hopper cuando se enteró de que querían hacer la escena a lo vivo. . . Pero como yo resulté ileso y no lo hice tan mal, desde entonces se propusieron romperme la crisma en el taller y cada vez que había un salto que dar con riesgo de muerte o alguna otra hazaña de dudoso éxito, salía yo a hacerlo. — ¿De manera que estaría usted en peligro de matarse cada cinco minutos...? — Sí y no. Es decir, mientras estuve dedicado a esas "substituciones" de riesgo, nunca me ocurrió nada. Pero, cuando ya era yo un actor formal y que no necesitaba exponer el pellejo para ganar mi sueldo y hasta tenía "substitutos" en casos graves, entonces fué cuando estuve a media vara de mi esquela de defunción. . . — ¿Cómo estuvo eso? — Fué en una de mis últimas películas. Hacía yo el papel de un joven maestro de escuela en un distrito de la montaña en donde los alumnos tienen fama de pelearse con el profesor y darle una zurribanda cada tres o cuatro días. Yo, como el héroe de la cinta, consigo vencer al más bruto de aquellos alumnos y el derrotado, para vengarse, pren. de fuego a la escuela con la intención de achicharrar bonitamente al maestro. . . Y aquí fué donde ardió Troya, literal y metafóricamente, porque, a fin de que el edificio que hacía de escuela, se quemara lo más rápidamente posible para los efectos fotográficos, lo saturaron de petróleo. . . — ¿Y usted no tuvo tiempo de salir...? —Yo sí, pero el encargado de iniciar el incendio en la parte de adentro, no. Y, sabiendo, como sabía yo, que si no lo sacaban pronto de la trampa ígnea, perecería entre las llamas, volví al ardiente edificio, ya a punto de desplomarse, y conseguí sacar de la hornaza a mi compañero. . . Pero, si tardo medio minuto más, nos hubiéramos quedado dentro los dos, carbonizados. . . — No me diga ni una palabra más. . . Estoy convencido de que el papel de "Don Quijote" le hubiera venido a usted que ni de molde. Y con esta frase que me pareció muy a propósito, di por terminada la entrevista. > PÁGINA 994