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—Aquí estoy — contestóle con recio acenI la bien amada de Luis XV — ¿cómo os levéis, Maurepás, a venir a destruir mi p a ? Si vos y vuestros espías no durmierais i tendría yo, Madame de Pompadour, que la descubrir por mí misma quienes son |> enemigos de nuestro trono.
— ¡ Señora ! — murmuró Maurepás, venci; inclinándose en una reverencia.
—Prended a estos dos hombres — ordenó I favorita — He aquí los enemigos.
\ al momento, fuertemente maniatados, 1 val y Prunier fueron conducidos a las I zmorras de palacio. , La Pompadour había triunfado una vez
s de los enemigos que la acechaban para
>vocar su desgracia y su ruina. Había 1 vado de nuevo su privanza y lo que para
a valía más, la vida preciosa de su amante.
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—¡Pérfida mujer! — no cesaba de repetir [val, paseándose arriba y abajo, a lo largo su celda — y yo que creía en su inocencia, I que la creía la mujer más perfecta e ;al. ¡Ella, la Pompadour!... ¡Ella, esa ijer infame ! . . .
Xo tardó en presentarse un emisario de favorita, el Duque de Courcelette. — Prunier, por orden de mi señora, quetis libre. Laval, he aquí vuestro nom
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bramiento en la guardia privada de Madame.
El de Courcelette entregó un pliego al artista y retiróse, dejándolo confuso y vacilante. Laval leyó el papel y lo estrujó convulsivamente entre sus manos. Lo arrojó lejos de sí, con un movimiento de rabia y de desprecio, y llevándose ambas ma
nos a la cara para ocultar un sollozo que no
podía contenerse, exclamó fuera de sí :
a pesar de todo, la amo ! . . . * * *
Maurepás no desmayaba en sus planes. Había susurrado a los oídos del rey que en la propia guardia se ocultaba un amante secreto de la favorita. El rey rehusaba creer en tal patraña, pero los celos lo acuciaban sin dejarlo un punto tranquilo.
' Una noche, después de un banquete, subiendo a las habitaciones de la Pompadour, el rey habló a la favorita de esta suerte :
—Tengo indicios de que hay un traidor en la guardia y me veré obligado a pasarla por las armas toda si no descubro pronto quién es lpable. La Pompadour comprendió, al momento, cuan grave era el peligro que se cernía sobre la cabeza de su amado, pero, sin perder la calma, replicóle al rey de esta manera :
—Eso son mentiras de Maurepás y sé cuál es el hombre a quien acusa injustamente. Ahora mismo lo mandaré subir y oiréis nuestra conversación. Escondeos y no perdáis palabra.
Mandó la favorita que se buscara a Rene Laval y que fuera traído inmediatamente a su presencia.
—Laval — di jóle una vez lo tuvo delante, — os estoy reconocida por vuestra devoción, por lo fielmente que me habéis servido, pero
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