Cine-mundial (1920)

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C I X E -M U X D I A L 66 EL Oo::^ai?^^.^iD)OM*'' Serie cinematográfica en quince episodios, original de Arthur B. Reeve y John V. Grey. Xorelización de Mary Asquith y versión castellana de J. J. Ariza. ambas hechas especialmente para CIXE-MUNDIAL. Los derechos de exclusividad sobre este fotodrama en el exterior corren por cuenta del exportador neoyorquina E. S. Manheimer. EPISODIO DECIMOCUARTO EL PANTANO FATAL VARIAS semanas habían pasado. . . La ceguera de Dupont fué sólo temporal, pero cuando el joven pudo de nuevo cobrar bríos para continuar su lucha contra la Banda negra, ya Violeta, prisionera de los facinerosos, se Iiallaba muy lejos de su patria, en las riberas del Orinoco, hasta donde la habían conducido, en extraño consorcio, Renard, el jefe de la Bandij, Vera y. . . El Estrangulador, aquel mismo hércules que la arrojara, tiempo atrás, al fondo de una inmunda cloaca y que, ahora, por propia conveniencia, se híd)ía unido con ios bandoleros que habían salido en busca del tesoro. Todos ellos iban a bordo de una pequeña embarcación guiada personalmente por El Estrangulador, a cuyos pies Violeta, atada y como insensible por el dolor y la fatiga, yacía inmóvil. Vera y Renard desconfiaban mucho del Estrangulador, cuya intervención no habían podido impedir, aunque sin atreverse a echársela en cara. En voz baja decía la primera a su camarada de crímenes: — No cabe duda que ése intenta jugarnos alguna mala pasada. Su conducta durante el viaje ha sido de lo más sospechosa. . . El Estrangulador no parecía prestar atención a los otros: ya había tenido oportunidad de decir a Violeta, en secreto: — Si me ayudas en mi empresa, juro ayudarte a escapar de las. manos de estos canallas. . . La joven no comprendía, pero, inerme, abandonada, lejos de Roberto que era el único en quien tenía confianza, ¿Qué más podía hacer sino resignarse a poner su vida en manos de aquel foragido que (al menos temporalmente) parecía estar contra sus otros enemigos? I-a embarcación se acercaba a la orilla. De pronto, haciendo girar rápidamente el pequeño timón. El Estrangulador viró en redondo con tal brusquedad que Violeta cayó al agua, frente a los arrecifes de la costa y, desasiéndose con premura de la soga que Él Estrangulador había tenido buen cuidado de aflojar, se lanzó resuelta y nadando, en dirección a tierra. Vera se arrojó también al agua y Renard se proponía seguir a ambas mujeres, pero E! Estrangulador se interpuso y, dándole un tremendo puñetazo en la mandíbula, lo hizo caer al agua. El Jefe de la Banda, ni corto ni perezoso, se lanzó a Su vez contra el boxeador. Pero la riña fué corta. Más poderoso que su enemigo. El Estrangulador lo puso pronto fuera de combate y, viéndole sin sentido, desgarróle la camisa y se apoderó del codiciado ninpa, el mapa causante de tantos crímenes V tantos atentados, el mapa por el cual haliian los conspiradores llegado al Orinoco y arrastrado a aquellas costas hostiles a la infeliz Violeta. Vera, entre tanto, había quedado muy atrás en su persecución y cuando llegó a la playa, ya Violeta había desaparecido enI trc la espesura del bosque. Renard se dirigió hacia Vera y la ayudó a salir del agua, dejando que el Jefe de la Banda se las compusiera como pudiese con El Estrangulador. A su tiempo volvió en sí el Jefe de la Banda y, con Renard y Vera, mojados, doliilos y muriólos, se dedicaron a edificar un primitivo refugio cerca del mar. + * + Dupont había recibido un telegrama innlyridirico de Violeta en que la joven le anunciaba el peligro que corría en las vertientes Diciembre, 1920 < ■ del Orinoco. Roberto, decidido a no perder tiempo, se había hecho de un hidroplano en el que contaba efectuar más rápidamente el viaje, volando al socorro de su amada. Pocas provisiones llevaba consigo, prefiriendo cargar la nave aérea con la mayor suma posible de gasolina, a fin de estar seguro de llegar sin tropiezo al final de la larguísima jornada. ♦ * * El Jefe de la Banda deliberaba con sus secuaces. — -Violeta debe de haberse perdido en el bosque y tarde o temprano será presa de las fieras — dijo — ; pero El Estrangulador vive aún y tiene el mapa en sus manos. . . aunque no creo que encuentre el tesoro, a menos que logre encontrar la Caverna de las Calaveras. Como un rayo que cae intempestivamente. El Estrangulador, a caballo, surgió de pronto, sorprendiendo a los tres conspiradores y antes de que pudieran darse cuenta de lo que ocurría, arrebató a Vera y echándola a* la grupa del caballo, se volvió a galope tendido por donde había venido, dejando estupefactos a Renard y al Jefe de la Banda. El primero no tardó, sin embargo, en