Cine-mundial (1920)

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C I N E M U N D I A L EN DEFr Cl^OFEREi' POR J05'E ALBUERNE ABTDO es que el chofer actual es el antiguo cochero» del cual quedan todavía algunos ejemplares desperdigados por las poblaciones de tercer orden. Aquí, en Nueva York, el conductor animal se ha refugiado filosóficamente en los cabs. Otros pocos, muy tiesos, y enchisterados, con esa rigidez de buen tono, a la inglesa, prestan sus servicios en armatostes de lujo, cuyos propietarios son, generalmente, reaccionarios y graves caballeros y estiradas madamas de muchos postizos. Gente especial, con una vida aparte, que administra de por sí sus rentas y que visita las iglesias con oficinesca regularidad. Un poco rancia, pero téngase en cuenta que floreció por el 48. Bien; hablemos del chofer y digamos que se le calumnia. Ante todo, pongamos en claro una cosa: el chofer es un hombre, no una fiera, un ser aparte y dañino como le clasifican algunos, probables víctimas de sus atropellos, así de la máquina como del contador. Objetivemos: Joe Kutzskow, cuyos padres procedieron de Salónica, es un ciudadano yanqui en plena posesión de sus derechos y maneja una máquina en tercer grado. Está casado, tiene tres hijos, una pequeña cuenta-corriente en el Banco Balkánico y algunas deudas insignificantes que se le olvida satisfacer. Su máquina es alquilada por un tanto diario y claro está que él, al realquilarla, procede siempre acordándose de la familia. Esto es honrado. Pero Joe, como todos sus colegas, tiene dos personalidades perfectamente definidas e independientes. Como persona a pie es un buen muchacho, un padre modelo, un esposo intachable. Yo me honro con su amistad; sé que se casó enamorado, que ha protegido a una vecina, vieja y enferma; que piensa con seriedad en las prácticas religiosas aunque no las cumpla a fausa de sus ocupaciones; que con frecuencia ofrece aspectos sentimentales, habiéndosele sorprendido en la lectura de Longfellow; que su dinero sale a relucir sobre el mostrador del bar, ante unos pocilios que la prohibición ha puesto de moda... Yo sé esto y algo más que abona la conducta de Joe, de Joe a pie, distanciado de su aparato. DiaXMBRE, 1920 < Pero Joe, montado sobre la máquina, ya no es Joe; es otro Joe. Aparece su "dúplex" corporal y desaparecen sus buenas facultades. Y de la fusión del hombre con el motor surge un nuevo tipo, el chofer. ¿Van comprendiendo ahora los lectores? Sin duda que todos hemos oído hablar del Centauro, mitad hombre y mitad caballo; conocemos retratos muy pintorescos que sirven para despertar la fantasía creadora de ciertos literatos, de esos que se ayudan para producir del mismo modo que el estómago con los derivados oleosos. Pues bien; el chofer, al que conocemos de trato, esalgo por este estilo compuesto, con la ventaja de que ae puede "desarmar" cuando se apea del vehículo. Desde el momento en que Joe empuña el volante, calándose previamente la gorra con un ademán muy característico, el chofer entra en funciones; su mirada adquiere cierta insolencia; escupe fuerte al borde de las aceras; en algunas calles poco frecuentadas contraviene las ordenanzas higiénicas de la Municipalidad, por entre las ruedas traseras. Silba con molestas estridencias y cuando se aburre demasiado se entretiene en describir círculos, ángulos y tangentes por las esquinas. Esto le distrae. Eso de ver bailar a las personas delante del motor es de una gracia cómica que sólo los choferes pueden disfrutar. Entonces es cuando el chofer — el chofer de genio -^ comprende su enorme superioridad contra las personas que andan a ras del suelo. Y como en todos nosotros, digan lo que quieran los filósofos optimistas, hay un fondo natural de venganza, el chofer se agarra de la ocasión y se agarra del volante. Le gusta molestar, llamar la atención sin que el policeman intervenga muchas veces. Así ocurre con Joe; así ocurre con todos. Cualquier día no lejano no es difícil (lue el cronista, empujado por el alto costo de la vida, dé un adiós temporal a esto de las cuartillas; y entonces seré un centauro más. es decir, un chofer. Y entonces me sentiré superior a los pedestres y consideraré que yo y mi máquina somos, por una singular asociación mecánico-cerebral, una cosa que produce dinero, satisfacciones y molestias. Molestias a los demás. Cuando más a sus anchas se prolonga el chofer con todas sus libérrimas características es a ciertas horas de la noche en que el tráfico arrecia; a esas horas, de siete a diez, en que todo el mundo se echa a la calle en busca de diversiones. Joe inspecciona la máquina; se convence de que dispone de la gasolina suficiente para, en un viaje de ida y vuelta, quedarse a mitad del camino. Esto resulta divertido, irrita al pasajero y hace funcionar al contador a "media" velocidad y sin moverse. Joe, en estas funciones, no se cambiaría por todos los pasajeros de Nueva York. Pero cuando verdaderamente sus funciones adquieren el máximo del desarrollo, y su bolsillo le hace guiños inteligentes al marcador, es cuando cae en la caja algún extranjero, sobre todo si chapurrea extraordinariamente mal el inglés. Se entiende, personas que quieren divertirse y que recurren al chofer como a un Directorio Práctico y Rodante. Ellos pagan, pero exigen direcciones. Y Joe, que sabe dónde se conjugan todos los verbos irregulares y ahora prohibidos, desplaza sus conocimientos a tanto más cuanto el minuto, y al día siguiente su esposa se pone el sombrero y toma la libreta para meter quince dólares extra en el Banco. Ya lo saben los lectores: a los choferes se les calumnia. ¿Qué culpa tienen ellos de disponer de una máquina poderosa? Morgan, ¿no dispone del alza y de la baja de una considerable parte del mercado? ¿Acaso tiene él la culpa de tener tanto dinero y de utilizarlo a su gusto? Seamos razonables: Joe y sus cofrades proceden con arreglo a la más natural y lógica ley humana: la ley de las posibilidades por no llamarla brutalmente la ley de la fuerza. Hay que ser delicados. Quítenle a Joe la máquina y se queda en un excelente padre de familia, a punto, en cualquier esquina y a cualquier hora, de ser atropellado por un chofer. Pónganlo sobre la máquina y entonces será él quien atropelle. Es bien sencillo. . . -> P Á C I N A 995 ; .