Mensajero Paramount (1931-1932)

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V Jngnsajera tyaranuumt “ORO Y SANGRE 99 Narracion de MANUEL DUENAS EN LA PRIMAVERA DE 1900 corrio una noticia que puso en conmocion a todos los espiritus aventureros del mundo : el descubrimiento de oro en Alaska. Mineros, obreros, oficinistas, tahures, hombres y mujeres de toda clase y condicion, llenan los muelles de Unalaska, ultimo puerto de escala en la marcha frenetica a Nome. . . El pasaje a bordo de los buques se toma en competencia renida, no pocas veces por asalto, que ocasiona luchas feroces como la que en este momento entablan varios hombres que, no hallando suficientes los punos, han hecho proyectiles de los equipajes y la carga que hay a bordo del vapor Santa Maria. Cuando el barco va a desprenderse ya del muelle, una mujer joven y agraciada, a la cual siguen de cerca dos sujetos de pesirna catadura, precipitase hacia el Santa Maria e implora a grito herido que la dejen embarcar. Acuden al llamado dos de los pasajeros, quienes, con las razones contundentes de unos cuantos punetazos bien medidos, convencen a los perseguidores de la atribulada muchacha que mas les conviene volverse por donde han venido. Con esto emprende viaje el vapor. Mientras reinan a bordo la confusion y el barullo en que cada cual busca, sin lograr encontrarlo las mas de las veces. el acomodo a que su pasaje le da derecho, busquemos nosotros, con la venia del lector, a tres pasajeros a quienes cabra parte principal en esta narracion y que queremos presentarle. Son Helen Chester, la joven a quien hemos visto hace un momento correr hacia el Santa Maria pidiendo auxilio, y Roy Glenister y Jo Dextry, los dos valientes que con tanta oportunidad como eficacia acudieron en socorro de la atribulada. Miss Chester viaja a Nome a fin de encontrarse alki con su tio, el juez Stillman, al cual han nombrado para que establezca y presida el primer tribunal federal que ha de llevar a esas apartadas regiones el imperio de la Ley. En cuanto a Glenister y Dextry, regresan a Nome a continual" la explotacion de la Midas, una de las minas de oro mas ricas que hay en la comarca. Por cierto que a ninguno de los dos amigos y socios les hace maldita la gracia la noticia que tocante a la mision que ha llevado, a Nome al juez Stillman les da Helen Chester. ■ — Los tribunales de justicia lo echaran todo a perder como hicieron en otros lugares fronterizos . . . El gobierno no permitinMj que uno luche por lo que le pertenece — observa Glenister con displicencia. Y agrega en seguida, mientras da significativas palmaditas en el revolver que lleva al cinto : — Prefiero este tribunal... sin apelacion. • — Habla usted como un chiquillo . . . — contesta Helen. — Y obra lo mismo que un chiquillo... iVolara demasiado nuestra imaginacion? Puede que sL Pero en el tono de Helen Chester hay algo sugestivo, algo que parece anunciar el idilio... * * % La justicia federal no contribuyo gran1 cosa a su ascendiente al mandar a Nome al juez Stillman y darle como alguacil a Mac-j| Namara. Traidores a la confianza que se ha despositado en ellos, tanto uno como otro piensan solo en enriquecerse sin reparar en medios. Para lo cual acuden al expediente d e decladudo rar sos los titulos de propiedad de las me j ores minas, que de este modo quedan a disposicion del juzgado, es decir, en manos del juez y el alguacil que siguen explotandolas en beneficio propio. Entre las presas sobre las cuales se ha lanzado la codicia de los prevaricadores figura, como puede suponerse, la Midas. No PAGINA 2.