lanzarse tras el raptoj, por entre la selva. * * * Violeta, llevando encima las ropas de un muchacho, se hallaba sentada en los peldaños de la entrada de la estación inalámbrica cuando oyó el zumbido del hidroplano de Roberto, que llegaba triunfante después de su larguísima jornada. La joven alzó la cara e hizo algunas señales, creyendo que su novio la vería desde las nubes. Pero era imposible y Dupont fué -a aterrizar a legua y media de distancia. Violeta echó a correr para reunirse con él. También el Jefe de la Banda había visto descender el hidroplano, a corta distancia del campamento de los criminales y se propuso investigar. Al bajar Roberto de la máquina, creyéndose solo, V por lo mismo desprevenido, encontró cara a cara el semblante odioso del jefe de la banda que le amenazaba con su pistola. — Alza las manos y ven conmigo, que quiero enseñarte nuestro campamento — dijo sar cas tica mente a Dupont, que obedeció. Renard había seguido en persecución del Estrangulador, entre cuyos forzudos brazos, Vera se debatía tratando de zafarse. Finalmente, Renard alcanzó a su enemigo y, ayudado por la cautiva, que aprovechando la lucha, se apartó de ellos, hizo caer al Estrangulador. Los dos hombres se golpeaban sin misericordia y en el curso del combate el codiciado mapa cayó en tierra y Vera se apoderó de él. La pelea seguía a más v mejor, pero Renard era el más débil de los dos contrincantes de manera que pronto se dio por vencido, mientras El Estrangulador, montando de nuevo a caballo, se alejó a galope. Vera, entonces, se acercó al caído y, tratando de reanimarlo, le dijo: — Mira, tengo el mapa en mi poder. . . Cayó al suelo durante la lucha. El Jefe de la Banda había amarrado a Robert al tronco de un árbol y, con perversa intención, ató a una de las ramas, precisamente encima de la cabeza del joven, un cubo Heno de agua y en el fondo del cual babía un pequeño agujero. Era una forma de tormento, favorita de los chinos y que el criminal conspirador se proponía utilizar para quitar no sólo las fuerzas, sino la vida misma a Roberto. Cayendo gota a gota sobre la frente del médico, el agua del cubo constituía la más espantosa de las torturas. . . — Esta isla es pantanosa — díjole el jefe de la banda al retirarse del lugar del tormento — y sólo tiene una estrecha vereda para ir y venir sin riesgo inminente de muerte. De modo que si hay quien quiera venir a librarte de esta "diversión", no saldrá con vida del intento. . . Violeta, entretanto, al ver al hidroplano abandonado y al notar las huellas de lucha que en derredor de la máquina había, comprendió que había ocurrido algo grave y, siguiendo las huellas de pasos que sobre la arena se destacaban, fué acercándose al lugar de donde salían los gemidos del atormentado Roberto. . . \'^ioleta se acercó ansiosa. . . pero resbaló. . . Bajo sus pies la traidora arena — como líquida — cedía y cedía. Mientras mayores esfuerzos hacía para librarse del pantano, más se hundía. . . Aterrorizada, la joven lanzó un grito de angustia suprema. . . Sólo el eco le respondió. . . FIN DEL DECIMOCUARTO EPISODIO DECIMOQUINTO EPISODIO EL ORO DE LOS DIOSES Violeta, desesperada, se echó a un lado, tratando de recobrar el equilibrio en medio del pantano. V por un azar increíble, sus brazos tocaron tierra firme. Alzándose sobre los codos, se libró, al fin, del lodo traidor que la ceñía poco antes por todas partes. Sin perder tiempo, cubierta aún de cieno, la joven corrió hacia Roberto y, desasiéndole de sus ligaduras, lo hizo volver en sí y lo cubrió de caricias. En el campamento de la Banda, el Jefe de ésta discutía con Renard y con sus demás secuaces sus futuros planes de acción. El caudillo de la tribu indígena se hallaba también presente. — Por tu valor y tu diligencia — dijo el Jefe de los bandidos dirigiéndose a Renard — en tus manos dejaré la sagrada misión de llevar el mapa al altar sagrado, donde arderá en homenaje a los dioses. Luego, volviéndose al caudillo le dijo: ■ — Los dioses nos han sido propicios. El mapa secreto está en nuestras manos y el oro a salvo. . . ¡Muerte a nuestros enemigos! Dupont y Violeta habían llegado, fatigados y hambrientos, a una casita abandonada, en el centro mismo del bosque. Nadie babía dentro, aunque el rústico mueblaje y los utensilios que en ella había mostraban que debía tener algún habitante. Sentáronse a descansar y, a poco, penetró un misionero que les dio la bienvenida y se apresuró a indicar a la joven dónde había agua para saciar la sed de los recién llegados, que a las claras mostraban la huella de sus desdichadas aventuras. El misionero no podía apartar los ojos de Violeta y, cuando la joven regresó con el agua, le preguntó: