Mensajero Paramount (1931-1932)

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Mgnsaj£ra paramoun t La cual, precisa otro par de zapatos, los primeros que halla a mano, pues lo que interesa es que la senora, como cuantos entran a la tienda, no saiga de ella sin llevar mas zapatos de los que razonable mente pueda necesitar. For desgracia para este vendedor sin se gundo, el calzado que toma al acaso y pone a Mrs. Tanner no es de los que llevan la marca de fabrica de mister Tanner ni tan siquiera de los que pueden venderse. Es el calzado que otro dependiente acababa de quitar a una preseunta compradora mente cuando Mrs. Tanner pondera la comodidad de esos zapatos y dice que se los llevara puestos, le dice, con bastante bruquedad, que se quite de los pies lo que no es suyo ni tuvo por que ponerse. Abrumado por la fatalidad, Harold Horne trata ya unicamente de librarse cuanto antes de Mrs. Tanner. Tartamudea torpes disculpas. Empieza a calzarle, casi sin saber lo que hace, las zapatillas que la dama trajo puestas, sin advertir que, ultimo golpe del destino adverso, hay dentro de una de esas zapatillas una colilla encendida. . . Saltando de un pie, Mrs. Tanner da espantosos alaridos. Los clientes, los dependientes, los jefes del almacen se agrupan en torno de ella... Harold Horne huye... j Harold Horne lo ha perdido todo. . . hasta el honor de ser uno de los mas habiles, aunque noveles, dependientes de la casa Tanner de Honolulu ! ^ ^ ^ En el vapor proximo a zarpar para Los Angeles, el populoso puerto de California a que tanta fama ban dado y daran los grandes estudios cinematograficos de Hollywood, hallamos a Harold Horne que ha ido a entregar unos zapatos y que, cuando despachado el encargo se dispone a volver a tierra, tropieza de manos a boca con miss Betty. — j Cuanto celebro que nos toque hacer el viaje juntos! — dicele ella. — Estaba tan segura de que saldria usted en este barco, que hubiera sido una klesilusion no verlo aqui. Harold Horne no sabe a que santo encomendarse ni como salir airosamente del mal paso en que lo metiera la picara vanidad que lo indujo a dejar que su :adorado tormento lo creyese hombre de vastisimos negocios por atender a algunos de los cuales se ha:llaba de transito en Honolulu. Sin poder desha'•cerse de miss Betty ni de mister Tanner y Mrs. Tan'ner, a quienes la joven se ha apresurado a comuni■car la gratisima nueva de que lo tendran de compahero de viaje, el desventurado ve dirigirse precipita‘damente hacia la escala a los que fueron a bordo 'a despedir a los pasajeros, oye el pitazo de la •sirena, que se le antoja la mismisima trompeta del Juicio Final. . . Y llevando por todo equi P AGIN A 24 paje un sombrero de paja, por unico capital veinticinco centavos, vese convertido, cuando el buque se desprende del muelle, en argonauta improvisado, en pasajero de gorra. De los sustos, apuros, ayunos, vigilias, argucias, malandanzas, ardides, de cuantos percances sufre Harold Horne y de cuantos medios se vale para pasar inadvertido ante el sobrecargo y demas empleados de la ciudad flotante y sostener ante miss Betty y los esposos Tanner su papel de sujeto de grandes negocios entre los cuales ocupa lugar principal el de pieles para la fabricacion de calzado, hacemos gracia al lector a fin de llegar pronta mente a la mas chistosa, extraordinaria y arriesgada de las aventuras de Harold Horne. La cual empezo cuando hallandose platicando con miss Betty llegose a esta mister Tanner hecho un basilisco y la increpo, mientras blandia unos papeles, en los terminos siguientes : — i Se ha lucido usted ! j Me dijo que el plazo para presentar esta oferta vencia el 18, y acabo de enterarme que vence manana, 16! j Perdere un contrato que importa miles de dolares. . . y todo por su estupidez ! — Pero, mister Tanner, • — opuso la interpelada — yo le dije que el plazo vencia el 16. Lo recuerdo muy bien. — Apenas lleguemos a los Estados Unidos — contesta el iracundo magnate del becerro y el cordoban — ■ buscare otra secretaria, una que no tenga cabeza de chorlito. . . — Puede que todo tenga remedio. j Querer es poder ! — interviene Harold Horne despues de haber recogido los papeles que mister Tanner habia tirado a los pies de miss Betty. — i Calle, majadero! — vocifera el magnate. — Ya me tiene usted harto con su filosofia barata. Esta propuesta ha debido presentarse en Los Angeles manana, y tardaremos un par de dias en llegar ... j Digame ahora que todo tiene remedio ! — i Se lo digo ! ■ — replica Harold Horne engallandose con forme a lo preceptuado en la parte pertinente del curso por correspondence. — Y le aseguro que la propuesta estara en Los Angeles manana mismo. . . — i Bah ! ■ — bufa mister Tanner. — iBah? jlra! — rebufa Harold Horne amparando su ofendida dignidad en el retruecano. * * * Por huir de dos oficiales que le dan caza, Harold Horne se ha refugiado en la estafeta de a bordo, donde, siempre prudente, se mete dentro de una valija de la correspondence, a fin de sentirse mas a salvo. La valija acierta a hallarse entre las que se trasbordaran en breve el aeroplano correo de (Coni, en la pag. 26)