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Mgnsajera tyarammuit
“UN CABALLERO DE FRAC ”
Narraeion de MARIO ARNOLD
ATRAVES de los cristales empanados del cabaret, se ven las sombras de los ultimos trasnochadores que beben y rlen. En una mesa, Andre, el conde Andre de Lussanges, y D’Allouville, charlan con varios amigos, mientras la espuma del champana llena las copas con su alegria desbordante. En otra mesa, Buffetaut, a quien acompana Totoche, trata de pronunciar un largo discurso sobre la diplomacia. Todos protestan contra su empeno, pero, indiferente a los gritos y burlas, sigue hablando sin cesar, como si le escucharan con atencion infinita.
Totoche aprovecha esta distraccion de su companero, para guinar el ojo a Andre que, sin hacerle caso, canta. Ella le imita. Pero entonces, Buffetaut, se enfada porque interrumpe su oratoria y, con mucha autoridad, ordena silencio. En lugar de obedecerle, se acerca al lado del hombre que le gusta y forman un duo interesante.
Uno a uno van saliendo los clientes, y al final, con la cabeza entre vasos y botellas, queda solo, durmiendo su borrachera, el molesto conferenciante.
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Andre, en su casa, duerme, vestido de frac, sobre la cama. Totoche que le acompana, interrumpe, de vez en cuando, su sueno diciendole al oido cosas agradables.
En la calle, frente a la puerta, se detienen tres grandes camiones de mudanzas.
Este joven aristocrata, que para todas las mujeres es un principe de leyenda, tiene tambien inquietudes, y, hasta a veces, le acaricia la tragedia. He aqui el dia mas dificil de su existencia : acaban de embargarle todos los muebles por no poder pagar una deuda de importancia. Pero en vez de preocuparse, prefiere que le dejen dormir, tranquilamente.
Su amigo D’Allouville acaba de llegar y cambia con el unas palabras alusivas a la situacion de ambos, que es bastante apurada.
Totoche, despues de hacer un derroche de sus mimos, comprende lo que ocurre y saliendo de la cama, va al cuarto de bano, para vestirse. Andre, despidiendola carinosamente, le regala una perla de gran tamano que arranca de su pechera. Y, enseguida, ve que en el bolsillo, tiene por todo capital cuarenta centimos. . .
Aun no ha salido de su asombro, cuando aparece Buffetaut, secretario del Juzgado, que lleva consigo la orden de embargo. Los dos amigos le reconocen de la noche anterior, en que todo su afan era pronunciar un discurso sobre la diplomacia.
Los mozos de mudanza, van saliendo cargados de muebles.
Andre se acerca a Buffetaut y le dice en voz baja :
— jNo hay manera de evitar esto ?
A lo que el contesta con ironia :
— Si, una : pagar.
— ; Cuanto ?
■ — ■ Doscientos doce
mil cuatrocientos ochenta y ocho francos, con cuarenta centimos.
— Hombre, que casualidad : el pico de los cuarenta centimos, lo tengo.
En la sala inmediata se oye ruido de cosas que se rompen...
La casa, poco a poco, va quedando vacia. El conde ve con infinita tristeza como desaparecen sus ob1 e t o s mas queridos. Se sienta al piano, para decide adios ; golpea sus teclas, suavemente y dice una can cion que esconde todo su pesimismo, cuyo estribillo corean todos los mozos de mudanza.
Entra Susana, su mujer, de la que se ha separado, amigablemente.
Quiere pedirle el divorcio para casarse de nuevo con un ingeniero llamado, Robert Guilde. Muy amable, se lo concede enseguida, y la ve partir, entusiasmada, llena de alegria, mientras en su corazon se amontonan todos los pesares . . .
El criado le entrega el claque y recibiendole, ordena :
— Dame el traje azul y el abrigo gris.
— Han salido . . .
— ; Adonde ?
— Estaban embargados.
• — Entonces, ; que ropa me queda ?
— Queda el frac que tiene listed puesto y este sombrero.
— Menos mal que me lo han dejado.
— Lo dispone la ley.
— i Que amable ! De modo que, del pasado . . . solo queda un hombre de frac. . .
Abre un armario secreto que hay en la pared, saca una botella de whisky y bebe varias veces. Des
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