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TEATRO AL DÍA
Un grave problema
N esta época en que en todas partes se pretende
hacer de la pantalla un vehículo de propaganda
tendenciosa—y las agrupaciones políticas extremas, sobre todo, se empeñan en desarrollar campañas que resultan contraproducentes porque desvirtúan el verdadero objetivo de la película como medio cultural y de entretenimiento—conviene que hagamos hincapié en las normas editoriales de Martín Quigley, el editor y director general de nuestra casa, quien por espacio de más de veinte años viene luchando por mantener la autonomía de la pantalla y su completa independencia.
Sostiene TEATRO AL DIA—y con nosotros nuestras hermanas editoriales—que la pantalla debe entretener al público, no atentar contra la libertad del individuo: porque el día en que el cinematógrafo pierda su independencia, en vez de arte y cultura, difundirá teorías nocivas que acarrearán su propia decadencia.
Para que se comprenda más claramente nuestro punto de vista, reseñemos dos hechos recientes, que son como el anverso y reverso de la medalla, y que tienen hondo significado para la industria.
El Gobierno de la Argentina, que se preocupa por el bienestar de la industria cinematográfica nacional, lo hace con el espíritu más sano y plausible. El Congreso, en Buenos Aires, está considerando actualmente un proyecto de ley—que quizá haya ya entrado en vigor al aparecer TEATRO AL DIA—por el cual se estimula la producción nacional, adjudicándose importantes premios en metálico a sus propulsores. El autor de este proyecto, diputado nacional Dr. Marcelino Buyán, establece claramente que el propósito de tal medida es fomentar el rodaje—y perdónesenos el barbarismo en atención a que nos dirigimos al gremio que lo entiende y lo ha aceptado—de cintas de valor puramente cultural, educativo y artístico.
"La producción cinematográfica — dice el Proyecto Buyán—como cualquier otra facultad creativa o inventiva, debe estar libre de imposiciones y limitaciones de censores oficiales. Los poderes del Jurado, por consiguiente, se limitarán a la adjudicación de premios a las mejores películas argentinas que llenen los requisitos establecidos."
Por su parte, el Gobierno de los Estados Unidos acaba de producir—y está distribuyendo gratuitamente por medio de la Paramount, a los teatros e instituciones privadas que la soliciten — una película que se titula
MARIO:
No sólo los hombres, sino que también las Naciones se desangran. El caudaloso Misisipí, por ignorancia de los que cultivan la feraz región por él bañada, está arrastrando poco a poco al mar las tierras fecundas que debería fertilizar; y aunque remoto, existe el peligro de que la esterilidad acometa al país.
Los peritos agrícolas del Gobierno han estudiado el problema, y le han encontrado solución. Era, empero, necesario despertar la conciencia pública hacia la urgencia de adoptar medidas preventivas; había que educarle al terrateniente, y para ello se ha recurrido al cinematógrato. Es por eso que se ha producido 'El Río,” película tan bella e interesante que se calcula en más de veinte millones el número de los que la han visto o la verán en el transcurso de este año.
Desgraciadamente, la actual Administración estadounidense se ha valido de "El Río'' para justificar de paso sus teorías políticas y sociales. La película trata, en su última parte, de las obras emprendidas por el Gobierno para generar energía eléctrica en el valle del Tennessee, nacionalizando así la industria. Y, como este tema es motivo de vehementes Estados Unidos, "El Río" es, pues, una película de propaganda, cuya verdadera importancia educativa se ha desvirtuado al exponer puntos de vista partidarios para ejercer influencia sobre la opinión pública.
controversias en los
Este, naturalmente, es un caso aislado; y todo parece indicar que no se ha establecido un precedente, ya que el Gobierno americano no tiene en proyecto la producción de otras películas de esta especie. Pero, así y todo, "El Río" no debería tener cabida en el teatro.
La Argentina y los Estados Unidos nos acaban de dar la pauta de lo que es el cinematógrafo. Otro caso por el estilo es el de una de las últimas ediciones de ''La Marcha del Tiempo,” que dividió a la opinión pública, pese a la honradez comprobada de propósito de sus editores, y dió mucho que hablar, al ocuparse de la situación actual en Alemania.
Tan fácil es, pues, desvirtuar el verdadero objetivo de la pantalla que las consideraciones que acabamos de hacer forzosamente habrán de interesar a los exhibidores latinoamericanos. Su capital, sus esfuerzos, su porvenir mismo: todo depende de la confianza que en ellos tiene depositada el público. Deben, por consiguiente, velar por la integridad del espectáculo.