Mensajero Paramount (1927)

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Mgnsa/era tfaranwunt ¿szm bre ya vivía en un estado latente de locura, que, aunque pacífica y mansa, no por ello dejaba de ofrecer serios peligros. Para colmo de desgracia, Euríco, que llevaba ya más de veinte años trabajando en la misma oñcina, a las órdenes de un tal Harvey, sin haber alcanzado ¡amas ni la más pequeña promoción ni aumento de sueldo, encontróse de la noche a la mañana con un repentino protector, el cual no era otro que el propio hijo de su jefe, un jovenzuelo recién salido de las aulas, que se había encaprichado con la cara bonita de ísabelita. Jerónimo, que así se llamaba el hijo del señor Harvey, abordó con Eurico, sin mayores preliminares, el'asunto de su protección, diciéndole que era una vergüenza que después de veinte años de trabajar en la misma casa no hubieran tenido con él la consideración de concederle alguna recompensa por sus tan fieles cuanto prolongados servicios. Y di jóle a Eurico que él lo iba a arreglar todo a maravilla, que de allí en adelante las cosas habrían de marchar de inu\ diversa manera. Efectivamente, Jerónimo hizo todo cuanto había prometido y mas. pero los resultados no fueron exactamente los apetecidos. El viejo Harvey se enfureció al saber que su hijo pretendía a la hija de su empleado y, en vez de favorecer a Eurico, lo que hizo iuc prepararle una mala pasada, con el fin de deshacerse de él por completo. Recordó que había un cliente que le debía una suma respetable, que, por todo pago, aporreaba a los cobradores cada vez que se le mandaba alguno, y así decidió mandar al viejo empleado, diciéndole : —Sí, tengo ganas de promoverte y voy a empezar ahora mismo. Te hago cobrador si logras cobrar esta cuenta a Espiridión Azulejo, pero. . . acuérdate, si no consigues el dinero no te acerques más por este despacho. Al pobre Eurico le pareció aquello de perlas y hasta creyó que, por lin. habiánsele abierto las puertas del cielo. — ¡ Bah ! — se dijo a sí mismo — ¡ si no se trata más que de esto, la cosa no puede ser más fácil ! . . . Y con este pensamiento, se embolsó las facturas y salió recto liara el despacho de Azulejo. . . Mas. ¡oh, consternación!, en entrando en el despacho de Azulejo, oyó Eurico una batahola tan formidable, que se le achicó el corazón, y al ver salir a puntapiés a dos cobradores, llenos de chichones, todos sus empujes de cobrador se le desvaneciere ni y salió más que corriendo. no sin que antes le alcanzaran también a él alguno que otro puntapié y varapalo. Ya viéndose en la calle, suspiró nuestro hombre y. mirando al suelo, dio con su vista en una flamante herradura, lo que hizo que de repente se le iluminara el semblante. Ya tenía por fin la suerte delante de sus ojos. Inclinóse, cogió la herradura, contemplóla y, para asegurarse la fortuna, tirósela alegremente por la espalda, pero, ¡ oh, desastre !. la herradura fué a dar contra il cristal de un escaparate haciéndolo añicos. Al ver que salía el dueño del establecimiento. Eurico pidió piernas al gamo y echó a correr, con el vil tenPAcn i a dero detrás, persiguiéndole cual alma en pena y sin darle punto n para reponer el aliento, que ya le escaseaba en demasía. Loco d' miedo, como siempre, metióse Eurico por la puertezuela trasera dt un teatro y, sin darse cuenta, encontróse repentinamente ocupand< el centro del escenario. Acertaba a estar en escena un hipnotizador que se desgañitab; por cazar voluntarios entre la audiencia que le sirvieran de medk para sus experimentos, y al ver a Eurico, no perdió tiempo, sint que empezó a darle pases hipnóticos con las manos, hasta que 1( tuvo, perdida la voluntad, completa mente bajo su minio. Lo mis mo hizo el hipnotizador con un gañán fuerte y / robusto, ca / paz de romperle una I muela a un burro de un puñetazo, y, cuando y a tuvo preparados a los dos sujetos díjole al gañán : "Tú eres un borrego" ; y a Eurico : "Tú eres un león" ; y a los dos: "Pelead ahora." Y el tímido Eurico dio un descomunal bramido : ¡ Grrrrr ! . . . , cual si el tal saliera realmente de una gola leonina, y empezó a dar manotadas, mas no contento con tundir al mísero gañán, convertido en manso borrego, le soltó un fuerte golpe en la quijada al mismísimo hipnotizador, ^VmsSBjnH