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Mensajera ^arantaunt
En esto, la llegada rápida de un tren pone fin a la contienda. Las ruedas de la locomotora trituran un hombre. Augusto, horrorizado, huye. Al día siguiente los diarios llevaban la noticia de que \ugusto Schilling había perecido víctima de un asalto inexplicable. Nío se ponía en duda su identidad, por cuanto el reloj y las sortijas rué se encontraron en el cuerpo del muerto eran las suyas.
Augusto ya no regresó a su hogar. La noticia de ¡U muerte salvaba a su familia de la deshonra. Para ú mundo había muerto en cumplimiento de su de Der. Ahora vivía a solas con su remordí
niento.
* * *
Unos años más tarde, un viejo hará A
Diento que recogía colillas de cigarros y papeles por los parques
ie la ciudad, al cruzar por una baile donde la multitud se agolpaba haciendo difícil el tránsito
jor las aceras, detúvose repentina
nente ante un anuncio luminoso
;obre el pórtico de un teatro, en
1 que se leía este nombre : Augusto Schilling. Acercóse teme
roso a los carteles y allí, frotán
lose los ojos, como si no pudiera
lar crédito a lo que veía, volvió a
eer las palabras que tan extraordina
fiamente le habían atraído : Augusto
khilling.
: Se trataba de un joven ___„„„
dolinista que había con ^^___
|uistado la corona de la
gloria. Hurgándose los bolillos, logró el viejo reunir ■■ ] ! /
mas cuantas monedas, las uncientes para comprar
ma entrada en la última
[alería. Desde el paraíso,
fontemplando la diminuta
su mujer y los pequeños de la familia
El mayor, Augusto, era
el violinista. Las notas
del violín arrancábanle
lágrimas dulces y amar
gas de los ojos. Allí es
figura que se destacaba en el centro del escenario, el viejo no perdió una sola nota, estaba como hipnotizado, relacionaba aquellas melodías con otras melodías de otro tiempo, cuando, dueño de un hogar feliz, dirigía la orquesta que formaba él, con
taba su hijo, aquél a quien le estaba vedado hablar so pena de traerle la deshonra y el escarnio.
Al salir del teatro, apos • tose el viejo en la puerta de los artistas, para ver más de cerca a su hijo. Al salir, el violinista vióse asaltado por un grupo de admiradores que le pedían autógrafos. El viejo, a pesar de todo, pudo acercarse lo suficiente a la ventanilla del automóvil y ver al hijo de cerca, pegando la cara contra los cristales del vehículo. Ya a punto de arrancar el auto, el joven, viendo al harapiento viejo que lo contemplaba con mirada extraña, sacóse del bosillo una moneda y se la puso entre las manos. El auto partió y el viejo se quedó
acariciando y besando la moneda. . .
* * *
Obedeciendo un impulso irreprimible, al enterarse el viejo Schilling de que su familia iba a pasar las Navidades en una pequeña población cercana a Chicago, fuese allí para poder regalar su vista y su espíritu con la contemplación de los seres queridos.
Siguiólos un día hasta la puerta del cementerio y espiólos colocando unas coronas sobre unas tumbas. Una vez hubieron partido, entró y leyó las inscripciones que en las piedras se leían. Dos de sus hijos habían muerto. En otra piedra, rodeada amorosamente por otra corona, se leía su nombre. Era su propia tumba.
Salió desesperado del lugar decidido a alejarse de allí, ir lejos, donde la tentación de volver a la vida no le asaltara,, pero antes quiso lanzar una postrer mirada a su mujer e hijos y se acercó cautelosamente a la casa donde moraban.
Al caer de la noche, entró en el jardín, y colocando unas cajas debajo de las ventanas se encaramó para darse aquel placer postrero de su vida. Nevaba. Era Nochebuena y en el interior de la casa lucía el tradicional arbolillo con sus luces de colores como un ascua de oro. Todo era felicidad en aquel hogar. Ibase ya a retirar, haciendo un sobrehumano esfuerzo, cuando un policía se dio cuenta de sus acciones, y se le acercó para interrogarle, pues por su catadura el guardia sospechó que se trataba de un ladrón que intentaba entrar en aquella casa. Al ruido, salieron
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