Mensajero Paramount (1927)

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'. as^í Mgnsa/era ffaramxwnt uva i ISH \ \ PIÓN M l-l(l i RES i-l M i l \H \ Pl I . nía ¡i DOROTHY lADAMB Po ANTONIO MORENO roducción de HERBERT WILCOX istribución Paramount CIMERO la odiaba, después la amo con pasión arrebatadora y ciega . . . Más tarde, ella, la favorita del Rey, le despreció por otro. Un drama de la Corte de Luis XV de Francia en el cual sobresale dos grandes estrellas de la pantalla: Doro thy Gish y de verlo! Antonio Moreno. . . ¡No dejéis MPADOUR !F turba se desalara en denuestos e impropecontra los dos recién llegados. Laval era de los que gritaban con tono más enfurecido. -.Mentira parece, mujer, que os dejéis acompañar por un perro de esta infami tesana. Jamás creyera por vuestra cara que pudierais ser de la misma ralea. Yo sólo soy la costurera de Madame de Pompadour— replicóle la recién llegada y en mi oficio no hay deshonra ni causa de que me avergüence. Laval convencióse prontamente de la raque as stía a la costurera y acabó olvidar enteramente a la Pompadour para no ver otra cosa que un par de ojos que con su mirar parecían penetrarlo hasta el fondo dí su alma impresionable; una sonrisa que lo hechizaba haciéndole ver el cielo en la anchura despejada de la frente de la hermosa; y escuchar una voz que sonábale a los oídos como la propia música que deben entonar los ángeles, si tan bella pudiera sella armonía angelical cual la palabra dulce y suave de la amada. Y prendido, por fin, en cuerpo y alma en las redes sutiles de aquella mujer que le hablaba y lo miraba y ! nreía como jamás otra mujer lo mirara y le hablara y sonriera, ac, por rendirse bruscamente a fatalidad, implorando tier mente el casto amor de la di celia. I. a costúrenla expresó em ees el deseo de apurar con labios sensuales y carmesíes copa del rojo y confortante no de Borgoña, dando lugai que saliera Laval en busca una botella del licor en las 1 degas subterráneas de la ] sada. Cuando regresó, la bella I sueño h a b í a desapareen ¿Adonde fuera? El artista lo pudiera contestar, pero con certeza, pudiera afirrí que allá en la capa más récj dita de su sensible corazón r bía quedado para siempre imagen encantadora de la 1 chicera. * * * Días después, al volver costurera al mesón donde La| cultivaba su malquerencia p la favorita, encontróle suri mente gozoso y munífico co sus escasos bienes. — ¿ No sabes, mi alma ? — di cíale a la costurera — que hoy 1 vendido un cuadro para palacii nada menos. Quizás sea pai el propio rey. — ¿ Crees tú ? — respondió! ella — ¿ No podría ser acaso parí Madame de Pompadour? — ¡ Querida ! . . . No hártales suposiciones. Si supieii que el cuadro había de ser par aquella mujer, maldeciría 1 hora en que lo hubiera pintad' Mas no hablemos de estas o sas. No envenenemos nuestr felicidad ni nuestra comida, hoy abundanti como nunca, con pensamientos que martirf zan v entristecen. Ah. esa mujer! diera destrozarla con mis propias manos. En esto sonaron unos fuertes aldabonaxn en la puerta y presentóse teatralmente 1; figura severa y dominante de Maurepás ei el quicio de la entrada. El cancerbero habí; tenido noticia de la infidelidad de la favo rita y venía a confundirla. — ¿Dónde está Madame de Pompadour: —preguntaba en tono alto, imperioso y co* sonrisa cínica — ¿dónde está Madame dt Pompadour ?